Capítulo VI

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Las seis de la mañana. La hora del cambio de turno en la sala de vigilancia, lo que significaba que durante unos cinco minutos no habría nadie controlando las cámaras de su mansión. Bendito café que el turno de mañana solía tomarse antes de fichar.

Atravesó los desiertos pasillos de la mansión de puntillas. Menos mal que no era un ladrón porque habría podido robar hasta las cortinas del salón. ¿Debería decirle a su jefe de seguridad que reforzará la vigilancia por la noche? Sería lo lógico, pero eso le complicaría escapar. Aunque era interesante pensar nuevas rutas para salir de la mansión. Un reto. Y él nunca rechazaba uno, los buscaba.

Casi exclamó su alegría al verse fuera del edificio principal. La brisa de la mañana sobre su cara provocó su sonrisa y le trajo el olor a la lavanda recién plantada. Le recordaba al parque de al lado de su casa. Lo echaba de menos. Pronto podría estar allí, solo le quedaba atravesar el jardín y abrir la puerta de la alambrada. Un poquito más y lo conseguiría. Solo unos pasos…

—Buenos días, señor presidente. ¿Va a algún sitio?

—Buenos días, jefe de seguridad —masculló—. Quería salir a comprar unos pasteles. Tengo antojos, ¿sabe? ¿Sería tan amable de abrirme la puerta? —pidió con su mejor sonrisa y Agoney se esforzó por no reír ante la cara de niño bueno que no había roto un plato en su vida.

—Me temo que debo negarme, señor presidente.

—Quiero pasteles para desayunar.

—Y yo que fuese un presidente obediente. Todos queremos cosas que no podemos tener.

—La diferencia es que yo soy tu jefe y quiero pasteles.

—Podemos discutir el concepto de jefe en otro momento. Y si quiere pasteles hay en la cocina.

—No quiero pasteles de la cocina. Quiero salir, dar un paseo, sentir la brisa sobre mi piel. ¿Sabes a qué me refiero?

—Puedo soplarte si quieres para que te dé el aire.

Raoul apretó los labios y cruzó los brazos sobre su pecho. Su enfado creció cuando una sonrisa socarrona se dibujó en los labios de Agoney.

—Podría subirte el sueldo.

—Punto uno, usted no me paga. Punto dos, espero que eso no sea un intento de soborno porque no sería apropiado de un presidente tan íntegro como usted.

—Puedo despedirte.

—Ya hablamos de esto y por suerte mi trabajo no depende de usted.

—¿Por suerte para quién?

—Para mí, por supuesto.

—Me caes fatal, ¿lo sabes?

—El sentimiento es mutuo, señor presidente.

—Quiero esos pasteles en el comedor en cinco minutos —ordenó, entrando de nuevo a la casa.

—Se lo diré al servicio —respondió Agoney caminando detrás de él.

—¿Cómo tengo la agenda?

—La jura de su cargo ante el rey es esta tarde.

—¿Qué? ¿Tan pronto?

—Han pasado dos semanas desde que fue elegido. De hecho, se ha retrasado por la agenda del rey.

—¿Puedes pedir a un coche que vaya a buscar a mi hermana? Ya sabes la dirección.

—Por supuesto, presidente.

—Ojala fueras tan obediente para todo —dijo Raoul.

—Lo soy en otros escenarios.

Bajo las luces de MadridDonde viven las historias. Descúbrelo ahora