Capítulo VI

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Los tres estábamos en la sala, mirándonos fijamente sin saber qué decir. Cillian dejó caer su cabeza sobre mi hombro, ocultándose en la corbatura de este. Chelsea llegó al poco tiempo, dejando en la mesita de café nuestras bebidas con un paquete de galletas, sonriéndonos. Le agradecimos y se marchó, dejándonos de nuevo solos.
     —¿También citaron a tus padres? —le preguntó Cillian a Dylan, este suspiró, negando.
     —No, creo que una llamada será suficiente para que me den una reprimienda como solo ellos saben hacerla.
     —¿Una reprimienda por qué?, solo golpeaste a ese chico que se lo merecía —susurré, Dylan hizo una mueca, suspirando.
     —No conoces a mis padres.
     Dylan suspiró de nuevo, estirando sus brazos para ver el reloj de pared, viendo que marcaban las tres de la tarde.
     —Creo que mejor me iré a mi sentencia, nos veremos mañana.
     Se levantó, despidiéndose de ambos con la manos, diciendo que pasaría a mi casa a recoger sus cosas y se iba, despidiéndose también de la mamá de Cillian. Nos dejó solos en la sala, en silencio con el único ruido de fondo que era  Chelsea en la cocina.
     —Cillian, ¿puedo preguntarte algo?
     —¿Qué quieres saber?
     —¿Por qué pareciera que no te importa lo que te hicieron?, no logro entender por qué actúas de esta forma tan despreocupada, como si no te importara.
     Él se enderezó en su lugar, dejándose recargar por completo en el sillón y miró hacia el frente, pensativo, serio,  probablemente buscando las palabras correctas para contestarme, pero solo se quedaba callado, perdido, mirando a la nada, sumido en sus pensamientos y después me miró.
     Se encogió de hombros, suspirando, haciendo muecas. Volvió a mirar hacia el frente, de nuevo con esa expresión seria y después alzó los hombros.
     —No sé.
     —Hace un momento parecía que sí lo sabías.
     —Me miraste mal.
     —No te miré mal.
     —Me interpretaste mal.
     Entrecerré los ojos, él solo sonrió, negando con la cabeza para mirarme de nuevo.
     —No sé cómo explicarte, solo es eso, no podría hacerlo ahora o nos verías como unos mentirosos.
     —¿Mentirosos?
     Asintió, haciendo una mueca cuando su lengua tocó las puntadas, reaccionando un poco al dolor.
     —Sabes, mientras estaba en el hospital me estuve preguntando si sería posible llegar a tocar el cielo.
     Me miró atentamente esperando a mi reacción mientras chasqueaba la lengua, yo rolé los ojos, sonriendo de lado y él también lo hizo, extendiendo su mano para tomar una galleta sobre la mesa.
     —¿Otra vez pensando en tocar el cielo?
     Asintió, comiéndose toda la galleta de un solo mordisco y mientras masticaba, alzaba las manos haciendo ademanes que apuntaban hacia arriba.
     —Aún no olvido mi propuesta, irnos los dos de este lugar, muy lejos de aquí, es más, al otro lado del mundo.
     —¿Y qué haríamos una vez estando allá? Sin dinero, un lugar al cual llegar y mucho menos un plan en concreto.
      —Oh, esa es la mejor parte, no estaremos atados a ninguna cosa y podemos ir a donde sea, bueno, el dinero para comprar comida será lo más complicado, pero de ahí en adelante sería excitante. ¿Te imaginas la sensación de viajar sin un rumbo fijo?, explorar sin un plan.
     —Pero... Es que no creo que sea divertido no tener ningún plan, ¿cuándo sabrás en qué momento es hora de volver?
     —¿Y por qué regresaríamos? —Alzó ambas cejas, haciendo una expresión como si fuera algo muy obvio.
    —¿Y cuál sería el o los objetivos de irnos de esa manera por cualquier lugar?
     —Vivir.
     Contestó cortante, poniéndose serio de un momento a otro, desconcertando mi persona por repentino cambio de actitud. Cillian fijó su mirada en mis ojos, como si tratara de decirme algo que no diría con palabras o transmitirme un mensaje.
     —No creo que eso sea suficiente...
     —¿Y por qué no?
