CAPÍTULO 11

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Sam me miraba los dedos de la mano, esperando una señal. Uno, dos y tres (marqué).
Ambas salimos disparadas como balas, corriendo hacia la izquierda. Ni siquiera había hecho falta ponernos de acuerdo, nos conocíamos tanto que era como si pudiésemos leernos la mente tan solo con miradas.

Mis pies rozaban contra el suelo con suavidad y los nervios que sentía me hacían evaporar con un simple "pluf" cada pensamiento que fuera distinto al de escapar de allí con vida. Tenía la piel erizada y mi respiración iba al ritmo del corazón que enterraba en el pecho. Iba muy rápido. Con unos ojos fugaces, fui capaz de percibir un cuerpo, una sombra humana que se proyectaba en mi dirección. El pelirrojo había aparecido delante nuestra. No podíamos seguir avanzando, nos estaba cortando el paso.

Sam siguió corriendo como si eso no le importase. En el momento en el que el chico intentó pararla, ella lo esquivó con una agilidad increíble. No me permití detenerme, tal y como Sam lo hacía. Sin embargo eso no fue de ayuda, de repente el chico se encontraba delante de ella. Mordía su labio ocultando una sonrisa. ¿Cómo era eso posible? Yo misma había visto cómo mi amiga lo dejaba atrás mientras, a grandes zancadas, y conseguía permanecer a salvo.

Atrapó a Sam en cuestión de segundos. Fue un abrir y cerrar de ojos, literalmente. Pestañeé y la escena siguiente que se proyectó en mi mente, fue ella en los brazos del enemigo. Él no se molestó en fingir que había sido complicado. No parecía siquiera cansado.

Joder, ahora era mi turno, debía hacer algo. De lo contrario, nunca más podría aprender cosas nuevas. De lo contrario, nunca podría volver a descubrir un nuevo mundo en ningún libro. Nunca podría volver a molestarme por los estúpidos comentarios de mis compañeros de clase. Nunca podría volver a encerrarme en mi habitación e imaginarme que sería de mí si hubieran ocurrido cosas distintas en el pasado. Si mi madre viviese conmigo, si mi padre nunca hubiese desaparecido...

Observé el panorama que me rodeaba. Yo me mantenía quieta, sin mover un sólo músculo, paralizada. Todos los otros chicos parecían imitarme. No intentaban atacar; esperaban que admitiésemos nuestra derrota. Jacob tenía una expresión de pena que intentaba disimular enterrando su rostro con la gorra. La rubia estaba totalmente calmada, como si eso ocurriese todos los días. Luego estaba el mayor, este parecía muy divertido. Me atrevería a decir que incluso más que el otro de cabello anaranjado. Le provocaba mucha gracia ver cómo caíamos en sus garras. El pelirrojo clavó sus ojos directos en los míos. De seguido, me dio un repaso y tornó más sus labios hacia arriba. Quise golpearle y hacer que dejara de sonreír con picardía. Olvidaba la parte de que mis pies no se despegaban del suelo.

Al analizar la situación supe bien quiénes eran los conductores y quiénes los pasajeros. Sus caras gritaban victoria, incluso cuando un rayo de Sol se posó en la frente de la muchacha, casi divisé cómo la luz escribía en su frente unas palabras de orgullo.

—Rendíos, no podríais contra los cuatro ni aunque quisierais. De hecho me resulta increíble que aún sigáis con vida por este bosque—ahora el Sol acarició los dientes del pelirrojo. Pero yo no me fijaba en él, me fijaba en quien habitaba oculta entre sus brazos, atrapada con fuerza. Sam. Esta forcejeaba para que él la soltara. Y cuanto más se movía, el chico más le apretaba.

Volví a notar esa sensación de rabia profunda, y una oscuridad me envolvió el cuerpo. Sin poder evitarlo comencé a elevarme del suelo con facilidad. Demasiada facilidad para ser algo imposible. No, esta vez sería yo la que me controlara, no ella a mí. Los pies volvieron y se toparon con la tierra de una forma ruda. Mi pelo seguía flotando en el aire como las olas del mar. Cada mechón se zarandeaba a su placer mientras bailaba una delicada danza sobre las sombras que salían de mi cuerpo. Negras y hambrientas.

Volví a dirigir mi mirada a cada uno de los integrantes de aquel grupo.
Al que antes la situación le parecía graciosa ahora ya no parecía divertirle demasiado. En su cara se podía identificar algo llamado pánico. Algo bastante útil cuando es tu enemigo el que lo siente.
El miedo era una herramienta poderosa, una que superaba con creces a las demás emociones.

La de cabellos dorados no retiraba sus ojos de los míos. No era lo suficiente valiente como para amenazarme con palabras, así que lo hacía con aquellas inmensas pupilas de color azul intenso. Me sentí satisfecha cuando vi que su pecho subía y bajaba con fuerza de la impotencia.

Jacob simulaba estar ausente. Pero en un instante, cuando su verde esmeralda conectó con mi oscuro negro, demostró lo contrario. Parecía querer mostrarme su aprobación de alguna manera, por muy loco que sonara. El brillo en aquellos ojos era muy distinto al de los demás. Esos no estaban aterrados, no estaban intentando apartarse de mí. Sino que estaban intrigados, mirándome con misterio. Y por un momento incluso detecté asombro, asombro bueno. Seguramente eran alucinaciones mías.

El otro seguía sujetando a Sam. Con la misma cara de engreído.

—Suéltala—añadí con voz firme. Ahora ya estaba más segura. Aquellas...habilidades me hacían sentir mejor. Más fuerte. Y ellos mismos me demostraban que imponía. Disfrutaba de su miedo.

—Haz lo que dice—Jacob tenía una expresión neutral, a diferencia de sus ojos maravillados. ¿Por qué no me vislumbraba como lo que era; un bicho raro? ¿Lo hacía para burlarse? Sí, era lo único que podía ser.

El chico soltó a Sam, que vino con calma a mi lado. Vi como a cada paso que daba, su cuerpo temblaba amenazando con derrumbarse.
Me apresuré a alcanzarla y agarrarla por el brazo, evitando así que se cayera.

—Ahora nos vamos a ir. No intentéis seguirnos o....Digamos que.... Lo pagaréis.—Proclamé mi victoria mirando a la rubia, quien pocos minutos antes había dicho aquello con aire triunfante.

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Los peligros de confiar #1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora