En mi pueblo todos los días patrios esperábamos con ansias las cómicas apariciones del loco Gervasio. Aquel viejo, vigoroso e inmune al paso del tiempo, solo salía de casa cuando las maestras ya habían izado el pabellón nacional frente a la única escuela del lugar.
Vestido como un clásico soldado oriental, con la clásica gorra y uniforme, tocaba un tamborsito con los colores de la bandera de Artigas. Empuñanaba, dependiendo de la ocasión, un sable, una espada, una carabina o una pistola, todas de juguete. Los niños dejaban que los persiguiera, al grito de "¡Españoles alcornoques!" Otros días cambiaba el insulto y la nacionalidad de su adversario, quienes veía en los pequeños, incluyéndolos en sus épicas batallas imaginarias. Los padres no se molestaban ante tal extraño comportamiento, acostumbrados ya a ese icónico personaje.
Su fama llegó cuando alguien decidió grabar uno de sus tantos arrebatos. El video alcanzó todos los rincones del país. Tanta fue la viralidad, que ese 19 de junio el Presidente decidió visitar al fenómeno de internet, buscando ganar votantes entre la juventud. Dicho señor solia estar metido en una multitud de polémicas que dañaban su imagen.
Trajeron a Gervasio hasta la plaza, en contra de su voluntad, para sacarles una foto juntos. Al verlo, desenfundo su pistola. Todos soltaron una carcajada. Sin embargo, cuando jaló el gatillo, en esa ocasión, sí salió una bala. El presidente cayó al suelo, ensangrentado. El pavor colectivo estalló. Los guardaespaldas lo inmovilizaron, pero aun así logro hacerse oír:
—¡Artigas estaría orgulloso de mí! ¿¡Qué diferencia hay entre este adefesio y los europeos que nos colonizaron!?
Se lo llevaron, y al parecer, murió en la cárcel.
Años más tarde, paseando entre las calles de Montevideo, me tope con una exposición histórica sobre la época colonial. Curioso, entre a darle un vistazo. Cuanta fue mi sorpresa al encontrar allí, presentados como tesoros de antaño, los tesoros del loco Gervasio.