     —Cillian, vivir sin objetivos es lo mismo a estar muerto, es como si no tuvieras ningún propósito en la vida y solo estuviera tu alma vagando por doquier... Vivir no es un objetivo, estamos vivos sin esfuerzo alguno.
     —¿Tú crees que vivir no es un objetivo?, lo es para muchos.
     —¿Para quién?
     —Para mí.
     Suspiró, tomando otra galleta para comérsela con un semblante serio, pasando por una expresión de tristeza que no había visto en él hasta en ese momento. Debo decir que fue extraño verlo con esa mirada triste porque hasta ese momento, Cillian siempre había sido un chico sonriente, de actitud brillante que alegraba hasta los peores días.
     Me produjo un malestar verlo triste.
     —¿Puedo hacer algo?
     —¿Qué?
     —¿Recostarme en tus piernas y acariciar mi cabeza?
     Su petición para mí fue extraña, además de que había cambiado el tema con eso. Pero se lo permití, asintiendo lentamente aún confundida por él. Entonces Cillian se alejó un poco, recostando su cuerpo a lo largo del sillón viendo hacia el frente, dejando su cabeza recostada sobre mis piernas y mis manos fueron a su cabello, acariciándolo con delicadeza, con cuidado en cada movimiento que hacía con mis dedos entre su cabello castaño.
     Y mientras acariciaba su cabeza, notando que él estaba más relajado, sentí dos lágrimas en mi rodilla izquierda. Resbalar lentamente por mi piel, dejando un camino que se perdió mientras resbalaba.
     —Cillian, puedes decirme lo que sientes en realidad, no te va a suceder nada más.
     —Estoy asustado por regresar al pasado —susurró.
     —¿Y por qué?
     —Solo no quiero regresar, ya estoy harto de siempre vivir lo mismo a donde quiera que voy, se vuelve insoportable. No quiero estar aquí, ¿podemos ir a otro lado?
     Se levantó, mirándome a los ojos para ver que los suyos estaban rojos. Su expresión triste cada vez sentía que me deprimía más, empezaba odiar verlo triste, como si quisiera proteger la felicidad de Cillian porque verlo triste significaba lo peor. No podía describir exactamente lo que sentía al verlo de esa manera, pero sabía que no era de mi agrado verlo de esa forma.
     —¿Y a dónde quisieras ir? —le pregunté, mirando por la ventana para darme cuenta que la lluvia se había detenido.
     Cillian sonrió, levantándose para asomarse por la entrada a la sala y gritó:
     —Mamá, vamos a salir al centro comercial.
     —Está bien —Chelsea respondió de fondo.
    
      Los dos llegamos al centro comercial, pero en vez de ir a una tienda de ropa o de otros objetos, nos metimos al supermercado que había dentro. Cillian tomó un carrito para colocar las cosas que compraríamos y entramos.
     Los pasillos estaban iluminados con una chocante luz blanca que casi me dejaba ciega, incluso era más brillante que afuera debido a que siempre o en su mayoría el día se encontraba nublado. Incluso Cillian entrecerró los ojos, viéndome así, indicando que la molesta luz también le chocaba.
     Merodeamos por unos pasillos, viendo que echar al carrito sin saber exactamente qué era lo que buscábamos o si íbamos realmente a comprar algo. Él solo miraba los productos, subiéndose al carrito e impulsándose con un pie para avanzar.
     Pronto se detuvo, sonriendo en grande y se fue corriendo. No entendí nada hasta que vi a dónde se dirigía, notando la presencia de alguien conocido.
     Charlie estaba concentrando, acomodando los paquetes de papel de baño en los estantes, cuidando que se vieran presentables y alineados. Cillian se acercó a su hermano con sutileza, sin llamar la atención y cuando estuvo detrás de él, saltó para abrazarse a él.
     Charlie se asustó y lanzó un paquete de papel de baño hacia atrás, cayendo al suelo y este volteó, mirando a su hermano con esa expresión de susto, que pasó a sorpresa y pronto a enfado.
     —¡Qué te sucede, cabeza hueca!
     Le gritó, recogiendo el paquete que había tirado al suelo, apoyando una mano sobre su pecho. Miraba con mala cara a su hermano menor que reía a carcajadas por su pequeña travesura.
     Así que Charlie trabajaba en ese lugar, es por eso que no lo había visto.
