CAPÍTULO VIII.

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Volver a ponerse el uniforme le recordaba a sus buenos tiempos, y aunque le parecía que habían pasado muchos años, solo habían pasado unos meses. Hugo entró en comisaría a las ocho de la mañana exactas. Era conocido por ser muy puntual, hasta llegaba a ser pedante. Saludó a los policías, compañeros de nuevo, y se fue directamente a la sala de descanso.

− ¿Ha llegado el jefe ya? −preguntó a un par de compañeros que se encontraban dentro.

− Todavía no. −negó uno. − ¿Un café? −preguntó amablemente.

− No, gracias. −rechazó.

Volvió fuera, esperando encontrarse con Iker o el comisario jefe, pero ninguno de los dos apareció antes de que el reloj diese las ocho y media. Media hora de retraso y nadie lo notaba.

− Con que así funcionan las cosas ahora... −dijo entre dientes Hugo mirando a su jefe.

− ¿Eso que noto en tu tono de voz es reproche? −preguntó mirándole por encimas de las gafas.

Aunque Javier era una cabeza más bajo que Hugo, y que Iker, no se dejaba intimidar por un par de inspectores jóvenes que, según él mismo, estaban ahí por pura suerte. Javier llevaba en el cuerpo casi cuarenta años y nunca se había topado con una pareja de inspectores tan buenos como ellos dos, pero no lo diría jamás en voz alta.

− Lo siento, jefe. −se disculpó. −Odio la impuntualidad.

− Lo sabemos. −dijo Iker sonriente.

Su compañero pasó por su lado y le puso una mano en el hombro, dándole una palmada amistosa en él. Hugo notó que se había quitado el pendiente del crucifijo, nunca lo había visto. Siguió a Iker con la mirada hasta que entró en la sala de descanso mientras él era conducido por su jefe hasta su despacho.

− Siéntate, Hugo.

Javier cerró la puerta detrás de sí, Hugo se sentó en uno de lo sillones que se encontraban tras el enorme escritorio de madera vintage y suspiró, intentando encontrar algo de paciencia.

− Sabes que desde que te cogiste la baja...

− Desde que me diste la baja, querrás decir. −le interrumpió Hugo.

− Fue por prescripción médica. −se justificó el jefe. −Eras uno de nuestros mejores inspectores de policía, si hubiera sido por mí...

Hugo le volvió a interrumpir, esta vez con una risita ahogada, de esas que soltaba él cada vez que tenía oportunidad. Irónica, sarcástica. Se reía sin lo que el verbo reír significaba. Celebrar. Hugo hacía tiempo que no celebraba nada.

− Ya sabes, Hugo. −carraspeó Javier. −No quiero volver a tener que solicitar tu baja. −amenazó entre líneas, sentándose frente a él, con el escritorio como muro entre ellos.

− No lo hará.

El joven inspector se levantó de la silla, mantuvo la postura durante el segundo que su jefe también lo hizo, aunque más lento, le costaba seguir el ritmo de las nuevas generaciones. Todos en la comisaría lo sabían, pero nadie decía nada. No tenían la suficiente confianza como para decirle al jefe que después de cuarenta años trabajando al pie de calle era hora de jubilarse.

− La sevillana estará en el sur, ¿verdad? −preguntó con las manos en el escritorio.

Mantuvieron la mirada un segundo.

− Sí. −mintió Hugo.

− Mejor. −entrecerró los ojos, sin terminar de creérselo. −Es periodista. −informó. −Escribió un artículo de una desaparición tan bueno que algunos agentes fueron trasladados a otros lugares. No creo que te guste Sevilla. −sonrió malicioso.

Recuerda quién soyWhere stories live. Discover now