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Natalia.

En mi cabeza todo sucede muy deprisa.

Me estoy poniendo nerviosa y temo que mis emociones viajen más allá de mi cuerpo. Lo último que necesito es que se den cuenta de que tengo la boca seca, el pulso acelerado y la respiración entrecortada, que me sudan las manos, me tiembla la pierna derecha y me palpita el párpado izquierdo. Aprieto el puño y clavo mis uñas en la palma de mi mano para reprimir la ansiedad que, de un momento a otro, se apodera de mí. Sé que más tarde me arrepentiré de haberlo hecho. En mi piel habrá marcas en forma de semilunas que escocerá y tendré que curar para que no se infecten.

Trato de evadirme de la realidad por unos segundos, conectar con la parte consciente de mi cerebro y no hacer caso a los malos recuerdos, pero cuando me doy cuenta soy el centro de atención. Todos me están mirando. Finjo que no me importa, que me es indiferente cómo sus ojos se clavan en mí y su subconsciente me juzga, pero sólo yo sé que no es así, que, en realidad, mi mente me está haciendo creer que me miran porque se están fijando en cada pequeño detalle, en cada defecto; que él, el chico de la chaqueta de cuero y cabello oscuro recién cortado que lleva inmóvil delante de mí desde hace unos instantes, se ha dado cuenta. Me gustaría afirmar que mira mi pómulo con detenimiento porque es una táctica para ligar conmigo y que el moratón no es visible. Pero no puedo.

Hago memoria y repito en mi cabeza los consejos de mi psicóloga. Me centro en mi respiración y uso el intenso olor del perfume de Dylan, que se quita la chaqueta y la deja colgando sobre su brazo, para olvidar lo que me rodea, pero no es suficiente. Los síntomas empeoran y yo soy la única que puedo controlarlos, pero me doy por vencida. No funciona.

Esta vez han podido conmigo.

Hago un barrido rápido de la sala. Agus, el único adulto mayor de cuarenta años está apoyado en el canto de su mesa y mis nuevos compañeros, que forman el elenco de la película que voy a protagonizar, permanecen de pie de forma estática. Cada uno adopta la postura que le parece más cómoda, menos Zack, que, sin preguntar, me pasa el brazo por los hombros y me hace un gesto pícaro, mientras señala a Dylan con el dedo índice bien estirado.

—¿Qué te parece tu futuro novio?

Su voz me hace salir del trance en el que estaba envuelta y le miro de reojo con precaución. Nos conocemos desde hace cuatro días y, aunque no ha dado indicios de ser mala persona, recuerdo todos los comentarios que familiares, conocidos y amigos hacen, refiriéndose al monstruo de mis pesadillas, cómo la bella persona que dice ser. No digo que Zack sea así, pero no tengo la certeza para poder decir lo contrario. No sé quién es y él tampoco sabe quién soy yo. De saberlo, no creo que la idea de permanecer cerca de mí le agrade en absoluto.

Salgo corriendo, me choco con Dylan, que ni se inmuta, y me encierro en el lavabo. En otro momento me hubiera girado para disculparme, pero, por primera vez solo puedo pensar en mí. Cierro la puerta de un portazo y corro el cerrojo. Me dejo caer sobre la madera, resbalando mi espalda hasta llegar al suelo y abrazo mis rodillas con fuerza. Oprimo mi pecho contra mis muslos, necesito que el dolor desaparezca. Mezo mi cuerpo. Las voces de mi cabeza, los platos rotos en el suelo y los golpes a los diferentes elementos que forman un hogar convierten mi mente en una puta condena. Finalmente, me llevo las manos a la cabeza y acabo cubriendo mis oídos con mis manos con la esperanza de que eso consiga devolver el silencio a mi cordura.

Desde abajo, alzo la cabeza y observo los muebles que forman el baño. Parecen enormes, como si fuera una hormiga en medio de Nueva York, rodeada de rascacielos que tocan las estrellas desde la última planta del edificio. En este caso, me hago tan pequeña que me triplican la altura. Afuera cuchichean. Me cuesta distinguir las voces y asociarlas a cada uno de mis compañeros. No sé si quiero saber lo que están diciendo de mí. Prefiero vivir en la ignorancia.

Nosotros Nunca [YA EN PREVENTA]Where stories live. Discover now