Capítulo VII

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Era sábado por la noche y Luying y yo estábamos en la cocina. Ella acababa de meter una cazuela en el horno y estaba repasando la lista de tareas que mi madre le había dejado en la puerta de la nevera.

— Ha llamado tu madre. No regresará hasta el domingo por la noche -me dijo mientras fregaba con detergente la pila de la cocina con una energía que me hacía doler el brazo-. Ha dejado un mensaje en el contestador. Quiere que la llames. ¿Has estado llamando cada noche antes de irte a la cama?

Yo estaba sentado en un taburete, comiendo un bollo de pan con mantequilla. Acababa de darle un mordisco, pero Luying me miraba esperando una respuesta.

— Hummm-hum -asentí.

— Hoy ha llegado una carta del instituto -Señaló con la barbilla las cartas que había sobre el aparador-. ¿Puede que sepas de qué se trata?

Me encogí de hombros con esmerada inocencia y dije:

— Ni idea.

Pero tenía una idea bastante clara. Doce meses atrás había abierto la puerta de mi casa para encontrarme con la policía. «Tenemos malas noticias», dijeron. El entierro de mi padre fue una semana más tarde. Desde entonces, todos los lunes por la tarde acudía a mi sesión con el doctor Heng, el psicólogo del instituto. Había faltado a las últimas dos, y si no los recuperaba esa semana me metería en problemas. La carta probablemente era una advertencia.

— ¿Tienes planes para esta noche? ¿Tú y Yixing han pensado en algo? ¿Tal vez una película aquí en casa?

— Tal vez. De verdad, Ying, yo puedo limpiar la pila más tarde. Ven a sentarte y... cómete la otra mitad de mi bollo.

El moño gris de Luying se le deshacía mientras fregaba.

— Mañana voy a una conferencia -dijo-. En Portland. Hablará la doctora Yu ZiYuan. Ella dice que una puede sentirse más sexy a través de la mente. Las hormonas son drogas peligrosas. A menos que le digamos lo que queremos, tienen un efecto contraproducente. Se nos vuelven en contra -Se giró y me apuntó con el envase de detergente para enfatizar-. Ahora me levanto por la mañana y escribo con el pintalabios en el espejo: «Soy sexy. Los hombres me desean. Los sesenta y cinco son como unos nuevos veinticinco».

— ¿Crees que funciona? -pregunté, intentando no sonreír.

— Funciona -respondió.

Me lamí los dedos con mantequilla mientras pensaba una respuesta apropiada.

— Así que vas a dedicar el fin de semana a reinventar tu lado sexy.

— Toda mujer necesita reinventar su lado sexy. Dicho así me gusta. Mi hija se ha hecho implantes. Dice que lo hizo para ella misma, pero ¿qué mujer se pone tetas para ella misma? Son una carga. Se ha puesto tetas para satisfacer a un hombre. Espero que tú no hagas estupideces por una chica, Yibo. -Agitó el dedo- o un Chico.

— Créeme, Ying, no hay chicas ni chicos en mi vida. -De acuerdo, quizás había dos al acecho en la periferia, rondando, pero como no conocía lo suficiente a ninguno de los dos, y uno de ellos me asustaba, parecía más seguro cerrar los ojos y hacer como si no estuvieran allí.

— Eso es bueno y malo. Si das con la persona equivocada, te metes en problemas. Si encuentras a la persona apropiada, encuentras el amor. -Su voz se suavizó con la reminiscencia-. Cuando era una jovencita en Alemania, tuve que escoger entre dos muchachos. Uno era muy malvado. El otro era mi Henry. Estuvimos felizmente casados durante cuarenta y un años.

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