Capítulo VIII

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—Presidente. 

—Buenos días, primero, ¿no? —preguntó Raoul.

—Buenos días —respondió Agoney—. He hablado con Miriam sobre tu petición.

—¿Y bien?

—La propuesta ha sido aprobada —dijo Agoney—. El dinero para protección de la familia del presidente estaba presupuestado. Es cierto que suele destinarse a escoltas para esposa o hijos, pero como no tienes, Miriam ha conseguido que el consejo acepte una escolta para tu hermana. 

—Debo darle las gracias —dijo Raoul, aliviado—. ¿A quién vas a designar como su escolta?

—He convocado a unos seis hombres a las órdenes de la persona en la que más confío. Es muy competente.

—Es Nerea, ¿no?

—¿Cómo lo sabe?

—Te he visto con ella —dijo Raoul—. Es evidente que sois muy amigos y es tu mano derecha. Muchas gracias por elegirla.

—No tiene que darlas —respondió Agoney—. Somos personal de seguridad y lo más importante son las personas a las que protegemos. No hubiera designado a nadie incopetente para joderte. 

—Aun así gracias por no dejarte influenciar por nuestra mala relación. 

—Nunca dejaría que nuestra relación entorpeciese mi trabajo —aseguró—. Hacemos un juramento de proteger a la persona por encima de nuestras vidas.

—¿Así que darías tu vida por mí?

—No se lo tenga tan creído, presidente.

—No has respondido a mi pregunta.

—No quiero aumentar tu ego. 

—Tarde —dijo Raoul con una sonrisa.

—Pues sí, mi trabajo es dar mi vida por la tuya si es necesario.

—Entonces, no me gusta tu trabajo.

—Presidente…

—No me gustaría que nadie se viera obligado a sacrificar su vida por la de otra persona. 

Agoney sintió un pellizco de decepción. Por un momento había pensado que el presidente odiaba la idea de que él pudiera salir herido al cumplir con su trabajo, pero se equivocaba.

—Es mi trabajo.

—Lo sé, y sé que te gusta, pero suena bastante duro. 

—Bueno, llevo diez años en esto y todavía no he encajado una bala. Intentemos que siga así. 

—Me parece bien. No me gustaría que te disparen por mi. 

—Si sucede, no sería tu culpa. 

—Si tu lo dices.

—Solo había un culpable y sería la persona que dispara.

—Si le parece puedo presentar esta tarde la escolta a su hermana. 

—Sí, se lo diré. 

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Esa misma tarde…

—Aitana, te presento a Nerea.

—Tranquila, ya estás a salvo con la mejor escolta de Madrid. 

No sabía si era su voz dulce o el acento catalán. O quizá la seguridad que sus palabras le transmitieron, pero ahora se sentía protegida.

—¿Serás como Agoney con mi hermano? ¿Me acompañaras a todos sitios?

—Seré tu sombra. 

—Gracias —susurró Aitana. 

Bajo las luces de MadridDonde viven las historias. Descúbrelo ahora