Capítulo 38

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Sidartha - 00:00 (esta canción lo es todo para esta historia)

-'ღ'- ALENA -'ღ'-

-ERES HERMOSA-

El mensaje de Andreas fue tanto y tan poco a la vez, que, sin remedio, me entristecí.

Quizá las cosas de todas maneras eran lo que eran, aunque la verdad hubiese salido a la luz, una que nunca pensé, si soy sincera. No dormí muy bien, me encontraba preocupada, por lo mismo en la madrugada terminé en la cama de mi madre, me hizo espacio y logré perderme por un rato, pero bien temprano de nuevo abrí los ojos.

Era día no laboral, por lo que tuve cuidado de no despertarla y fui a mi habitación. Me sentía como en un limbo. La noche anterior en Tapalpa tampoco había logrado pegar el ojo y esta, un par de horas, quizá.

Aun así, sabía que no lograría nada si me quedaba en cama, mi mente no se apagaba y es que pensaba en todo lo ocurrido en las últimas horas. Era una locura.

Como atraída por un imán, busqué aquella caja donde guardaba las cosas importantes, la mayoría eran de él. Me senté en el piso y me perdí en los recuerdos. Sonreí y lloré pasando el dedo índice por su foto, aquella que tenía escrita su promesa, esa que ahora entendía por qué no cumplió y de nuevo mi garganta se cerró.

Ya el sol estaba totalmente en pleno cuando el mensaje de él llegó. Tenía muchos de Daniel, los eliminé de una, molesta por solo ver su nombre, era un gran cabrón. Un par de Mila, que debía responder y el suyo, que captó toda mi atención, y también mi desilusión. Dejé el aparato en el suelo y me recargué en mi armario, reflexiva.

No tenía idea de qué pensar, de qué hacer, de qué responder. Así que solo le dije: "No importa..." porque sabía, de alguna manera, que entendería, pero nunca llegó una respuesta.

Desganada me di una ducha, me puse algo cómodo y escuché a mamá en la cocina. Desayunamos en un silencio cargado de pensamientos que merodeaban, cada una teníamos nuestros motivos. Solo de vez en vez sacudía mi mano y me sonreía con dulzura, yo le regresaba el gesto.

—Iré al super en un rato, ¿me acompañas?

Asentí porque definitivamente no tenía ánimos de quedarme ahí, sola, rompiéndome la cabeza con todo lo que venía ocurriendo, lo que había quedado al descubierto.

Al terminar, dejamos todo limpio y ella fue a darse un baño para irnos. Cuando iba rumbo a mi habitación, el timbre sonó. Me paralicé a un metro, tras los vidrios opacos, pude distinguir la silueta. Pasé saliva, aturdida.

Hubiese esperado todo, menos que estuviese ahí, de pie tras mi puerta. Con las palmas sudorosas y agradecida de que haberle lavado los dientes tan solo un minuto antes, abrí.

Ninguno de los dos se movió, permanecimos suspendidos en el umbral, observándonos casi sin pestañear. Notaba como su manzana de Adán bajaba y subía, aún tenía ojeras, pero se veía decididamente mejor que el día anterior. Su cabello rizado lucía desaliñado, pero recio y su postura firme, aunque me medía. Mis dedos cosquillearon, esa es la verdad. Llevaba a un costado la caja, le dediqué mi atención un segundo y luego volví hasta sus ojos.

Ya me examinaba, y yo, a comparación de él que llevaba unos vaqueros rasgados y una camiseta negra, me había decantado por unos deportivos holgados, negros y una blusa gris desgastada. Por supuesto mi cabello era una maraña enorme y ni rastro de algo en mi cara.

Lo que me une a tiOù les histoires vivent. Découvrez maintenant