22. Penetrando (tus sentimientos)

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A veces pienso que las expectativas pueden convertirse en realidades, pero siempre escogen mutar en desilusiones

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A veces pienso que las expectativas pueden convertirse en realidades, pero siempre escogen mutar en desilusiones. El problema en fantasear con que las cosas irán bien es que, cuando te das cuenta de que no es así, tu esperanza ya voló alto y la caída es inevitablemente dolorosa.

Aunque estoy de cabeza a él, observo al señor Mandela con un nudo en la garganta porque nada salió como quería.

Y es mi culpa.

Cuando intentó penetrarme es como si mi vagina hubiera puesto un cartel de “vuelvo pronto” antes de largarse. A pesar de que estaba excitada y quería hacerlo, mis músculos no cedieron ni un centímetro. Intentamos varios minutos, cambiando de posición, pero no hubo caso. Incluso sugerí que intentara con sus dedos para relajarme. Tampoco funcionó. Lo cual no tiene sentido, porque cuando hizo exactamente lo mismo hace unos días lo disfruté un montón.

Mi virginidad debe haberme tomado mucho cariño. Se niega a dejarme ir.

—Lo siento por… —Trago—. Por no poder.

Me aferro las sábanas al pecho en el intento de no llorar. No me animo a ver el rostro de Teo desde hace diez minutos. Ni siquiera cuando regresa de la cocina y se acuesta de nuevo —creo que se fue porque estoy convirtiendo esto en algo incómodo—.

—Virgi, mírame.

Niego con la cabeza.

El colchón se hunde cuando se alza en un codo. Ahueca con suavidad mi mejilla y me obliga a enfrentarlo. Pocas veces lo vi tan serio como ahora.

—¿En serio estás disculpándote por no tener sexo conmigo? —Parece que ni él puede creer lo que pregunta—. Por favor, nunca vuelvas a pedir perdón por algo así. Nunca. A nadie. ¿Entendido?

Mis globos oculares me traicionan al cristalizarse.

—Pero yo sí quería —insisto—. Tenía ganas, por eso me frustra tanto no entender por qué no pude.

Su mano se desliza a mi hombro y me acomoda sobre mi costado, hasta que ambos estamos recostados con nuestras narices casi rozándose. Una lágrima se desliza por la esquina de mi ojo y la atrapa con facilidad.

Parece que burlarme de mi falsa suegra fue mala idea ya que se me pegó su sensibilidad. Mi madre dice que Dios siempre encuentra de devolverte las nalgadas que das.

—¿Te acuerdas que los miércoles ibas a casa para darle particular de matemáticas a Brie? —Me peina el cabello—. Como no teníamos una pizarra lo suficientemente grande para la cantidad de ejercicios que la obligabas a hacer, se metían al baño con dos fibrones y cubrían los azulejos con cuentas. Cuando volvía de fútbol quería bañarme y tenía que sobornarlas para que salgan de ahí.

—Comprabas las oreos con doble relleno.

—Y mientras yo me sentía descaradamente observado por esas funciones cuadráticas que invadían mi privacidad, tú y ella se sentaban en el pasillo con el botín a esperar que terminara. Siempre te oía decirle lo mismo cuando se frustraba.

VirginityDonde viven las historias. Descúbrelo ahora