Capítulo XI

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“Si te preguntan que si te quiero, diles que no se imaginan la cantidad.”

Abrió la mampara de la ducha, mientras las últimas notas de la canción de Pole se desvanecían, mezcladas con el vaho del cuarto de baño. Envolvió una toalla alrededor de su cintura y se miró en el espejo. Recorrió sus ojeras con las yemas de sus dedos. Habían sido una costumbre en su vida de estudiante por culpa de estudiar por la noche, pero habían empeorado en las últimas semanas. 

Era incapaz de conciliar el sueño y cuando lo hacía se despertaba cada pocos minutos. Le parecía increíble que nadie lo hubiera notado hasta ahora. Aitana sospechaba algo, pero era un experto en fingir que estaba bien. Una sonrisa y maquillaje para las ojeras. 

No podría descansar hasta conseguirlo. Dos semanas. Le quedaban dos semanas para cerrar el acuerdo con su partido de coalición y aprobar los presupuestos para la legislatura. 

El tiempo se le acababa y las negociaciones no avanzaban en buen rumbo. Sus socios no querían aprobar el gasto en ayuda social que él consideraba innegociable. ¿Cómo podían no ser innegociables? Estábamos hablando de ayudar a familias en riesgo de pobreza. De asegurar que podían comer, calentarse en invierno y tener un techo donde vivir. Era importante, era prioritario. ¿Cómo había partidos políticos que no compartieran esto? No lo entendía. Y decían representar a los ciudadanos y proteger sus intereses. Sí, en periodo electoral, pero una vez conseguía el asiento en el congreso se olvidaban de las promesas. 

Se vistió con un pantalón de chándal y una camiseta antes de salir del baño y tumbarse sobre el edredón de la cama. 

Cerró los ojos e inspiró hondo, hinchando el estómago como le habían enseñado. Sentía el nudo en la boca del estómago. La presión. Todas las personas que dependían de él. El miedo a fallarles. La obligación de ser perfecto

Respirar no funcionaba. Cogió su teléfono y buscó una canción cualquiera de su lista de favoritas. Intentó concentrarse en la canción, los acordes y las instrumental. Se esforzó en seguir la letra con su voz. Ocupar sus pensamientos con otras cosas a veces le funcionaba. Pero, no ese día. 

Necesitaba salir de allí y respirar. Se estaba ahogando.

Necesitaba salir de allí, pero sabía que no le dejarían. Tendría que intentar escaparse otra vez… ¿Cómo? Ni idea. En ese momento se le encendió la bombilla.

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Era una buenísima idea. No entendía cómo no se le había ocurrido antes. 

El servicio de lavandería recogía cada domingo las toallas de los diez baños de la casa. ¿Por qué diez? Ni idea. Ridículo en su opinión, pero le daba una opción de escapar y no pensaba quejarse. 

Dejar su habitación y llegar al pasillo fue fácil. Da gracias a que fuera la hora de cenar y no haya nadie por esa zona. Meterse en el carrito de la ropa sucia sin caerse de boca y armar un estropicio es una tarea digna de premio. Bendita su pequeña estatura que le permitió esconderse en el fondo del carro y taparse con las toallas. 

Ahora solo tiene que esperar a que Jacinta, la jefa del servicio de lavandería llevara el carro al parking para esperar al camión de la lavandería. Aprovechará un descuido para salir. 

Hubiera sido un gran plan, en la lista de mejores planes si no hubiera sido por él, claro. No sabía qué le cabreaba más; si el fracaso de su plan o la puta sonrisa burlona en los labios de Agoney cuando levantó la ropa que le cubre. 

—Buenas noches, señor presidente. ¿Jugando al escondite?

Respira e inspira se dijo, mientras pensaba en el titular de portada de la prensa…

"El presidente despide a su jefe de seguridad, después de que le encontrara en un cesto de ropa sucia y frustrara su décimo intento de escapar de la casa presidencial". 

No puedo permitirlo. 

Tiene una reputación y sobre todo, una familia. 

—¿Cómo logras que mi título suene a insulto? 

—Mucho esfuerzo, señor presidente. 

—¿Puedes, eh, volver a taparme con las toallas? —preguntó, fingiendo una inocencia que siendo sinceros nadie creería. 

—Si quieres, esta noche te tapo con las sábanas en tu cama. 

¿Por qué esa mierda de frase ha sonado tan sexy? 

—¿Por qué eres incapaz de dejarme salir? 

—¿Te recuerdo lo que pasó la última vez que saliste solo?

Ay sí, ¿cómo olvidarlo? 

Un tío borracho le reconoció a la salida de un bar y le pegó tal puñetazo que le hizo una brecha en la ceja.

No recuerda qué fue peor. La bronca de Miriam en el hospital, la preocupación de Aitana o el enfado de Nerea. Pero, nada le dolió más que la decepción en la cara de Agoney unos días después cuando regresó de sus vacaciones. Instauró la ley del silencio hasta que dos días después él le pidió perdón. 

Desde ese día había intentado escaparse varias veces, pero todos sus intentos habían sido frustrados por Agoney, que después del cuarto empezó a encontrar divertida la situación.

—Voy a denunciarte por secuestro. 

—Hay una forma de solucionar esto, señor presidente. 

—¿Cuál?

—Dimita. 

—Ni en tus sueños —negó Raoul—. Dimite tú.

—Maravilloso chiste, pero va a ser que no.

—Quiero ir a correr. 

—Vale. Prepárare una escolta ahora mismo.

—Que sea rápido y te quiero a ti —ordenó Raoul. Si no iba a dejarle salir solo, tendría que joderse y acompañarle. 

Media hora después, Agoney hacía esfuerzos para que el aire entrara en sus pulmones. Jodido cabrón, pensó Agoney. 

—Hay que entrenar más, guardaespaldas —le picó Raoul con una sonrisa burlona—. ¿Qué haremos si un día necesitamos huir a pie de un tirador?

—Ponerte de escudo mientras huyo.

—Eso si logras atraparme primero. 

—Presidente, no me joda —gritó Agoney, después de que Raoul echará a correr—. Cuando le atrape pienso encerrarte en tu habitación.

Se le escapó una risa al escuchar a Agoney. Los presupuestos seguían en su cabeza, pero la presión en su pecho empezaba a desaparecer. Sonrió al sentir el viento golpeando su cara y el sol sobre su piel. 

—Suerte con ello —le gritó a Agoney.

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⏰ Laatst bijgewerkt: Mar 15 ⏰

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