𝐶𝐴𝑃𝐼𝑇𝑈𝐿𝑂 𝑉𝐼𝐼: 𝑊𝑒 𝑙𝑎𝑢𝑔𝘩𝑒𝑑 𝑠𝑜 𝘩𝑎𝑟𝑑 𝑖𝑡 𝑤𝑜𝑢𝑙𝑑 𝑠𝑡𝑖𝑛𝑔.

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"¿Por qué debería estar triste? He perdido a gente que no me amaba. Pero ellos perdieron a alguien que los amaba".    

–Mario Benedetti.


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¿𝗣𝗼𝗿 𝗾𝘂𝗲́ 𝘁𝗲 𝗰𝘂𝗹𝗽𝗮𝘀?

Esas palabras. La impaciencia en su corazón se acentúa cada vez que se repiten como un eco lanzado al vacío.

𝗦𝗲́ 𝗳𝗲𝗹𝗶𝘇. 𝗠𝗲𝗿𝗲𝗰𝗲𝘀 𝘀𝗲𝗿 𝗳𝗲𝗹𝗶𝘇.

Las intoxicadas mariposas las que residen en su interior, le hacen cosquillas con su torpe vuelo, están buscando al amor perdido que las hizo volar alguna vez.

𝗬𝗼 𝗲𝘀𝘁𝗮𝗿𝗲́ 𝗯𝗶𝗲𝗻.

Horacio. Definitivamente esa es su voz.

El comisario anhela con todas sus fuerzas correr detrás de ella y asegurarse de que la promesa que le susurra en repetición es real, porque, para encontrar su propia paz, necesita que él esté bien.

𝗡𝗼 𝗺𝗲 𝗼𝗹𝘃𝗶𝗱𝗲𝘀... 𝗽𝗼𝗿 𝗳𝗮𝘃𝗼𝗿.

Tras esa despedida fugaz que sabe a una eternidad en condena, una bocanada de aire le devuelve los sentidos y el extranjero abre los ojos por fin.

La avasallante luz del sol lo priva del sentido de la vista, pero eso no impide que  Volkov se levante hasta quedar sentado. Grave error. La resaca del día anterior inmediatamente desata un insoportable dolor de cabeza que va y viene en aumento de un sitio a otro. Son como los pitidos de una bomba antes de estallar, aunque más allá del desastre que es su estado y aspecto, algo más despeja su malestar.

La reminiscencia de un recuerdo lo golpea con tal fuerza que sus dedos flotan sin permiso hasta alcanzar el borde de sus labios, pálidos como la porcelana blanca.

Es una ironía demasiado cruel que su imaginación le haya traicionado con la más bella de las ensoñaciones, pero su despedida... aquel beso robado, efímero y dulce, se sintió tan real que su corazón todavía late a ritmo acelerado.

El aroma a café y vainilla que flota en el aire hace gruñir a su estómago, lo trae de vuelta a la realidad con tal sonido, y sólo en ese momento Volkov se pregunta a quién pertenece el salón hogareño en el que despertó.

Falto de un equilibrio sobrio y estable, se pone de pie con intención de buscar al dueño de ese refugio, sin embargo, los anfitriones peludos que viven en esa casa son los primeros en notar su presencia.

El primero de ellos es de gran tamaño y tiene pelaje dorado, es un amistoso golden que, además de olfatearlo sin cesar, se apega a él como si se conocieran de toda la vida. El otro tiene vasto pelaje blanco y negro, como una ficha de dominó, un husky travieso que salta sobre él, derribándolo de nuevo sobre el sofá en el que durmió la noche anterior.

Volkov, que sonríe enternecido, se anima a acariciarle con suavidad y poco después, con algo más de confianza, le rasca la parte trasera de las orejas, descendiendo poco a poco hasta la placa dorada que pende de su cuello.

—Priviet, Rex.

La respuesta que recibe es un ladrido acompañado de lo que parece ser una amigable sonrisa canina. El otro perro simplemente observa su interacción con la cabeza ladeada y las orejas gachas como si él también esperara algo.

—Nauta, Rex. Esa no es forma de tratar a un invitado.

Al alzar la mirada, Volkov descubre que el dueño de ese reproche no es otro que su primer comisario.

𝐷𝐼𝑆𝐸𝑁𝐶𝐻𝐴𝑁𝑇𝐸𝐷Donde viven las historias. Descúbrelo ahora