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Pasaron semanas desde que Enrique asumió el puesto de presidente de la empresa. Si bien todo seguía su curso, su liderazgo no era el mejor por muchos motivos. En sus momentos de agobio había regresado a las fiestas y la vagancia, otros días parecía un ejecutivo que conocía de lo que hacía. En realidad, Enrique no sabía hacia donde apuntar. Nada lo mantenía contento, incluso en ocasiones no soportaba a la misma Gloria, pues ella intentaba tratarlo como si fuera un inútil en todo y como si la empresa le perteneciera. La dejaba hacer lo que quería porque a él le gustaba, como a cualquier otra persona de los pasillos.

Todos querían a Gloria, era bella e inteligente, aunque insoportable con sus ánimos de ayudar a todo el mundo, pero él creía que se sentía atraída por su dinero y su propio atractivo. En ocasiones deseaba acercarse, pero se contenía lo más que podía. No debía involucrarse con nadie por muchos motivos, y entre ellos estaba el hecho de su inestabilidad laboral y mental. Si bien había superado la muerte de su padre, no superaba el hecho de ser el responsable de las finanzas familiares sin demasiado conocimiento. No estaban hablando de un pequeño establecimiento, sino de un holding de empresas en varios rubros, pero en los medios de comunicación era donde estaba el inconveniente. La empresa no se adaptaba a las tendencias y algo fallaba. Tenía un equipo de asesores que tenían sus narices metidas en todas partes, ellos lo tenían en su mano en lugar de que fuera al revés. Entre sus lo opciones estaba regresar alguna vez a la universidad para no tener que depender de nadie.

—Me retiró, señor Trociuk. ¿Se le ofrece algo antes de que me vaya? —preguntó Gloria que ya tenía su mochila en un lado de hombro.

—¿Te vas? ¿Cómo que te vas, Gloria? Falta una hora para que sea la hora de salir.

Gloria miró a Enrique como si estuviera demente. Ella había pedido permiso casi toda la semana por encontrarse en época de exámenes en la universidad y no siempre alcanzaba a llegar temprano a la primera hora de clases a causa de su compromiso con el desorganizado que tenía. Después de sus parrandas ella debía tolerar sus impertinencias y quedarse más tiempo del que debería.

—Le recuerdo que pedí permiso que usted mismo autorizó, estoy de exámenes en la universidad.

—Ah, es cierto. —Enrique tapó su cara con el brazo, avergonzado, por lo que le había dicho.

—Necesita menos fiestas y más descanso.

—Lo que necesito es un masaje, Gloria, algo que me haga olvidar mis problemas.

—¿Quiere que le agende una cita con la masajista? El licenciado lo hacía con frecuencia.

Enrique miró a Gloria con molestia. Él no quería pagarle a una masajista, quería que ella lo entretuviera un poco.

—No. Hasta mañana, Gloria.

—Hasta mañana, señor Trociuk —se despidió, sonriente.

Ella suspiró al dejar la oficina de su jefe, por fin quedaría libre para leer algo. Él siempre la vigilaba y no podía estudiar en el trabajo. Enrique Trociuk pasaba más tiempo observándola trabajar que él trabajando. Eso le daba mucha vergüenza, pero tampoco podía dejar de mirarlo. A veces era agradable con ella y Gloria no podía mentir, su jefe era tan guapo que a veces fantaseaba con que le pediría verse a solas o darse besos en los pasillo, también las escaleras y otros lugares.

Sabía que él era un niño malcriado, pero le atraía, parecía un impulso incontrolable. Tal vez por esa atracción le tenía tanta paciencia. Cualquiera en su lugar hubiera renunciado a todas las órdenes absurdas y gastos innecesarios que realizaba.

Después de salir de la empresa fue a la parada de buses a esperar aquel que la dejaba cerca de la universidad y ahí se sentó a estudiar.

Cuando llegó la hora de la salida laboral, Enrique subió a su coche para dirigirse a su casa. Ese día estaba cansado y no le daban muchas ganas de salir con sus amigos a echarse unos tragos o beber cervezas.

Por más que se sintiera un poco estresado, prefirió navegar por internet desde el ordenador y también poner un poco de música en YouTube. Después de aburrirse de sus lecturas, alzó el volumen del parlante y se dio una ducha rápida antes de dormir.

Al salir del baño, él escuchó que su móvil sonaba con insistencia. Al acercarse y mirar la pantalla, vio que era uno de sus amigos que siempre lo llevaba a todas partes, pero para que Enrique pagara las cuentas. Decidió ignorar la insistente llamada y seguir oyendo canciones. Cada vez que la soledad lo acechaba, pensaba en su secretaria. Le llevaba ocho años, Gloria era aún una niña, pero la más bonita que había visto, quizá ella fuera la salida más saludable ante su autodestrucción. No serían novios, solo quería pasar un buen rato con una chica guapa. En ese momento de su vida no esperaba ningún tipo de compromiso más que el que tenía con la empresa. Su objetivo era no caer en la miseria y, pese a que buscaba no distraerse de eso, no lo había conseguido, Gloria se había convertido en la tentación que lo desviaba del camino solo esperaba que no fuera un problema a futuro.

¿Cómo haría para alzarse con Gloria? Debería utilizar su influencia de jefe para que ella hiciera lo que él quisiera o jugaba su carta de otra manera: utilizar el trabajo que ambos hacían juntos para acercarse y que de ahí se dieran los acercamientos. Eso era más natural que obligarla a relacionarse con él y que todo terminara mal, con Enrique lleno de problemas y sin la atractiva secretaria que resolviera todas sus necesidades, desde las laborales hasta las personales. Necesitaba de esa distracción que ella podía ofrecerle dentro del marco de sus propias responsabilidades. Se divertiría un poco en el lugar de trabajo, no todo podía ser estrés. Además, las cosas no eran como en tiempos pasados en que estaban prohibidas las relaciones laborales, él quería que Gloria le hiciera caso y lo conseguiría.

Buen día!

Mi inocente secretaria Where stories live. Discover now