Capítulo 2

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Yu Jimin, con unos vaqueros salpicados de pintura y una camiseta con las mangas y la mitad inferior rotas, contemplaba el lienzo cuadrado de metro y medio. Totalmente enfrascada, apenas se daba cuenta de que tenía un pincel en la mano. Avanzaba y retrocedía ante la obra inacabada con la mente vacía. Dejaba que el color, el movimiento y la profundidad de las imágenes se formasen sin dirección consciente. Cuando iba a añadir un matiz rojo en una esquina, sonó el timbre de la puerta.

–Maldita sea –murmuró mirando el reloj del extremo opuesto del loft. Pasaba un poco de las ocho de la mañana. Era demasiado temprano para una reunión con Daniel, pero no podía ser nadie más.

No esperaba visitas.

Dejó el pincel y se limpió las manos con un paño suave. Luego se dirigió hacia la puerta mientras colocaba un mechón rubio suelto detrás de la oreja. Cuando, por costumbre, aplicó el ojo a la mirilla, la sorpresa la hizo parpadear y se detuvo con la mano en el pomo.

Volvió a mirar, con el corazón acelerado, y se apresuró a abrir la puerta.

–¡Min! –No intentó ocultar su placer, un fallo raro de su habitual reserva. Jimin había aprendido a no manifestar sus emociones porque sus sentimientos eran el único ámbito privado que le quedaba. Desde que tenía veinte años, su padre había sido una figura pública y, en consecuencia, también ella. Los desconocidos la fotografiaban, escribían sobre ella o querían acercársele, sólo por su padre. Con todo ese bombardeo de atención, nunca sabía si cuidaban realmente de ella o de su reputación. Minjeong había sido distinta, y Jimin le había dejado aproximarse. –No me lo puedo creer. Dios, cuánto te he echado de menos.

A Minjeong se le aceleró el pulso. Habían pasado sólo seis semanas, pero parecían meses. Jimin estaba tan hermosa como la última vez. Se fijó. Los cabellos negros, abundantes y alborotados, caían sobre su rostro como una melena ingobernable. Los relucientes ojos café y una sonrisa capaz de derretir las placas de hielo polar convertían en impresionante una cara de por sí atractiva. El cuerpo engañosamente ligero ocultaba músculos bien tonificados. Y, debajo de todo aquello, una ferviente sensualidad convivía con una voluntad férrea. Increíble.

–Hola, Jimin. –Minjeong deseaba tocarla, pero no podía. No quería hacerle daño, aunque sabía que estaba a punto. Su cara apenas reveló deseo ni pena mientras esbozaba una leve sonrisa.

Jimin se encontraba demasiado inmersa en el placer de verla para percibir la tenue reserva del tono de Minjeong. Extendió la mano, tomó la de la agente y la arrastró hacia el loft, cerrando la puerta de golpe. Al momento, sus manos recorrieron el pelo de Minjeong, sus labios la boca de ella y su cuerpo se apretó contra el de Minjeong, acorralándola junto a la pared. Cuando dio satisfacción temporal a la necesidad de saborearla, se apartó un milímetro y susurró:

–Lo he echado tanto de menos... Parece una eternidad.

–Jimin... –Minjeong hizo un enorme esfuerzo para controlarse. El inesperado ataque se había grabado en su cabeza. Y en otros lugares. El deseo formaba un nudo en su estómago, y le hervía la sangre. Se sentía hinchada y lena de excitación. Cabeceó para calmar su deseo. Tenía que decírselo, y enseguida, porque le faltaban fuerzas para resistir. No quería resistir. –Yo...

–¿Cuándo has vuelto? –Jimin abrazó a Minjeong por la cintura y apretó las caderas contra ella–. Creí que seguías con ese caso de Ulsan. ¿Ya lo has resuelto? – Mientras hablaba, Jimin empezó a desabotonar la camisa de Minjeong con una mano. Pensaba pasar el día pintando, pero eso había sido antes. Le temblaban los dedos de lo loca que estaba por ella. Sólo habían pasado unos días juntas, semanas antes. Cinco breves días después de casi un año de negar la creciente atracción que había entre ellas. Minjeong se había ido a Ulsan, y Jimin había acompañado a su padre al sudeste de Asia. No hablaron del futuro –no habían tenido tiempo–, pero nada de eso importaba en aquel momento. –Dios, cómo te deseo –susurró Jimin con voz ronca. Nadie, nadie la había hecho sentir así antes, desear de aquella forma o sufrir tan profundamente. Era más que sexo, más que intimidad.

명예의 유대감 // 2Donde viven las historias. Descúbrelo ahora