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Gloria siguió observando a Enrique que no parecía estar en el mundo de los vivos, más parecía estar del otro lado. Se apresuró a colocar el agua en la máquina del café y también el propio café molido.

Le desesperaba ver que el líquido casi negro caía con lentitud. Como la secretaria de Enrique ella sabía que lo más probable era que hubiera ido a una fiesta el sábado. Ya había visto en ese estado, no era nada nuevo, aunque lo novedoso era el beso que se habían dado,¿sería posible que olvidara de el momento que habían compartido? Al pensar en eso se sonrojó y comenzó a sentir vergüenza de tener que presentarse ante él. Lo más lógico que podía hacer era fingir demencia y que nada había pasado el sábado.

Una vez que terminó de escurrir el café, lo endulzó y colocó en una bandeja con una servilleta y una cuchara pequeña. Metió aire en sus pulmones y trató de caminar tranquila para que tus tacones no terminaran haciendo que estampara su rostro en el suelo.

A través de los vidrios de la oficina, lo distinguió tratando de acomodarse. Lo vio suspirando y tomándose pequeños segundos para recuperar energía o tal vez para pensar un poco.

Abrió la puerta despacio y caminó con un poco de dudas hacia el escritorio. Se colocó junto a él y bajó la bandeja.

Al percatarse de la presencia de Gloria, Enrique se abrazó a las largas piernas de su secretaria.

—Gloria, siento que me voy a morir. Pide que me traigan algo para la resaca —mandó.

La chica se sorprendió y comenzó a mirar hacia fuera de la oficina. No quería que los demás empleados la vieran en esa situación, ya que los cotilleos no cesarían y ella sería la única perjudicada.

—Te compraré algo para eso, pero no podré hacerlo si no me sueltas.

—No quiero hacerlo. Eres un ángel que me salvará.

—¿Fuiste a una fiesta?

—Sí, me escribieron unos amigos.

—Recuerda que tú eres un hombre de negocios y no deberías tomar hasta perder la conciencia. ¿Dónde está tu sentido de la responsabilidad?

—No me regañes, Gloria. Lo importante es que vine al trabajo. Estaré al pie del cañón vivo o muerto, ¿cumplo o no?

—No sirves como un zombie. Hubieras venido después del mediodía. ¿Quién podría cuestionarle algo como la hora al dueño de la empresa?

—¿Promueves que sea un haragán?

—No, pero no sumas trabajo. Además, no eres un empleado común como cualquiera de nosotros que no puede faltar al curro.

—Es que quería verte —dijo Enrique, condescendiente—. ¿No olvidaste que tenemos una cita el sábado?

—No, no lo olvidé. Ahora es mejor que tomes el café y me sueltes. Los demás pueden vernos y murmurar sobre nosotros. Llamaré a una droguería.

—¿Qué haría sin ti?

—Tal vez hacer las cosas mal —habló en tono burlón.

Él tuvo que dejar ir a Gloria. Con su sentido del humor y responsabilidad había logrado levantarle el ánimo. Ahora debía levantar su espíritu con ese café que se veía bastante fuerte.

Ella le sonrió antes de salir de la oficina y él no pudo resistir observar su figura esbelta cuando se retiraba. Al menos eso lo animaba en ese instante en que tenía una resaca larga. Debía evitar tomar hasta el agua del florero cuando salía. No hacía falta, mas en ocasiones no olvidaba su vida de fiestero empedernido. Lo mejor que podía hacer era dejar esas amistades de lado y enfocarse en gente que lo favorecería. Gloria le estaba sirviendo en muchas cosas, hasta como una perfecta distracción.

Gloria llamó a una droguería para pedir casi todo lo que tenían para la resaca. Ella ni siquiera sabía qué había, ya que no estaba acostumbrada a tomar en exceso y tampoco el padre de Enrique acostumbraba a eso. Lo único que bebía era whisky, pero de forma escasa.

Una vez que el delivery llegó y le entregó el pedido, Gloria regresó junto a Enrique con prisa porque algunas personas usarían la sala de juntas y ella debía encargarse de poner en condiciones lo que se usaría, como los proyectores y otras cosas.

—Aquí está todo. Las indicaciones están en las cajas —declaró ella sacando uno a uno lo que necesitaba su jefe.

—Leélas por mí, Gloria. Ahora estoy viendo unos pendientes. Debo dar muchas explicaciones a nuestros clientes.

—Veré la opción más completa, pero lo haré rápido, la sala de juntas me espera.

—¿Quién es más importante? ¿La sala de juntas o yo?

—La sala de juntas la usarán ustedes.

—Ah, es cierto. Espero que salga algo bueno de ahí, de lo contrario, si perdemos a nuestro cliente más grande...  Podemos cerrar esto y tendré que despedirte y no quiero eso, Gloria.

—Entonces hay que hacer lo mejor posible. Esta es la pastilla correcta —aseguró y se la dejó en el escritorio antes de salir otra vez.

Al regresar del almuerzo, Gloria vio que Enrique no salió sonriente de la reunión que mantuvo con el cliente. Tenía miedo hasta de ir y preguntarle lo que había pasado, pero no hizo falta, él salió de su oficina con prisa.

—¿Has almorzado, Gloria? —preguntó.

—Sí, hace rato. Ahora espero que llegue la hora.

—Me iré a almorzar y te pido que envíes un correo a los gerentes, tendremos que hacer algunos ajustes al plan. Ah, y ya no quiero saber nada de los asesores.

—Pero...

Quedó con el pero atorado en la garganta, definitivamente Enrique no conversaría de eso con ella. Le tocaría enviar varios correos que no serían algo bueno al parecer.

Un par de horas más tarde, Enrique regresó a la empresa y no había suavizado su cara.

—Pídele a todos que vayan ahora mismo a la sala de juntas.

—Sí, ¿está todo bien? —curioseó temerosa.

—Te enterarás después...

Esas palabras la dejaron un poco desanimada, pero no tenía tiempo de eso, se trataba de levantar el teléfono y hacer correr la pólvora por cada departamento de esa empresa. Lo que sí suponía era que daría una mala noticia.

Buenas tardes! Les traigo un nuevo capítulo de Gloria, me doy cuenta de que ando actualizando una vez al mes. Voy a tratar de aumentar la frecuencia.

Saludos!

Mi inocente secretaria Where stories live. Discover now