10.

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Billie.

No me siento cómoda con el silencio del edificio. Por supuesto, no es que en los últimos pisos me dé cuenta del movimiento, pero a comparación de los últimos días, hoy hay una tensión inquietante, y la cantidad de empleados que ronda el piso no me da buena espina.

Sin embargo, no hay tiroteos, matanza, gritos de gente siendo golpeada, así que es como si estuviera trabajando para un millonario más.

Luego de varios días cuidando a Brendan Y Arlene me siento casi normal. He descubierto que si no estoy en el camino del señor Hayes, atender a los niños no es complicado.

Brendan no habla con regularidad. Sylvia dice que es así mientras toma confianza. Arlene balbucea dos o tres palabras y es más relajada que su hermano. Sin embargo, estoy aprendiendo sus rutinas, lo que les gusta, y se están dejando querer.

En la tarde llegaron los tipis que ordené por Amazon. Le pregunté a Sylvia si había un límite en el uso del fondo que destinó el señor Hayes para los niños. Dijo que no, pero que al señor Hayes no le gustaba usar su tarjeta de crédito en cosas sospechosas, así que debería tener cuidado con lo que pedía por línea.

—¿Crees que ordenaré pezoneras? ¿Vibradores de treinta centímetros? —me burlé, pero ella no estaba muy contenta. Supuse que no estaba para bromas.

El incidente del baño y la descarga de energía que fluyó por mi cuerpo se fue enterrando en mi memoria a consecuencia del trabajo. Ser responsable de dos niños es bastante movido, pero ¿una bebé que todavía no se atreve a caminar sola y un pequeño que corre por todo el piso? Tengo suerte si cojo un descanso de quince minutos.

Sin embargo, no me quejo. Me está gustando ser la niñera de Hades, perdón, del señor Hayes. No me extraña su apodo, el hombre tiene una vibra imponente; es la clase de persona que gira cabezas y que te inmoviliza sólo con mirarte. Si es así y nos hemos visto un par de veces a lo mucho, ¿cómo será para los que tienen que estar a su alrededor todo el día?

Me pregunto, ¿qué pasaría si él decide quedarse una tarde con los niños? ¿Alguna vez está con ellos por más de tres horas? Casi ni los ve. En la mañana sale a la oficina a las nueve en punto. A esa hora Brendan está rendido porque es un dormilón que recarga baterías en la noche para dar lata todo el día. Y Arlene suele levantarse por las noches, por eso a las cuatro de la madrugada es que viene a dormirse profundamente. Mi hora de entrada vendría siendo a las nueve, y antes de eso Moira está dando vueltas por allí…, si no hubiera dormido varias noches en este apartamento diría que tiene un amorío con el señor Hayes. Ella lo mira como si quisiera un poco de café cargado, si sabes a lo que me refiero.

Entonces, el señor Hayes llega pasadas las ocho. A esa hora Arlene ya está en la cama, y Brendan aún lucha por dormir, pero está más fuera de combate que despierto. ¿Qué relación tiene con sus hijos? Los niños son tan independientes para ser pequeños. Ya se han apegado a mí y sospecho que es porque él no comparte con ellos.

Es triste…

Otra cosa interesante es que no hay fotos familiares. Ninguna. De abuelos, viajes, cumpleaños, navidades, jodida nada. La vida de un mafioso empieza a verse aburrida para mí. ¿De qué te sirve tanto dinero si no lo puedes disfrutar? Bueno, desde mi perspectiva: para comer, vestir y dormir en una cama cómoda, sin el miedo de que algún tipo que llegó con tu madre quiera un coño dulce de postre.

Mañana planeo armar los tipis con Brendan. Aunque, tendré que pedir algo de ayuda porque se ve pesado. Tal vez Sylvia pueda buscar a un empleado de confianza. O si Rory está de buen humor…

Las risas llegan hasta la cocina y me preparo para ser interrumpida. Estoy tomando un té aprovechando la variedad qué tiene el señor Hayes. Hay de todas las clases y siempre en perfecta sincronía cada marca y sabor. Moira es la encargada de surtir los comestibles. Y por la mañana, alrededor de las diez, una mujer viene a hacer la limpieza, prepara el almuerzo, la cena, y se va. Nunca es la misma persona.

Empujan la puerta y la risa de Rory muere. Más atrás llegan dos hombres más, y entonces me ahogo con el sorbo de té que está bajando por mi garganta.

El señor Hayes está arañado por el pecho —sin camiseta—, los hombros y el cuello. También tiene una cantidad absurda de golpes de color rojizos y otros de un suave púrpura. Pero lo que me hizo jadear y ahogarme es su antebrazo. Tiene, literalmente, un hueco. Del que está saliendo sangre… un hilo considerable. Tiene un trapo en su puño y la tela está de color marrón y rojizo en algunas partes.

Golpeo mi pecho y limpio mis lágrimas tratando de controlar la tos. Ninguno de ellos viene a mi rescate. No están sorprendidos, de hecho, aparentan estar en una calma extraña. Mis ojos buscan los del señor Hayes y me sorprende —aunque no debería— de no encontrar una sola emoción en su mirada. Ni siquiera dolor. Eso tiene que doler. Puedo ver el orificio desde aquí, a varios metros de distancia porque la cocina es inmensa.

—Hora de irse, muñeca —ordena Rory.

Volteo hacia el señor Hayes porque puedo sentir su mirada en mí, sin embargo, no consigo descifrar lo que hay en sus ojos. ¿Advertencia? ¿Molestia? ¿Asco? Sea lo que sea me intimida como nadie me había intimidado en mi vida.

Justo cuando comencé a sentir que trabajaba para un millonario común, el jodido Hades Hayes tiene que aparecer para traerme a la realidad. Trabajo para la mafia. Para un tipo que anda por allí en saco y corbata, pero que es capaz de caminar con un orificio en su mano sin que muestre un ápice de dolor. Liam Hayes no es normal.

Rory se aclara la garganta. No puedo moverme porque estoy pegada al suelo, prisionera de la mirada del señor Hayes. No es un gesto tierno o atractivo, y no deja de ser intenso y peligroso.

—Liam —llama Rory, tal vez comprobando que su jefe no me ha dado permiso para irme—. Deja ir a la niña, hermano. Hay que verte eso —pide, como si le estuviera hablando a un animal salvaje.

El señor Hayes parpadea exactamente igual al día del baño. Un escalofrío me recorre y me confunde hasta la mierda. Hay miedo en mí, sí, pero también hay una especie de anticipación, de necesidad enfermiza de ir hasta él y refugiarme en sus brazos. De consolarlo. De decirle que está bien…

La puerta de la cocina se abre de golpe y Moira entra como si alguien hubiera muerto. ¿No es la prima del señor Hayes? Porque lo está mirando como… ascoooo…

Ella lo toca y él da un respingo, como si le hubieran dado un latigazo…, sé lo que es. En fin, el señor Hayes voltea a verla y no sé qué ve en sus ojos, pero Moira retrocede.

—Joder, Moe, no lo toques cuando está así —espeta Rory, tirando del brazo de Moira y colocándola detrás suyo.

Doy un paso lista para irme, pero estoy segura de que él tiene visión periférica o algo así, porque vuelve a inmovilizarme en mi lugar. Mi corazón bombea con fuerza y si sufriera de asma ya estaría buscando mi inhalador para expandir mis pulmones.

»Billie, vete —advierte Rory.

El señor Hayes voltea hacia él, y hay una conversación silenciosa entre ellos que tarda una eternidad, aunque sólo sean unos segundos.

Hasta que mi jefe pone sus ojos en mí otra vez y asiente en mi dirección antes de girar sobre sus talones para abandonar la cocina.

El portazo retumba en mis oídos y, no sé a dónde se fue, pero yo sé que soy libre para correr a esconderme.

No me despido de nadie. No es que alguien esté esperando cortesía de mi parte, pero igual no podría ser educada en este momento.

Recibí muchas palizas en mi vida. Pero nunca lo presencié en otra persona. Sin embargo, no son los golpes en sí, sino la calma de Hayes. Una que jamás conseguí a pesar de que mamá me golpeaba mínimo dos veces por semana.

La niñera de Hades Donde viven las historias. Descúbrelo ahora