El viaje (II): La verdad sobre Manhattan

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Un leve cosquilleo en su mano derecha la ayudó a despertarse. Recordó haberse dormido en el sofá pero no haber subido a la cama y por la posición en la que su cuerpo descansaba tampoco parecía estar sobre un colchón. La luz atravesaba sus párpados aún bajados. Prestó atención al tacto en su mano, eran movimientos repetitivos que formaban círculos en su dorso, caricias lentas y cariñosas realizadas con el cuidado y la precisión con que se limpia el cristal de Bohemia. No pudo contener una sonrisa ante ese gesto tan íntimo. Sentía mucho más en aquel gesto delicado que en lo que en lo que había considerado noches de pasión desenfrenada. Ahora todo aquello quedaba diluido y difuso ante aquellos sentimientos que la abrumaban. Respiró hondo para poder sentir su olor de nuevo, la hacía sentir como en casa a pesar de estar a cientos de kilómetros de ella. Era la primera vez que dormían juntas y creyó haber descansado más en aquel sofá que en todas las demás noches de sus veinticuatro años. Sabía que tenía que ser Ainhoa porque ella le hacía sentir cosas que nunca había experimentado hasta ahora. Tenía que ser ella.

—Buenos días, dormilona.

—Buenos días. —Levantó la cabeza y Ainhoa la miraba desde arriba. Sonrieron, avergonzadas por esa proximidad. Luz estaba apoyada en su hombro y la envolvía con su brazo—. ¿Cómo sabías que estaba despierta?

—Te ha cambiado la respiración.

—¿Llevas mucho tiempo observándome o...?

—Nah. —Negó con la cabeza—. No el suficiente. ¿Has dormido bien?

—Creo que no he dormido tan bien en mi vida.

—¿Y eso?

—Seguro que ha sido por el sofá. ¿Y tú?

—Pues creo que tampoco había no-dormido tan bien nunca.

—¿Por el sofá también? —Ainhoa asintió. Tenía las ojeras un poco marcadas y estaba despeinada, sin embargo estaba tremendamente atractiva. No le importaría despertar con estas vistas cada mañana—. ¿Te he molestado mucho?

—Que va, sólo tengo el brazo un poco dormido pero no pasa nada. —Ainhoa la frenó cuando intentó levantarse—. No te muevas, por favor, me apetece estar así un rato más contigo.

—Pero te estoy haciendo daño.

—No. —Siseó para callarla cuando iba a hablar—. Estoy perfecta así.

—¿Sabes que eres una almohada muy cómoda?

—¿Del uno al diez? —Bromeó Ainhoa.

—Está muy feo eso de calificar a las personas.

—Claro que sí, ¿por quién me tomas? —Ainhoa movió su mano para acariciar la cara de Luz. Delineaba su pómulo, bajaba hasta su mandíbula y dejaba pequeños roces en la comisura de sus labios. La más pequeña estaba algo dormida aún pero cuerpo empezó a reaccionar ante su tacto, como si fuese Ainhoa la que mandaba en su cuerpo y ella sólo fuese una mera espectadora de lo que decidiese hacer. El primer impulso de Luz fue besar la punta de sus dedos y así lo hizo. Ladeó ligeramente la cabeza para que el centro de sus labios se encontrase con su dedo índice y un cosquilleo recorrió todo su cuerpo hasta sus pies. Ainhoa miró aquella escena sin poder moverse, tenía la boca entreabierta y su garganta se secó por completo. Quiso rodear su cara y acercarla para cerrar esa distancia que las separaba y devorar sus labios pero el miedo se apoderó de ella, ese con el que llevaba tanto tiempo viviendo, y en lugar de hacer nada se limitó a carraspear y dijo—: Por eso te pido que califiques a una almohada. —Su voz sonó rasgada pero aceptable.

—Tú eres siempre un diez, Ainhoa. Y como almohada también. —La manera en la que Luz masticó su nombre le dio cierta solemnidad a sus palabras y no tuvo otra opción que creerla.

Maridaje (Luznhoa AU)Where stories live. Discover now