CAPÍTULO 3

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Mi respiración se cortó por unos largos segundos y unas últimas gotas tocaron mi barbilla. Un pitido rezumaba mis oídos. Todo parecía haberse congelado alrededor.

"Cumple su deseo". Balbuceó mi conciencia de nuevo.

Algo milagroso me impulsó a reaccionar.

Utilicé las palmas de mi mano como pañuelo. Me rehusé a dirigir una última mirada a Lorena, hacerlo me destrozaría. Pensé que a ella no le hubiera gustado que mi recuerdo final con ella fuera ese. Con ella... Inerte... Muerta...

Mis pasos apresurados llegaron al pequeño jardín. Tomé las primeras flores que encontré, unas pequeñas margaritas. Entré en casa y las deposité sobre el pecho de Lorena. Intenté ser fuerte y no romper a llorar de nuevo, intenté reprimir mis sentimientos como siempre lo hacía.

Cogí el móvil y la mochila como si fuera un día normal. Me limpié el maquillaje corrido y una vez estuve lista salí corriendo dejando que el viento me azotase en la cara. Ahora entendía por qué la gente amaba tanto correr. Cada pensamiento parecía llevárselo el aire. Mis piernas iban tan rápido que parecían volar, sin embargo a diferencia de todas las veces que había corrido en mi vida, esa no me cansé. Por muchos pasos o kilómetros que corriera no era capaz de sentirme agotada, solamente liberada.

Cuando llegué al instituto todo parecía igual que siempre, incluso la gente se reía y bromeaban entre ellos, en ese momento no me encontraba capaz de hacerlo. No sería apta para volver a sonreír nunca más. Mi cuerpo estaba ausente de energía, yo seguía viva pero algo dentro de mí acababa de morir con Lorena, algo que estaba segura de que me marcaría hasta el final de mis días. Siempre había pensado en que si ella pereciera yo no sería lo suficientemente fuerte como para ver la luz. Sin embargo ahí estaba fingiendo que todo iba bien, cumpliendo su último anhelo, porque se lo debía con todo mi ser.

Una voz conocida me sacó de mis pensamientos. Sam; mi mejor amiga desde los once años. Ella me miró con preocupación.

—¿Te has peinado esta mañana? Pareces un león—dijo riendo a carcajadas. A diferencia del mío. Su pelo negro estaba planchado a la perfección y emitía un brillo que cualquiera hubiera necesitado gafas de sol para mirarlo directamente.

—He venido corriendo— traté de sonreír pero los músculos de todo mi cuerpo estaban demasiado tensos.

—¿Corriendo? ¿Es que estás enferma?—dijo a la vez que ponía la mano en mi frente— Tú no correrías ni aunque te persiguiera el diablo.

Le aparté la mano de un golpe.

—Supongo que esa es la única explicación posible.—aquello tenía un significado más profundo para mí—.Pronto sonará el timbre, ¿por qué no entramos?—comenté escabulléndome de la conversación.

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Los peligros de confiar #1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora