Capítulo VIII

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Regresé al futbolín algo aturdido. QiuJing estaba encorvado sobre el tablero con gesto de concentración competitiva. Yixing chillaba y se reía. ZhuLiu seguía sin aparecer.

Mi amigo levantó la vista del tablero.

—Bueno, ¿qué ha pasado? ¿Qué te ha dicho?

—Nada. Le he dicho que no nos molestara y se ha ido

—Pues no parecía alterado cuando se ha marchado —observó QiuJing—. Sea lo que sea que le hayas dicho, ha funcionado.

—Qué pena —se lamentó Yixing—. Esperaba un poco de acción.

—¿Listos para jugar? —preguntó QiuJing—. Estoy deseando ganarme una pizza a pulso.

—Yo estoy listo, si ZhuLiu regresa —dijo Yixing—. Estoy empezando a pensar que no le caemos bien. Sigue desaparecido. Quizás es un mensaje no verbal.

—¿Bromeas? Está encantado con ustedes, chicos —dijo QiuJing, con excesivo entusiasmo—. Es sólo que le cuesta relacionarse. Iré a buscarlo. No se muevan de aquí.

Nada más quedarnos solos, le dije a Yixing:

—Voy a matarte, ¿lo sabes?

Él levantó las manos y retrocedió.

—Era por hacerte un favor. QiuJing está loco por ti. Cuando te has ido le he dicho que tienes a unos diez chicos y chicas llamándote todas las noches. Tendrías que haberle visto la cara. Apenas si podía disimular los celos.

Lancé un gruñido

—Es la ley de la oferta y la demanda —dijo Yixing, tan pragmático él—. ¿Quién hubiera dicho que estudiar economía iba a servirnos de algo?

Miré hacia las puertas del salón

—Necesito algo —dije

—¿A QiuJing, quizá?

—No: necesito azúcar. Mucha. Un algodón azucarado. —Lo que necesitaba era una goma de borrar gigante para suprimir todas las huellas que dejaba Zhan en mi vida. Sobre todo, las de su comunicación telepática. Me estremecí. ¿Cómo lo hacía? ¿Y por qué a mí? A menos que... sólo fuera mi imaginación. Igual que cuando me imaginé atropellando a alguien con el coche de Yixing

—A mí tampoco me vendría mal un chute de azúcar —contestó Yixing—. Hay un vendedor cerca de la entrada. Yo me quedaré aquí para que ZhuLiu y QiuJing no piensen que nos hemos ido. Tú ve por el algodón.

Una vez fuera, desanduve el camino hasta la entrada, pero al localizar al vendedor de algodones me vi atraído por la montaña rusa al final del pasaje peatonal. El Arcángel, un serpenteante convoy de vagonetas, se elevó por encima de los árboles y pasó a toda velocidad sobre los rieles iluminados, desapareciendo de mi vista. Me pregunté por qué Zhan quería que nos encontrásemos allí. Sentí una punzada en el estómago y, a pesar de todo, me vi enfilando el pasaje rumbo al Arcángel.

Inmerso entre los peatones, mantenía la vista fija a lo lejos, en los rieles donde las vagonetas del Arcángel ondulaban en el cielo. El viento había pasado de frío a helado, pero ésa no era la razón de que me sintiera cada vez más turbado. La sensación volvió a hacerse presente. Aquella sensación escalofriante y vertiginosa de que alguien me observaba.

Eché una mirada furtiva a ambos lados. Nada extraño en mi visión periférica. Di un giro de ciento ochenta grados. Un poco más atrás, en un pequeño patio de árboles, una figura encapuchada se dio la vuelta y desapareció en la oscuridad.

Con el corazón acelerado adelanté a un grupo numeroso de peatones, alejándome del patio. Tras avanzar unos cuantos pasos, volví a mirar atrás. Nadie parecía estar siguiéndome.

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