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La comisaría estaba extrañamente sola. Ahí estaban Volkov, Chávez y Conway.
Chávez estaba recargada en el pequeño mostrador. Tenía su cadera hacia afuera resaltando más su figura y su cabeza estaba sobre una de sus manos, jugaba desinteresadamente con una bolita de papel.
Conway estaba revisando unos papeles y Volkov bebía café.
El primero miraba de vez en cuando a la mujer. Siempre venía de traje sin corbata y la mayoría del tiempo acomodaba las mangas a la altura de su codo.
Los demás agentes estaban esparcidos por el lugar.
—Sé que no debería estar triste porque aquí está bien solo — dijo la mujer, rompiendo el silencio — pero estoy aburrida.
—Haz papeleo — dijo Conway de manera desinteresada, pero viéndola a través de sus lentes oscuros.
Ella volteó a verlo como si estuviera bromeando.
—Se lo acabo de entregar.
—Siempre hay más.
María volteó los ojos de manera divertida.
Después se acomodó mejor y lo siguió viendo.
—¿Qué me miras?
Ella ladeó la cabeza.
—¿Si le digo que nada me creería?
Conway cerró los ojos por un momento, presintiendo algún comentario de la mujer.
Soltó un suspiro cansado. Eso ensanchó la sonrisa de María.
—No.
—Entonces le estoy viendo lo guapo que está.
Volkov estaba dándole un trago a su café y eso hizo que casi lo escupiera sobre los papeles.
Ella miró al mayor esperando su reacción. No era para nada nuevo que ella le dijera uno que otro piropo, siempre de manera aleatoria y cuando menos se lo esperaba, tampoco le importaba quien estaba enfrente.
Y cada vez que lo hacía, esperaba la nueva reacción del superintendente.
Carraspeó y tomó algunos papeles del mostrador.
Volkov estaba atento y sorprendido, le parecía gracioso como su jefe reaccionaba ante la mujer que no le importaba ser directa.
—Iré a mi despacho.
Y sin decir nada más, se fue. Ocultando una pequeña sonrisa.
—Creo que lo espante — dijo Chávez viendo al ruso. Él la miró divertido tratando de ocultar una risa — ¿qué?
—Nadie sabe cuándo dirás algo así — acomodó el sitio — le tomas por sorpresa.
—¿La cague, verdad? — chistó la lengua y miró a su compañero — ¿él te dijo eso?
Negó con la cabeza.
—Pero eso parece.
—¿Sorprender a Conway? Eso está difícil.
Volkov rodó los ojos.
—Sabes a lo que me refiero.
María golpeteó el mostrador y dio un par de asentamientos.
—Tienes razón — dijo enderezándose — ya no lo haré.
—¿En serio?
—¡Claro que no! Es entretenido ver que hace después.
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