      —¿Qué haces aquí?, ¿no deberías estar en la escuela? ¿O te empiezas a saltar las clases de nuevo?
     —No, salimos temprano.
     Suspiró, volteando para percatarse de mi presencia. Me sonrió de lado, saludándome avergonzado por haber dado tremendo grito en medio pasillo.
      —Hola, Grace. Bueno, como está ella, ahora sí te creo.
     —¿No crees en tu propio hermano?, justo en el corazón.
     Charlie volteó para responderle, pero se quedó callado y frunció el ceño. Tomó a su hermano por la nuca con su mano derecha mientras que con la izquierda cargaba el paquete, acercando a su hermano para ver esas heridas que le había hecho el idiota de Mathew.
     —¿Qué te sucedió?
     —N-no es nada, te l-lo juro, fue un accidente.
     —Un chico de la escuela nos atacó en pleno pasillo —llamé la atención de Charlie, su hermano solo agachó la mirada—, Cillian solo trató de defenderme.
     El mayor asintió, comprendiendo la situación y miró a su hermano, apoyando su mano en su hombro, mirándolo con ojos compasivos, empáticos.
     —Hablaremos de eso en la casa, no te vas a salvar de mí —se alejó, acomodando el paquete en su lugar y volteó de nuevo hacia nosotros—. Voy a continuar con mis labores, no destruyan nada, en especial tú, Cillian.
     Se despidió, yéndose para dejarnos a los dos solos. Cillian le enseñó la lengua a sus espaldas, sonriendo hacia mí cuando me miró.
     —Vamos a comprar golosinas, también helado, se me antoja mucho un helado de vainilla con chocolate.
     —¿Tenemos suficiente para pagar helado y golosinas?
     —Charlie está aquí, nos prestará si nos hace falta o... Tendremos que tomar todo y escapar de inmediato.
     —No vamos a hacer lo segundo...
     —A veces eres muy aburrida.
     —¡C-claro que no!
     Seguimos con nuestro recorrido hasta llegar a la parte de los dulces, las frituras y los helados, todo lo que en realidad no era muy sano para la salud. Pero una cosa era cierta, y era que tendría que aprovechar el que mis padres estuvieran asusentes, de no ser así, ni siquiera estaría justo en ese momento con Cillian.
     Arrojamos al carrito chocolates, gomitas, papas, jugos y helado. Lo que se veía apetitoso a la vista lo echábamos al carrito sin tener en cuenta cuánto pagaríamos por todo.
     En medio pasillo, Cillian estaba canturreando hasta que se quedó callado mientras yo hacía la cuenta de todo mentalmente, mirando los precios.
      —Nos alcanzará, aunque solo tendremos un dólar de cambio.
     —N-no quiero alarmante, pero t-tenemos problemas.
     —¿Qué?
     Alcé la mirada, viendo en su dirección y sudé en frío. No podía creer que ese día estuviera tan jodido, le daba veracidad a las palabras de Dylan en la escuela: éramos perseguidos por la desgracia.
      —Tú vas a pagar y yo los distraigo.
      —¡Ese fue el imbécil que hizo que me suspendieran por dos semanas en la escuela y esa fue la zorra que lo provocó! —Gritó Mathew, señalando a Cillian y a mí junto a grupo de chicos que no se veían nada agradables, de hecho, ni siquiera los conocíamos nosotros.
      —Tienes que correr, vete por el pasillo a la izquierda.
     Me dio el dinero con la mano temblorosa, yo lo recibí con la misma condición.
     —¡Corre!
     Los matones comenzaron a seguirnos por el pasillo decididos a atraparnos, Cillian tomó varias bolsas de papas de los estantes y se los arrojó a cada uno. Cuando llegamos al final del pasillo, yo me desvie a la izquierda como me lo indicó, dirigiéndome hacia los cajeros para pagar.
     Cillian corría desesperadamente por el supermercado, metiéndose a la sección de juguetes, volteando una canasta que contenía pelotas de plástico y se las arrojó, haciendo que se resbalaran con ellas, dándole la ventaja para seguir corriendo.
     Pero no se fijó en el suelo por donde caminaba y terminó por caer también.
     Mientras sucedía eso, yo seguía corriendo por el pasillo cuando uno de esos chicos me detuvo al final del pasillo, ni siquiera lo había visto cuando se separó de su grupito.
