Capítulo 3

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Un sollozo escapó de la garganta de Cristina, antes de comenzar a volver en sí. Abrió los ojos con suavidad y se encontró de nuevo con el techo de su habitación, volvió a cerrar los ojos con fuerza, temiendo encontrarse como hacía 10 años.

- Cristina... Cristina. – la llamó ansioso Esteban; ella lo miró con ojos llenos de temor y se levantó con suavidad, todavía conservaba sus mejillas pálidas. Rosa entró a la habitación con un té para su señora, lo dejó sobre la mesa y de salida se cruzó con Julieta que entraba angustiada porque llegando a la hacienda se enteró del desmayo de su mejor amiga.

- ¿Qué pasó? Cristina... - Julieta apartó con suavidad a Esteban y ocupó su lugar al lado de Cristina. A la ojiverde se le llenaron los ojos de lágrimas - ¿Qué sucedió?

- Tuve una horrible pesadilla... ¿o estuve alucinando? – preguntó mirando angustiada hacia Esteban

- ¿Qué dices...?

- Julieta... - quiso intervenir Esteban, pero la aludida no volteó a verlo.

- Es una locura, debo haber estado alucinando. - continuó Cristina con voz alterada - De pronto estaba frente a mí... - balbuceó todas las palabras de forma rápida.

- ¿Quién? Ay, Cristina me vas a matar de la angustia. Rosa no pudo explicarme qué pasaba. ¿De quién hablas?

- De mí. - ambas mujeres quedaron petrificadas al oír esa voz que ahora inundaba la habitación. Cristina lo miró desde su posición y Julieta se volvió incrédula – La alucinación soy yo.

- Dionisio... - exclamó con suavidad, Julieta.

- ¿No dices nada, Cristina?

- Lárgate. – exigió Cristina con voz temblorosa. Julieta miraba a su hermano, aún sin poder creerlo. Y Esteban parecía preparado para enzarzarse en una pelea con el recién llegado.

- Dionisio... - quiso intervenir Julieta, pero Cristina se levantó con un poco de dificultad y se paró frente al susodicho.

- He dicho que te largues, ¿no me escuchaste? – le gritó con ojos encendidos de furia.

Dionisio miró con intensidad a la que fue su mujer; seguía siendo hermosa, tan pequeña y tan exacta para él. Pero la Cristina que conoció ya no existía, la dulce Cristina había muerto, tanto como había muerto el Dionisio del que ella se había enamorado. Sin embargo, no pudo evitar que una corriente de deseo le atravesara con fuerza el cuerpo; ella tuvo que haber notado el cambio en su cuerpo, porque reaccionó tal como él esperaba que hiciera.

- He... dicho... que... te vayas – le gritó al tiempo que golpeaba su pecho con sus pequeños puños. – ¡Vete! – Dionisio le tomó las muñecas con fuerza, sin dejar de mirarla con los ojos oscurecidos - No quiero verte. - jadeó cansada.

Esteban se interpuso con fuerza entre ellos, obligando a que Dionisio soltara a Cristina, entonces Julieta la abrazó con fuerza. Pero, Dionisio, al verse despojado de la cálida piel de Cristina, arremetió con enojo hacia el ranchero y lo tomó con fuerza de la camisa.

- Ya Cristina te corrió. – le recordó Esteban, casi con satisfacción, y Dionisio lo acercó con fuerza a su rostro.

- No intervengas, Domínguez. Te lo advierto.

- Ya basta. - sentenció Julieta - Dionisio, te pido por favor que salgas. Tú también, Esteban. – después de un duelo de miradas, Dionisio salió de la habitación, con Domínguez pisándole los talones. Al estar a solas, Julieta se volvió a su mejor amiga que temblaba con fuerza.

- Ya. ¿Estás bien?

- No... No estoy bien. ¿Por qué está aquí? ¿Tú sabías que vendría? – le preguntó con reproche velado.

Oscuro FrenesíTahanan ng mga kuwento. Tumuklas ngayon