-7-

468 157 19
                                    

Al acabar de servir el café y de alcanzarles a cada uno un vaso con agua, ella se retiró de la sala de reuniones y fue a sentarse en su lugar.

Mientras estuvo en su asiento fueron hasta ella muchos de sus compañeros de trabajo que estaban al pendiente de lo que ocurría. Nadie podía trabajar porque querían hacer chisme o mejor dicho, leña del árbol caído.

En la empresa no se hablaba de otra cosa que no fuera la reunión que la mayoría pensaba que era para cortar cabezas, pero Gloria pensaba que Enrique no tomaría una decisión tan drástica en ese momento, pues él necesitaba de todos los conocimientos de lo que debería hacerse en la empresa. Lo triste era que Enrique había desperdiciado muchos años en lugar de aprender sobre el negocio familiar, tendrían que ver si el funcionaba y sacaba la empresa a flote o todo se hundía como si se tratara del Titanic.

Después de muchas entradas para servir varias rondas de café durante dos horas, los gerentes comenzaron a salir.

Gloria comenzó a fingir que trabajaba con agilidad para que su jefe nuevo no la viera arreglándose algo. Como secretaría no tenía demasiado que hacer por el momento. Su trabajo consistía en ser la mano derecha del dueño y presidente. Ya que tenían nuevo dueño, debía esperar órdenes nuevas o ver qué pretendía Enrique Trociuk. Ella sabía que él no la soportaba, esa relación era de rechazo mutuo, porque cada vez que él aparecía para pedir dinero, Gloría lastimosamente se arreglaba alguna cosa y al niñito mimado eso no le agradaba.

Cuando salió el último de los asistentes, Gloria tomó valor y fue a la oficina que le pertenecía a Enrique para ponerse a su disposición para lo que necesitara.

Ella abrió la puerta y caminó hacia donde él se encontraba sentado.

—¿Se le ofrece algo, señor Trociuk? ¿Algún correo que necesita que redacte para que lo envíe comunicando los cambios?

—No, creo que puedo hacerlo yo, Gloria.

—Los informáticos vendrán a configurar lo necesario y los abogados estarán pronto aquí para la firma de poderes y autorizaciones bancarias. Estaré en mi lugar por si necesita algo. Solo tiene que apretar el botón de su teléfono y lo comunicará directamente conmigo.

—De acuerdo. Ahora déjame solo.

Enrique vio como la joven se retiraba, mientras pensaba lo complicada que sería su vida sin entender demasiado del negocio que había dejado su padre. En un par de horas estaría rodeado de abogados y también de personas que estarían dispuestos a aprovecharse de su ignorancia. Lo mejor para él era contratar un par de asesores que le dijeran lo que debía hacer y volver a la universidad para al menos ganar el respeto de sus subordinados. En esa empresa tenían personas con posgrados ganando poco dinero y Enrique siendo el dueño ganaría mucho. No creía en la meritocracia, pero necesitaba realizarse de alguna manera. Su futuro dependía de él y eso era lo más preocupante.

Con el paso del día, Enrique se reunió con demasiadas personas que ya no sabía quién era quien. Su primer día de trabajo había sido agotador. Comenzaba a entender las implicancias de las preocupaciones de su padre para con sus empleados, pues porque si a la empresa le iba bien, a los empleados también les iría bien. El contador le había hablado en un idioma que no comprendía y que con urgencia debía entender. Le había pedido que: «le hablara en cristiano», para que pudiera entender. El financiero le había dicho que si en cinco años no habían nuevas inversiones e innovaciones, la empresa comenzaría a caer en una profunda crisis que los convertiría en presas fáciles de otras multinacionales o tal vez hasta de la bancarrota.

Su padre le había ocultado todo eso a su madre y a él o tal vez se lo dijera, pero con su incapacidad de comprender las cosas se le hacían más difíciles.

Cuando llegó la hora de la salida él no se había dado cuenta por estar tan inmerso en problemas. Notó que era hora de irse por la oscuridad en el cielo al asomarse por la ventana.

Cogió lo que tenía en el escritorio y salió con rapidez de la oficina. El lugar de Gloria estaba vacío, ella se había retirado. Otros empleados todavía seguían en sus puestos sacándole chispas a las impresoras matriciales.

Al llegar al estacionamiento, salió con su vehículo al inmenso tráfico de la ciudad. Estando en la fila del semáforo, miró al costado derecho y vio en la parada de autobuses a Gloria, tan coqueta y elegante. Le parecía raro que teniendo tantos posibles candidatos a novio o a pasatiempos, no le hubiera pedido a alguno de ellos que la llevara o le regalara un automóvil. Esto último era muy ambicioso de su parte al pensarlo. En ocasiones quería preguntarle si ella y su padre en realidad fueron amantes o si él la había llevado a algún lugar a pasar un rato juntos a la salida del trabajo y ahora que su jefe estaba muerto, ya no tenía el beneficio del viejo adinerado y consentidor.

Siguió mirándola un rato más hasta que el semáforo dio verde y continuó su camino a su casa sin dejar de pensar en la chica de la parada de autobuses y que era su secretaria. ¿Cuántos años tenía Gloria y qué cosas pasaban por la mente de una bella jovencita?

Dentro de su ambiente conocía a muchas mujeres de un estatus económico superior al de una empleada como Gloria, y esas chicas estaban enfocadas en conseguir maridos que siguieran dándole lo que ellas estaban acostumbradas a recibir de sus padres. Si Gloria era pobre, ¿a qué aspiraba en la empresa? Quizá a un marido con un cargo importante que la sacara de la pobreza. Tal vez ella seducía a su padre para que en algún momento terminará dejando a su esposa para casarse y tener derecho al dinero del viejo. Era una posiblidad que estuviera embaucando a su padre y que al final saliera con un joven asistente o un jefe de área de la empresa. Nunca lo sabría, eran muchas teorías en su mente.

Buen día!

Mi inocente secretaria Where stories live. Discover now