8.

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Liam.

Rory me da una mirada preocupada. Cargo un humor de mierda. Pero no es porque Los Mala Sangre quieren joder en mi territorio, sino por la jodida Billie que no sale de mi cabeza.

Tres días después sigo recordando a la chica. Mi ansiedad me hace caminar por mi oficina como un león en un zoológico. No puedo concentrarme, no puedo pensar en otra cosa, todo es Billie en pantalones diminutos. ¿Lo más jodido? Que no puedo ni verla, así que uso a Rory para despejar el piso antes de entrar.

Tengo casi cuarenta y un años. No he tenido una pelea a puños desde los treinta y cinco, pero justo ahora quiero golpear algo más que mi saco de boxeo. Tengo que drenar esto como sea…

Así se forma la idea en mi cabeza. No puedo sacar a Billie por las buenas, entonces será a los golpes.

—¿Sabes si Giovanni quiere intentar otro acercamiento? —pregunto, pero la maldita interrogante acaba siendo un gruñido emputado.

Suspiro tratando de controlar mi mierda. Rory no tiene la culpa de que me sienta como un puto pervertido. ¿Dieciocho años? ¿Qué puta broma es esta?

—Mi contacto dice que planea una invitación para el sábado. ¿Hago que suceda? —propone Rory, pasando por alto mi mal humor.

Él sabe que meterse conmigo es entrar al infierno. Ni siquiera Rory jode en este momento.

Arruga su ceño cuando sacudo la cabeza despacio, dejando salir la sonrisa ladeada que anuncia la sangre.

—Quiero que pase hoy.

Rory suelta el suspiro.

—Hermano, no es tan sim…

—Sí es simple. Arregla la mierda para hoy. Tengo un trato. Dile que nos vemos en la esquina que limita Hell's Kitchen con Times Square.

—Liam… —su tono lleva una advertencia, pero no quiero escuchar. Sé lo que haré. Tengo que sacar esta maldita presión de mi pecho.

Hell's Kitchen solía ser el barrio de mi abuelo y de mi bisabuelo. Este último huyó de Irlanda buscando su sueño dorado, y lo encontró con balas, sangre, y formando una banda de crimen organizado: La Hermandad. Luego, en los 70, cuando empezó la guerra de pandillas y todo aquello, mi abuelo cedió parte de su terreno en nombre de una tregua. Casó a mi mamá —la hija de un mafioso italiano— con mi papá, futuro heredero de La Hermandad. Quedó en familia. Siguió el tratado. Hasta que papá murió, Alana fue quemada viva, y el maldito Giovanni me dio la espalda porque, ¿si no puedo controlar a mi gente, qué se espera de mi liderazgo?

Así que estoy tratando de volver al tratado. Venderé a quien sea con tal de tener más aliados. Los jodidos Mala Sangre —una pandilla de traficantes— quieren apoderarse de mi terreno. Si pierdo a Giovanni, también a la Cosa Nostra, y sin ellos los rusos tampoco vendrán de mi lado. Una mierda tras otra…

Hay un bar discreto que sirve de fachada para estas cosas. Es uno que alberga una gran comunidad LGBTQ+ y no tengo ningún problema con ello. No me meto en sus gustos, algunos clientes compran mi mierda y contratan protección, un buen trato.

Giovanni, un tipo que está llegando a los sesenta, se sienta frente a mí. Él abandonó a la Cosa Nostra con la bendición de formar su propia célula, siempre que no invadiera sus tierras. Sin embargo, no funcionó y se unió a papá; hasta que el idiota nos abandonó. Ahora que se marchó no le está yendo mejor que a mí.

Nueva York es lo suficientemente grande para tener un pedazo para cada uno. Pero no, Los Mala Sangre quieren mi terreno y el de Giovanni. Joder, respeto los límites ajenos, ¿por qué mierda deben irrespetar los míos?

La niñera de Hades Wo Geschichten leben. Entdecke jetzt