     Tomé al carrito con fuerza, dándole vuelta cada vez que intentaba rodearlo para llegar a mí, y cuando estuvo dentro del pasillo, lo empujé con la parte frontal del carrito para tirarlo. Antes de que se levantara, con un poco de pena le di una patada en su entrepierna con fuerza, asegurándome de que no se levantaría por un rato.
     —¡Tú te lo buscaste!
     Le grité cuando corrí de nuevo, escuchando de fondo cómo se quejaba y me maldecía entre gemidos de dolor. Yo llegué al cajero, pasando con una chica que empezó a registrar los productos.
     Pero lo hacía muy lento.
     —Oye, ¿puedo ir por una cosa? Se me olvidó algo, ¿sí?
     —Sí, como quiera —respondió con cansancio.
     —Gracias.
     Volví a correr por los pasillos, buscando a Cillian porque ya se había tardado. No sabía en dónde estaba, hasta que lo escuché gritar.
     —¡No, espera un segundo, es sucio cuando uno está tirado!
     Lo encontré en el pasillo de juguetes, rodeado de ellos y miré hacia mi izquierda, viendo unos bates de béisbol. Tomé uno, respirando profundo para salir de mi escondite y partirle la cara al que tenía a mi alcance, después de eso le pegué al siguiente que se acercó hasta llegar a Mathew. Derribando así a cinco grandes idiotas.
     Le ayudé a Cillian a levantarse del suelo, que ya tenía una mejilla roja y respiraba agitadamente al igual que yo. Sonrió, mirándome con ambas cejas alzadas.
     —Sí que eres ruda.
     —Vámonos.
     Empezamos a correr, llevando el bate conmigo por si llegaran a alcanzarnos, pasando por el mismo pasillo donde estaba el sexto integrante al que le golpee las bolas. Este seguía en el suelo, aunque ya se había sentado mientras se sobaba su parte y seguía quejándose.
     —¿Y ese qué? —preguntó Cillian, saliendo del pasillo.
     —Creo que lo he dejado sin descendencia, me he pasado un poco.
     Llegamos al cajero, viendo que justo había registrado el último producto. Nos dijo la cuenta la chica y yo saqué el dinero para pagar. Ambos volteamos al escuchar los gritos de esos chicos, los cuales se acercaban cada vez más.
     Miramos nerviosos a la chica, que guardaba el dinero y buscaba cambio.
     —¿También el bate? —Nos preguntó, señalando el objeto y vimos de nuevo hacia la izquierda, viendo que ya estaban ahí.
     El primero que se acercó que fue un chico pelinegro, hice a un lado a Cillian y le pegué en el rostro para que callera al suelo.
     —No, quedéselo al igual que el cambio —dijo Cillian con nervios, quitándome el bate para dárselo a la mujer que ahora se veía asustada por lo que yo había hecho.
     Los dos tomamos las bolsas de las compras, tomándonos de las manos para salir corriendo de ahí. Subimos las escaleras eléctricas a gran velocidad, empujando a la gente que había ahí, recibiendo groserías habladas junto a malas miradas.
     Los tipos hicieron lo mismo.
     Cillian nos metió a una tienda de ropa cuando estuvimos más lejanos.
     —Toma la prenda que sea y ven conmigo.
     Ambos tomamos una playera al azar sin siquiera ver lo que habíamos agarrado, cuando estuvimos en los probadores, aprovechamos que no había nadie vigilando y nos metimos, yendo a un cubículo hasta al fondo. Nos metimos, colgando las prendas en el gancho que había en la pared, y nosotros nos subimos sobre la pequeña banca que había, ocultando las bolsas en nuestros brazos para que no estuvieran en el suelo.
     Nos quedamos ahí, prácticamente abrazos sin hacer ruido, tratando de que nuestras respiraciones se tranquilizaran.
      —¿Estarán aquí?
     Escuchamos la voz de Mathew, junto a pasos que se metían dentro de la sección de probadores. Cillian cerró los ojos, tal vez rezando porque no nos encontraran.
     —Juro que los ví meterse a esta tienda.
     —¿En dónde está Alex?
     —No importa, de seguro ese imbécil se perdió.  Revisen por la apertura de abajo.
     Los pasos cada vez se acercaban más hacia donde estamos nosotros. Nuestros nervios ya estaban en punta, y como si fuera una divina salvación, nos salvaron el trasero.
