Capítulo 34

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Moth to a flame - Swedish house Mafia & the Weeknd



-'ღ'- ANDREAS-'ღ'-

-ROTO-



—¡Eres un cabrón! A mí no me engañas, pedazo de mierda —habló el hijo de perra de Daniel, a mi lado, pero yo solo miraba el lugar donde Alena había desaparecido, evocando aquellas palabras cargadas de coraje, de ira.

Me había roto, al fin estaba completamente roto, acepté vencido, yendo tras ellas, mientras mi amigo detenía a Daniel.

—Mejor te calmas, la cagaste horrible. Esta vez fuiste muy lejos, Daniel, demasiado —gruñó Leo.

—¡Ah! —oí que gritó el ser prehistórico, parecía dolerle, pero a mí me importaba un carajo; ella se encontraba un poco ebria, estaba seguro porque olía a alcohol y ese cabrón seguramente se lo había ofrecido, lo conocía.

Llegué a la casa, subí los escalones de dos en dos. Carmina me detuvo al notarme alterado.

—Sabía que se los mostrarías, pero esto no te acercará a ella, al contrario —aseguró con tono ácido. La miré sin mostrar lo que en realidad sentía. La hice a un lado y avancé hasta la puerta cerrada—. La pusiste en ridículo, nadie perdona eso. Espero que sufras —declaró tensa.

Apreté los puños sin voltear, luego toqué.

Mila abrió, agobiada.

—Quiero verla —exigí. Me metió jalándome del brazo y cerró.

—Esto es una mierda, no lo puedo creer, me siento tan culpable. Está vomitando, bebió... Dios —balbuceaba sin siquiera respirar entre palabra y palabra.

Asentí y abrí el baño, estaba emparejado, ella devolviendo todo. Sujeté su melena rizada, logrando con ello que retirara su mano de ahí y consiguiera agarrarse del inodoro. Podría haber sido asqueroso, Alena no dejaba de convulsionarse, pero en realidad dolía como si me hubiesen herido justo en el pecho.

Paró unos segundos después, jadeante. Luego comenzó a llorar sin voltear, ella pensó que era su amiga quien la ayudaba. Un toquecito en mi hombro me hizo girar, era Mila, me hacía una seña para que la siguiera.

—¿Puedes traerme lo que ustedes toman para bajársela? Lo que sea —pidió agobiada. Asentí, cuando iba a cruzar la puerta me detuvo por el antebrazo, la miré.

—Hiciste lo correcto, Andreas, no te sientas mal —murmuró. Suspiré sin responder a ello y salí.

Después de darle aquello que en mi opinión no servía de mucho pero que papá insistía en que tomara cuando bebía de más, permanecí sentado afuera, a un lado de su puerta. Ni de coña iba a permitir que el hijo de perra de Daniel se acercara, pero también, me acribillaba saberla tan mal.

Lo quería, ella se había enamorado de él y el muy cabrón la usó. Debí interceder antes, debí haberlos apartado, advertirlo, debí... ¡Una mierda! No debía hacer nada, Alena no era mi asunto, no debía serlo y, sin embargo, lo sería siempre, acepté sin remedio.

Con las manos sujetas a mi cabello y los codos en las rodillas, esperé. Leo apareció.

—Eh, ¿piensas quedarte aquí toda la noche?

Lo que me une a tiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora