Acto 1: Profecías en los cantos de Sirenas

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Gota a gota, en el mar embravecido, relámpagos resplandecieron con fuerza en la negrura de la noche. Pero, no era una noche tranquila, llovía con toda su fuerza, aunque decir "llover" era decir muy poco, puesto que la tormenta azotaba los mares impíos. En una sección del mar donde los marineros no iban, donde cinco picos de roca, surgían de los enigmáticos abismos del mar, por la cercanía entre esas montañas, generaba remolinos y debido al fallo climático y al magnetismo de esas montañas, se generaban tormentas eléctricas.

Pobre de aquel que se atreviera a navegar por ese mar impío. Puesto que muchos habían perecido ahogados, engullidlos por los remolinos, huracanes, y truenos. Ese era, el reconocido y misterioso, "Mar de las tormentas".


Sin embargo, pese a la crueldad de los mares, no era una zona vacía.

Alto construido en piedra y acero, un sagrario se elevaba cincelado en una montaña en el centro de la isla, está ubicada en el centro del Mar de las Tormentas. La isla era conocida como la Isla Esteta, y se sabía que un Sabio, moraba en ella, junto a animales que vivían pacíficamente, puesto que las tormentas impedían el paso a los extranjeros. Aunque la historia contaba que dos personas en diferentes eras, habían logrado ir a Sagrario, para obtener conocimiento del Sabio y habían vuelto.

¿Quién era ese Sabio? ¿Cómo había llegado ahí? Eran muchas las preguntas que se referían a él, pero ninguna tenia solución, incluso se habían empleado Zoids poderosos en las áreas navales, para llegar a la isla, pero todos los intentos habían fracasado, se corría el rumor que solamente podría llegarse a la isla, en un barco de madera. Que ridículo, esos relámpagos, olas gigantes y remolinos, harían trizas un barco de madera. ¿O no?


En el interior del sagrario, hubo movimiento, una silueta que no se había movido en mucho tiempo, abrió sus ojos amarillos, y sus pasos lentos, suaves y cautos lo llevaron hacia una ventana de arco alto.

El Sabio, poso su mano en un pilar de caracteres gravados, su piel era pálida, como hielo, pero también suave, mientras las telas de sus ropajes blancos y amarillos se agitaban con el viento, raramente, en un cuarto sin ventanas.

La mano marmórea, recorrió los caracteres mientras el largo cabello blanco del sabio se agitaba.

-Mis, sirenas, están cantando –susurro para sí mismo en una voz sin emoción alguna, puesto que no había hablado en 10 años. –Pronuncian un nombre aquí escrito. Y sin embargo, me parece fue ayer cuando lo grave...

Sonrió, fugazmente. Si alguien hubiera visto su sonrisa, quizás habría llorado de alegría. El Sabio avanzo, silenciosamente con esos pasos lentos pero hermosos, hasta que quedo en un balcón, bajo este, cincelado en piedra un rostro estilo budista, dirigía su rostro de piedra hacia el mar enfurecido.

-¡Sirenas, hablen! –Grito a los vientos, y ese respondió a su llamado, dirigiéndose hacia él. Sus ojos amarillos como un halcón, resplandecieron en una luz amarilla que un momento después cambio a diversos colores. Naranja. Rojo. Violeta. Verde y Blanco. – ¡Díganmelo! –grito mientras sus ojos, prácticamente echaban luz Blanca.

«Ha nacido, Ha nacido, Ha nacido...» repitieron varias voces femeninas entre el viento.


El Sabio miro hacia el cielo, las nubes empezaron a enroscarse como en caracol. El sabio levanto la mano y el cielo empezó a despejarse. Los rayos del sol, casi instantáneamente cayeron sobre el sagrario.

Todo pasó en un momento.

Las aguas parecieron serenar su ira y el mar de las tormentas, estuvo en calma en instantes.

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