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El agua caliente logró relajar por un gran rato a la castaña después de estar más de veinte minutos debajo de la regadera. Mientras disfrutaba de su baño, Jenna alejó sus pensamientos de todo lo que estaba sucediendo y por unos momentos fingió estar en su departamento en Nueva York en lugar de estar en Sitka.

Después de exprimir un poco su cabello para que no estuviese tan húmedo, Jenna volteó hacia la puerta corrediza que separaba la regadera del lavado e inodoro y descubrió que el vidrio estaba totalmente empañado por el vapor que había provocado el agua caliente; así que, con una mueca en el rostro, la castaña levantó su mano y limpió un poco el vidrio.

—¿Dónde están las toallas? –Dijo frunciendo el ceño al percatarse de que no había señal alguna de que hubiese toallas dentro del baño.

Sin razonarlo mucho, Jenna abrió la puerta corrediza y salió corriendo de puntitas hacia el lavadero, donde debajo había tres puertas, las cuales comenzó a abrir con la esperanza de encontrar una toalla dentro de ellas.

—Aquí no. Aquí tampoco –erró la segunda puerta y abrió la última –Aquí menos Ugh, ¿dónde están las toallas? –Se levantó y vio una toalla de manos a un lado del lavabo –¿Esta es la única toalla? Es ridículo, no me puedo secar con esto –Se quejó mientras pasaba la toalla por su rostro y cuello.

Mientras la morena batallaba dentro del baño en busca de una toalla, fuera de este, la puerta de la recamara se abrió y una muy sudada morena se adentró en ella.

Estar cortando trozos de madera por un buen rato la llenó de sudor y le provocó un cansancio extremo en los brazos, por lo que la pelinegra decidió que una buena ducha podría ayudarla a relajarse después de haber estado desquitándose con la madera, así que luego de entrar a la habitación en que había dormido la noche pasada, con total pereza y sin dejar de tararear lo que estaba oyendo, Maya se acercó a un armario y sacó un par de toallas de baño, para después cerrar y votar una de las toallas en la cama y la otra llevársela con ella hacía la pequeña terraza que daba al jardín trasero.

Al escuchar tanto ruido fuera del baño, Jenna se quedó inmóvil por unos segundos.

—¿Hola? –Habló lo más fuerte que pudo.

La morena esperó recibir una respuesta, pero al no oír a nadie contestándole, decidió que sería mejor verificar ella misma si había alguien dentro de la habitación, por lo que sin soltar la pequeña toalla de las manos se acercó a la puerta y la abrió con cuidado.

Lo primero en lo que sus ojos hicieron contacto después de asomar la cabeza por la puerta fue la respuesta a sus plegarias. Frente a ella, a un par de metros, se encontraba un armario abierto lleno de toallas de baño de color blanco brillante; así que, tomando la pequeña toalla en sus manos para cubrirse su zona íntima y pasándose las manos por los pechos para cubrirlos, la castaña no lo pensó mucho y salió del baño en dirección al armario.

Antes de siquiera acercarse en lo más mínimo al armario, Kevin apareció de la nada y comenzó a ladrarle sin parar a la morena, quien simplemente retrocedió y volvió a meterse en el baño.

—Oye, oye, tranquilo –Se alejó un poco más al ver que el perro no tenía intenciones de dejar de ladrar –Sólo déjame agarrar una toalla. Sólo necesito una toalla —Trató de rodear al perro, pero el pequeñín fue más listo y le cerró el paso —Está bien, perdón. Lamento haberte ofrecido como alimento al águila –Se disculpó.

Como si realmente le entendiera, Kevin ladró aún más fuerte y Jenna se metió dentro de la tina de cerámica para protegerse de un posible ataque canino.

—¡Perdóname! –Le gritó.

Afuera de la habitación, en la pequeña terraza; la morena, ajena a todo lo que estaba sucediendo entre Kevin y Jenna, se despojaba poco a poco de su ropa.

𝙇𝘼 𝙋𝙍𝙊𝙋𝙐𝙀𝙎𝙏𝘼 [JENNA ORTEGA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora