39.

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Liam.

En mi retiro pensé lo suficiente. No tengo ese privilegio con frecuencia, pero cuando llega, lo aprovecho sin dudarlo.

Tras una exhaustiva reflexión decidí que mis niños se quedarán una temporada con sus abuelos; el tiempo necesario para darles una vida tranquila y lejos de este encierro. También para concentrarme en el topo, porque una vez esté neutralizado, mis hijos podrán volver conmigo y trataré de darles un futuro más libre. Ellos deben conocer la libertad, esa que no viene conmigo.

Aún no sé qué pasará con Billie mientras los niños estén lejos, sin embargo, sé que debo preguntarle. Este nuevo Liam piensa que es hora de permitirle que tome sus propias decisiones en vez de tenerla aquí disponible para mí. No sé qué significa esto: saber que podría escoger irse en vez de permanecer a mi lado y aun así seguir con mis planes, pero es un riesgo que ambos necesitamos.

Es contradictorio que días atrás le pedí descansar, renegando de Hades, y ahora él y yo estamos de acuerdo en que Billie no debe sufrir más de lo que ha sufrido. Y queremos su bienestar. Es tan jodido pensar en Hades como un ser independiente y no en que es parte de mi personalidad, sin embargo, a esto he llegado: a verlo como otra versión, porque sentirlo dentro y aceptar que somos la misma persona me consume. Así que soy como esa cosa verde de una película que Brendan me obligó a ver ayer.

Una semana desde que volví de mi exilio. Siete días de ser solo Liam. He pasado más tiempo con mis hijos esta semana de lo que he convivido con ellos en casi un año.

Mi decisión de enviarlos con sus abuelos se reforzó cuando salimos todos juntos. Literalmente con guardaespaldas ocupando los puestos en cada camioneta; cuatro todoterrenos blindados albergando a seis pasajeros por coche. Billie iba como si fuese lo más normal del mundo. Los niños no lo entendían, para ellos era una aventura abandonar la fortaleza. Para mí era arriesgar lo único que me quedaba, aquello que me obligaba a respirar hondo y no ser un carnicero.

Paseamos por Fire Island. Agradecí la soledad de las costas, y conseguimos subir al ferry —del que Sylvia se ocupó de reservar exclusivamente para nosotros. A mi niña le encantó el vaivén del mar e incluso se durmió.

—¿Sabías que este movimiento es parecido al que sienten en la panza de la mamá? Por eso los tranquiliza y hasta se duermen… —contó Billie.

Mi Medusa brillaba. Era una chica inteligente, que absorbía cualquier información con rapidez. Su cabello —que era de un rojizo opaco ahora— se mecía con el viento frío de finales de noviembre.

Jamás había hablado tanto con otra mujer. Alana no era tímida, sin embargo, se cerraba ante la presencia de mis escoltas; Billie, por otro lado, no le importaba parlotear de cualquier tema banal. Comprendí que le gustaba conversar y me pregunté si disfrutó de esto antes: divagar de lo que aprendía sin restricciones.

Durante esa semana en la que estuve más en casa de lo que había estado en cinco meses, Billie se encargó de matar cada silencio con anécdotas de su vida antes de ser puta, de sus clases de pintura, las que abandonaría porque descubrió que no era su vibra; sus palabras. En varias ocasiones noté su lucha interna por saber si las pinturas eran de Alana; si conservaba todo aquello porque la extrañaba. Temí a la pregunta porque no tenía una respuesta. ¿Era porque me recordaban a mi esposa muerta? ¿Porque guardaba la esperanza de ser ese Liam? ¿Por nostalgia? ¿Porque no quería matar ese pasado? Era difícil contestar porque mi cabeza olvidó que esa habitación existía. Literalmente me enfoqué en otros temas y mi estudio acabó clausurado.

Sé que tendré que darle una respuesta acerca de ese lugar, pero ahora mismo no es necesario. Justo ahora estamos descubriendo al otro, algo así como conocernos realmente. No es la primera vez que me tomo el tiempo de comprender y escuchar a otra mujer, pero hay algo distinto en la manera en que lo estamos haciendo; es más íntimo, profundo. Dejando escapar lo que llevamos por dentro sin temor a ser juzgados. Quizá porque con mi esposa no mostré mis cargas hasta después de tenerla conmigo; había miedo a perderla, a que su luz se apagara, tantas cosas. Pero con Billie no debo ocultar mis tonos oscuros. Ella ha visto casi todo de mí, y sigue aquí, a mi lado.

La niñera de Hades Where stories live. Discover now