CAPITULO II

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Era domingo, aún si no estaban mis padres debería de acudir a la iglesia como parte de mis responsabilidades. Una más, una menos, qué importaba. Llevé a mi hermano conmigo en su carriola, afortunadamente estaba asoleado el día.
     Llegar a la misa fue tranquilo, no era un día tan desastroso como el viernes. Las personas comenzaron a llegar a las once en punto, tomando asiento en las bancas cafés y yo me detuve en mi puesto junto a Katherine, una chica rubia de baja estatura, ojos verdes y labios rosados naturales.
     Estábamos vestidas con un vestido blanco a juego que solo usábamos nosotras como parte del dúo de canto, ella mi coro y yo la voz principal. La misa comenzó a las 11:30, transcurriendo normal hasta que llegó la parte del cántico en la comunión.
     Miré por un segundo al rededor para darme cuenta de un par de ojos que me miraban atentamente y me paralizó ver a Cillian junto a toda su familia en los asientos de en medio. Tragué en seco, no los había visto llegar.
     Llamó mi nombre tres veces Katherine cantando, provocando la risa de los pocos que escucharon. El violinista y el pianista se me quedaron viendo.
     La voz tierna y angelical de mi compañera me hizo darme cuenta que no había cantado mi línea al inicio de la canción, cantando Katherine mis líneas. Me avergonzó de nuevo mis acciones, recapacitando.
     Dejó de cantar, quedando en un pequeño brake con solo el instrumental de fondo. Cillian me sonrió, haciendo un ademán con su mano de que tenía que cantar y señaló al padre, quien tenía una ceja alzada. Después hizo viscos, haciéndome sonreír.
     Cuando comencé a cantar, los ví sorprendidos, sobre todo a Cillian quien recargó sus brazos en la banca de adelante, recargando su mentón en estos. Sus ojos se veían igual de cristalinos que el agua gracias a la luz que entraba por las ventanas. Me veía como si hubiera encontrado algo muy bello, por un momento creí que así lo era.
     Terminamos de cantar, Cillian se levantó para aplaudir y todos se le quedaron viendo con el ceño fruncido, su hermano empezó a reír y su madre le hizo sentarse de inmediato. Me hizo sonreír de nuevo, también sentía mis mejillas arder por eso. Era un bobo.
     Cuando terminó la misa, tomé a mi hermano para meterlo en la carriola e irnos. Pero no podía irme tan fácilmente.
     —Oye, perdón si te dejé en vergüenza, no sabía que no se aplaudía después de un acto tan hermoso.
     —No hay cuidado —murmuré, deteniendo mi andar para mirarlo.
     —De seguro todos pensaron que era un idiota, bueno, tienen un poco de razón en eso. Sabes, y pensar que te veías tan gótica y tenebrosa en la escuela, jamás creí encontrarte aquí.
     —Una coincidencia más, ¿no es así?
     —Sí, esto solo me hace pensar que el destino quiere que nos conozcamos más.
     —¿Crees en eso del destino?
     —Bueno, a veces solo hablo por hablar, ya sabes, un idiota —se rascó la nuca de nuevo sonriendo, un gesto que ya había visto anteriormente—. ¿Vas a algún lado?
     —A mi casa.
     —¿Te gustaría ir a caminar un rato por el pueblo?, podrías ser mi guía turística porque no conozco nada de aquí.
     —Pero tu familia ha de estar esperándote.
     —Nah, les he dicho que se fueran porque iba a dar un paseo por el pueblo.
     —Pero no lo conoces y podrías perderte.
     —Bueno, ya sabes, hago idioteces de vez en cuando.
     Rio, terminando esa risa nerviosa con otra sonrisa que me contagió y terminé sonriendo también. Era un caso perdido este chico, quizás sí era tan raro como lo había pensado, tan raro como yo.
     —¿Y qué dices?
     —Está bien, es lo menos que te debo por las galletas y el chocolate de anoche.
     Comenzamos a caminar en dirección contraria a nuestro camino hacia nuestra casa. La gente se nos quedaba viendo, sobre todo la gente de la iglesia que me conocía. Estaban tan acostumbrados a verme sola que se les haría tan extraño o ridículo que de pronto estuviera conviviendo con alguien.
     —¿Conoces una buena heladería? Si la hay, yo te invito, me muero de ganas de comer un helado por este calor.
     —Creo que hay una a un kilómetro, no estoy segura.
     —¡Qué bien!

Dos Seres Rotos ©Where stories live. Discover now