16. A través de tu agujero

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Me pasé los últimos años de clase en clase, enfocada en aprobar una materia tras otra

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Me pasé los últimos años de clase en clase, enfocada en aprobar una materia tras otra. Mi recorrido habitual era ir de mi habitación a las aulas, de las aulas al comedor cuando me cansaba de comer la comida rápida de Virburguers, y del comedor de regreso a mi cuarto. Jamás pisé el resto de los espacios comunes de la universidad, y el salón Austen entra dentro de esa lista.

Me pregunto si lo bautizaron así porque el espacio parece sacado del siglo XVIII o porque está pegado a la biblioteca: las escaleras de mármol del exterior están custodiadas de por dos hombres cuyas vestimentas invocan el uniforme de la caballería, sus hombreras e insignias combinan con la luz dorada que se vierte sobre ti cuando abren las pesadas puertas dobles. Del techo ovalado y lleno de delicadas molduras cuelgan arañas de cristal, a excepción del centro del salón, donde un candelabro de bronce ocupa tanto lugar que podría tragarse la pista de baile. Sobre ella, decenas de trajes y vestidos coloridos son portados por rostros desconocidos que se deslizan alrededor de las delicadas mesas de aperitivos alumbradas con velas. La luz de la luna, que se filtra a través de los arqueados ventanales de pie a techo, se encarga de brindar luminosidad a los músicos que entregan dulces melodías desde una plataforma rodeada por gruesas cortinas de terciopelo y flores.

Bajo mis zapatos de tacón, los cuales no estoy acostumbrada a usar, se extiende una alfombra que cubre cada rincón, incluso las escaleras que ascienden en todas direcciones y se doblan sobre sí mismas en formas de caracol. Estoy tan absorta en el hecho de que siento que me transportaron a otra época que no le presto suficiente atención al piso.

Tropiezo y me caigo.

O eso es lo que la gravedad dicta que debería suceder, pero no ocurre.

Escucho la tela de mi vestido rasgarse en la retaguardia antes de que dos personas apoyen una mano en cada uno de mis hombros y tiren de mis codos hasta regresarme a mi lugar.

—Gra… —empiezo.

—¿Estás bien, pequeño sol? —me interrumpe una señora de vestido rosa pálido.

Como siguen inmovilizando mis brazos debo soplar mi flequillo fuera de mi rostro para verla.

—Sí, es…

—¿Segura, pequeño sol? —insiste la mujer vestida de verde pastel a mi izquierda, apartándome el cabello de la cara.

Me sobresalto al mirar a una y luego a la otra. Son idénticas. ¿Existe la posibilidad de que me haya caído y esté viendo doble por una contusión cerebral?

—¡Patty, su vestido! —susurra alarmada una al echar un vistazo a mi trasero.

Recuerdo oír el crujido de la tela y trato de tapar el agujero con las manos, avergonzada. Me reprocho no haberme puesto ropa interior acorde a la ocasión.

VirginityDonde viven las historias. Descúbrelo ahora