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Natalia.

—¿Sabes que usar el móvil durante un vuelo sin poner el modo avión aumenta las posibilidades de que suframos un accidente aéreo?

—Sí —respondo, con los ojos cerrados. Presiono el botón de apagado del móvil—. ¿Y tú sabías que mirar lo que hace otra persona en su móvil atenta contra su privacidad?

—No me gustaría morir. Tengo muchas cosas por hacer, muchos sueños por cumplir...

De forma automática, ladeo la cabeza hacia la izquierda y lo observo con detenimiento. Dylan tiene los ojos cerrados. Me gustaría preguntarle acerca de sus sueños, indagar en ellos, saber cuáles son. ¿Qué tantas cosas le quedan por hacer en la vida? Opto por no decir nada, no creo que quiera seguir hablando conmigo ni... compartir con una desconocida sus inquietudes, gustos y aficiones.

Su chaqueta de cuero cubre sus piernas y parte de la mía. Me fijo en la ajustada y oscura camiseta que se adhiere a la perfección al torso, en la pulsera plateada que rodea su muñeca, en los cuatro anillos que cubren sus dedos y en la cadena que cae sobre su cuello. Tiene un tatuaje en el brazo. Es una serpiente y se parece mucho a la que tengo tatuada en la cadera. Me intereso por descubrir los secretos de su cuerpo. En el otro brazo asoma una enredadera con rosas de color rojo. Son bonitas y una de ellas le da un aire a la que tengo tatuada en las costillas. La mía está sin colorear. Prometí que la llenaría de color el día que volviera a creer en el concepto de amar como arte abstracto.

Quedan cuarenta minutos para que dé comienzo el aterrizaje y estoy empezando a ponerme nerviosa. Me da miedo volar, bueno, más bien pánico, en el vuelo de Madrid a Los Ángeles tuve que pedirle tres chupitos se cualquier botella de alcohol capaz de hacerte olvidar. Viajar al lado de Dylan me transmite cierta seguridad. Él parece tranquilo, no creo que lo estuviera si algo en el avión funcionara de forma incorrecta, pero justo en el momento en el que me decido a abrir el paquete de galletas de chocolate que me regaló Zack justo antes de subir al avión, atravesamos una tormenta y comienzas las turbulencias.

Por megafonía las azafatas ordenan, con mucha calma, que abrochemos los cinturones de seguridad y permanezcamos en nuestro asiento. Decido quitarme los auriculares. Todos los pasajeros siguen las indicaciones sin rechistar. Me giro hacia Dylan para buscar el cinturón y cuando doy con él, me topo con su mirada de vuelta. Sus ojos me sonríen.

—¿Ves como era peligroso el modo avión?

—No ha sido mi culpa —mascullo.

—Yo no he dicho eso —se excusa—. Lo que no entiendo es ¿Quién decide prestarle atención al móvil pudiendo disfrutar de la experiencia que es volar al completo? Puedes estar cuatro horas aislada del mundo. Solo tú, tu música y el cielo.

—No me gusta volar —me limito a decir.

—¿Tienes miedo? —pregunta, con el rostro serio. No sé si detrás vendrá esa típica frase con la que se mofe de mí por tenerle miedo a volar, pero al ver que no respondo, solo pienso, rodea mi brazo por debajo del mío y, sobre el reposabrazos entrelaza su mano con la mía—. No sé si servirá con ayuda, pero en caso de morir, no lo haremos solos.

No me da tiempo a reaccionar. Sin respuesta por mi parte, bajo la cabeza hasta nuestras manos, que permanecen juntas como nunca antes había visto a dos personas. No estoy acostumbrada al contacto físico, la barrera de acero que interpuse el primer día que el monstruo de las pesadillas me puso una mano encima agrupa a todo el mundo. Me dan miedo los abrazos, los besos, las caricias, las muestras de cariño... mi cuerpo se tensa cuando alguien se acerca más de lo normal. He tenido que hacer un esfuerzo inhumano para no desmayarme cuando Agus no se decidía a apartar su mano de mi hombro. Y de repente estoy atada a un desconocido, pero siendo más libre que ninguna otra vez.

Nosotros Nunca [YA EN PREVENTA]Where stories live. Discover now