     —¿Ustedes qué hacen aquí?, este vestidor y la tienda entera es solo para mujeres.
     —Pero...
     —Afuera o llamaré a seguridad.
     Creo que ellos se resistieron porque escuchamos el silbato que usaban para llamar a seguridad, los chicos se disculparon apresuradamente para salir corriendo de la tienda.
     Ambos pudimos respirar, sonriendo por habernos salvado. Nos bajamos del banco, sentándonos en él para descansar de todo lo que corrimos.
     Cillian rio entre dientes, negando con la cebeza.
     —En serio, este día cada vez se pone mejor —decía con voz agitada.
     —¿Mejor?, ¿a eso le llamas "ir mejor"?
     Le pregunté con la misma voz agitada, recargando mi cabeza en la pared, mirando el techo con cansancio. Sentía el sudor recorrer mi frente al igual que él, tomando uno de las botellas con jugo para beberla, después de hacerlo se la di a Cillian para que también tomara.
     —¿Ya se habrán ido? 
     —No lo sé, vamos a ver.
     Los dos salimos, pero la chica estaba ahí escribiendo algo en una hoja, por lo que Cillian se regresó y él me miró.
     —Ve tú, yo me quedaré aquí. Dile a la chica que  no había nadie y te metiste, que buscarás otra talla porque no te quedó —me dio la blusa que había agarrado al azar, yo asentí —. Regresas y me dices si todavía están, se me ocurrió algo.
     —Está bien.
     Cerré la puerta, caminando hacia la salida para encontrarme con la chica y esta volteó, alzando una ceja.
     —Buenas tardes, perdón, no había nadie y me metí, no me quedó, voy a dejar mis cosas allá adentro para ir por otra talla.
     —Claro, buenas tardes...
     Tomó la blusa, colocándola en una pila de ropa. Salí a la tienda, yendo sigilosamente hacia la entrada de la tienda sin dejarme ver por los grandes ventanales y miré, viendo que lamentablemente todavía estaban ahí esos matones al otro lado de donde estábamos , en las tiendas de enfrente. Maldije por lo bajo, tomando otra blusa para regresar a los probadores, yendo de nuevo con Cillian.
     Abrí la puerta, Cillian estaba ahí viendo sus heridas en el espejo.
     —Siguen allá afuera.
     —Todavía sobra dinero...
     —¿Y quieres que...?
     Escuchar su propuesta se me hizo una locura, pero no había más que hacer que intentarlo. Tomé el dinero que quedaba entre los dos, poniendo de su bolsillo y el mío. Salí de nuevo a la tienda, tomando múltiples prendas grandes de nuestras tallas, después regresé al probador y me metí al de al lado, dándole por arriba las prendas a Cillian.
     Después pagué lo que nos pondríamos y regresé para vestirnos. Ambos salimos completamente cambiados con nuestras cabezas cubiertas por una pañoleta y un vestido nuevo, además de lentes oscuros. Realmente me sorprendió Cillian, cubierto de pies a cabeza parecía una mujer, ayudándole sus facciones finas y cuerpo delgado.
     —¿Me veo hermosa? —preguntó con una sonrisa y una ceja alzada.
     —Cállate.
     Ambos salimos, desconcertando a la guardia de los probadores. Nos fuimos de la tienda con nuestras bolsas con nuestra ropa y las cosas que habíamos comprado del supermercado. Vimos de reojo a los tipos que seguían al otro lado, vigilando la tienda de donde veníamos.
     Bajamos con "normalidad" al primer piso para irnos de una vez, viendo que plan de Cillian había funcionado a la perfección.
     Salimos con éxito.
     Aunque lamentablemente tuvimos que irnos a pie vestidos de esa forma, Cillian se veía incómodo, pero se aguantaba las ganas de quitarse esa ropa por si llegara a ser que nos encontrásemos a esos chicos.
     Fuimos hasta fuera del pueblo, yendo al campo de trigo aprovechando que ya no llovía. Ahí nos dimos las espaldas para cambiarnos, aunque cuando yo estaba por hacerlo, él me detuvo y recargó su mentón en mi hombro, dijo:
     —Tú quédate así, te ves muy bonita... Ahora te diré la verdad sobre mí...

Dos Seres Rotos ©Where stories live. Discover now