El incendio.

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Luz entró en el edificio de estilo moderno decorado a base de contrastes entre blancos y negros y se le formó un nudo en el estómago. Nunca había estado en un lugar con tanta clase. Poder trabajar en aquella escuela de cocina era un sueño hecho realidad gracias a Carmen. Se miró el reloj, impaciente. El ambiente festivo comenzaba a hacerse notar; los invitados iban con sus mejores galas, los canapés abundaban en todas las mesas colocadas con una organización impoluta y una música Jazz de fondo amenizaba la velada. Observó su reflejo en una puerta de cristal y comprobó que cada detalle estuviese perfecto: su pelo moreno y ondulado caía hasta sus hombros, por suerte no se había encrespado a pesar de la humedad que proporcionaba la tormenta que amenazaba con caer, y el vestido verde caía con gracia por su cuerpo. Se había dejado una pasta en él pero era dinero bien invertido, quería que todo saliese perfecto aquel día.

Recibió un mensaje de Carmen pidiéndole si podía pasar por su despacho, el de la directora, al fondo a la derecha. Luz hizo lo propio, caminó con más seguridad de la que sentía en realidad por aquellos pasillos brillantes hasta dar con la puerta y sin más la abrió de par en par. Lo único que pudo ver fue un reflejo de cabellos rojizos y piel desnuda que no supo (ni quiso) identificar antes de que la puerta chocase contra el marco y quedase apenas a un par de milímetros de la punta de su nariz.

—Joder, no hay manera de cambiarse en este sitio sin que vengan a tocar las narices.

Luz, que aún tenía la mano en el picaporte, dio un respingo cuando oyó un ruido a su espalda.

—Tranquila, que soy yo. Veo que sigues confundiendo la derecha y la izquierda.

Delante tenía a Carmen, su rostro reflejaba una mayor madurez pero sus rasgos seguían siendo tan dulces y su cabello tan rubio como la última vez que la vio. El vestido rojo y largo realzaba su tez blanca. Antes de poder decir nada se abalanzó a ella y la abrazó, rodeándola por la cintura. Siempre le había dado mucha ternura como la cabeza de su amiga quedaba por debajo de su barbilla debido a la diferencia de altura. Cuando se separó, se puso de puntillas para darle un beso y Luz interpuso su mejilla antes de que pudiera llegar a sus labios.

—Perdón, es la costumbre. —Se sonrojó Carmen con gesto de verdadera disculpa.

—No te preocupes, es normal. —Luz intentó no mostrar la incomodidad que aquello le produjo y le quitó hierro—. ¿Cuánto tiempo ha pasado? ¿Cinco años?

—Casi exactos, sí. Eres muy cara de ver. — Rio—. Tengo que ponerte al corriente de todo, ¿sabes que Sara se va a casar?

—¿En serio? Siempre decía que odiaba el matrimonio.

—Ya ves, el amor lo puede todo. —Colocó una mano encima de la suya—. Pero primero cuéntame, ¿qué tal el pueblo? ¿Te gusta?

—Llegué ayer por la tarde así que no he podido ver mucho pero parece bonito, un lugar con encanto.

—Parece pequeño pero en Vera hay de todo, ya lo verás.

Un ruido se escuchó en la habitación que había a su espalda y Luz sintió la necesidad de huir de allí por miedo a tener que confrontar a la persona que había en ella y morirse de la vergüenza.

—¿Te apetece que vayamos a la fiesta? —dijo lo más casual que pudo—. No puede ser que falte la directora a la fiesta de inauguración del nuevo curso académico.

—Por supuesto, todos deben estar intrigados por ver a la flamante nueva profesora.

—¿Saben que vengo?

Carmen no contestó, se limitó a levantar las cejas mientras sonreía, en ese gesto tan suyo de malicia divertida y entrelazó su brazo con el de Luz para dirigirla al hall, donde empezaba a gestarse el barullo.

Maridaje (Luznhoa AU)Where stories live. Discover now