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Después de llegar, pedirle al guardia que la dejara pasar y que luego de conseguirlo, le prendió fuego a ese teclado para que todo saliera más rápido y más furioso, no quería encontrar a su jefe, solo esperaba que no fuera tan detallista para mirar la fecha en la cual tuvo listo el documento de Excel.

Terminó después de veinte minutos de recabar información en su correo de la empresa. Suspiró antes de apagar el ordenador, dándose por satisfecha al cumplir con su trabajo. Haber despertado con una desagradable sorpresa era lo que ganaba por mentirosa, pero menos mal que nadie la pilló en su fechoría.

Ella cogió su mochila para salir, pero al levantar la mirada, ahí encontró a Enrique Trociuk, mirándola.

—Gloria, no pensé encontrarte aquí —comentó Enrique, verdaderamente sorprendido al encontrarla ahí. Su día comenzaba a ponerse interesante.

Gloria no sabía qué decir. A Dios le pedía una buena idea para justificar su existencia en ese lugar. De repente, vio uno de sus libros del semestre anterior en uno de los espacios abiertos de su escritorio.

—Buen día, señor. Es que olvidé un libro. —Ella lo cogió de inmediato y se lo enseñó.

—Es malo tener que estar en la oficina un sábado. Yo vine a por el archivo que tienes en el ordenador. Creo que esta semana me distraje un poco.

—Encenderé el ordenador. ¿Quiere que se lo pase al correo?

—Sí, por favor... Oye, Gloria, ¿qué harás al salir de aquí? —indagó curioso.

A ella se le subieron los colores al rostro. ¿Por qué Enrique estaría interesado en saber eso? Antes de responder se sentó en su silla y se dispuso a encender el ordenador para hacer el envío del correo con el archivo adjunto.

—Regresaré a casa. Tengo pendiente una tarde de chicas con mi mamá. Además, traje su coche, debo devolverlo, una pequeña raya y a mí me tocará pagarla. Me lo ha prestado para retirar mi libro para poder estudiar el fin de semana.

—¿Todavía no han terminado tus exámenes?

—Pues me falta este, exactamente este que llevo.

—¿Cuándo acaban tus clases en la universidad, digo, del semestre?

—Esta semana en la que entregan los resultados de los exámenes... —dijo la joven, extrañada por tantas preguntas que le hacía su jefe.

—¿No quieres que ahora pidamos un café y lo bebamos aquí? Ya que estamos en la oficina podríamos aprovechar el tiempo para un café... —Enrique colocó una de sus manos en el hombro de Gloria.

La joven tuvo un escalofríos al tiempo que él colocaba su cálida mano en su hombro. A ella le gustaba Enrique y tomar un café con él sonaba un poco tentador, pues ella no había comido nada en su casa. Había salido muy apresurada.

—Estaría bien —respondió suspirando ante el contacto. Fijó sus ojos en él y después trato de desviarlos otra vez para recuperarse de la emoción de ese contacto. Su corazón latía despavorido por lo que había ocurrido. Era una verdadera tonta al fijarse en alguien tan irresponsable como Enrique Trociuk.

—Haz el pedido y te esperaré en la oficina...

Él siguió su camino hacia su despacho y ella se quedó en su silla tiesa y ansiosa. Había ido a trabajar por fanática y para colmo desayunaría con quién pensó que no vería. Al menos no sospechaba que Gloria había hecho su trabajo sobre la hora y que le había mentido asquerosamente.

Cogió el teléfono de línea fija y llamó a una cafetería cercana en donde pidió unos cafés y unos bocadillos dulces que a su jefe pudieran interesarle. Todo eso lo hacía a la par que enviaba el correo para cerrar lo que había ido a hacer ahí.

Desde su oficina, él miraba a Gloria que estaba vestida como una jovencita común y corriente, quizá hasta poco atractiva, aunque Enrique no podía juzgar mucho, porque ella no vestía como las chicas de vestidos cortos con las que salía de fiesta o componían su grupo de amistades.

Enrique puso a funcionar su ordenador y al poco tiempo recibió el correo de Gloria y también otros que no estaba tan interesado en leer. Él no sabía la razón exacta por la que había ido al trabajo. Quizá fuera por la sensación de que había hecho poco en esos días y que había desviado su camino del cuidado de su patrimonio. Él tenía que salvar a esa empresa de la ruina, mantenerla a flote. Tenía muchas cosas en su mente y para colmo se distraía pensando en Gloria.

Después de un rato, ella entró a la oficina y se acercó al escritorio.

—¿Qué quiere que le muestre, señor Trociuk?

Estaba sentado en su cómodo sillón, pero lo abandonó para caminar y mirar por la ventana hacia la calle.

—Algunos papeles que eran de mi papá... ¿Sabes, Gloria? Me incomoda que me digas señor. Podrías llamarme Enrique y nada más.

—Pero no es correcto.

—No estamos en la época medieval, Gloria. Tampoco te voy a despedir por decirme Enrique, yo mismo te he concedido el permiso.

—Será incómodo y la gente se pondrá a murmurar.

—Tengo que admitir que yo era parte de la gente que murmuraba sobre ti. Parecía coincidencia que cada vez que venía a ver a mi padre, te encontraba limándote las uñas, peinándote el cabello... Faltó que comenzara a oler esmalte. Creí que eras una vaga y tuve pensamientos muy desagradables sobre tu relacionamiento con mi padre, porque para él eras indispensable y recién ahora lo entiendo.

Gloria lo veía ir y venir de un lugar a otro para después acercarse a ella y rodearla. El ambiente entre los dos se ponía un poco extraño, algo tenso, estaban solos sin nadie que los molestara, él le dijo que lo llamara por su nombre y también comenzaba a hacerme confesiones. ¿Qué estaba ocurriendo con Enrique Trociuk?

—¿Qué pensaba de mí? —curioseó Gloria.

—Que eras la amante de mi papá y que por eso te mantenía aquí.

—Me deja anonadada. Su papá era un excelente jefe y alguien muy amable.

—Sí, sí, Gloria, pero admito que fui celoso de él y de los demás trabajadores de esta empresa que están cerca de ti. Me gustas, Gloria.

Buenas noches!

Mi inocente secretaria Where stories live. Discover now