Capítulo XLIII: Magia

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Quince minutos. 900 segundos en que la mano de Mina estaba siendo el mayor y placentero problema en ella. Dentro de su pantalón, rociándose con solo unas dos o tres gotas de su líquido pre seminal. Y eso era solo porque se movía con lentitud, con total desgano de arriba hacia abajo solo para que la tortura se alargara.

La cena ni siquiera había comenzando y ella ya quería marcharse, regresar a casa y recordarle a Mina quién mandaba en la intimidad. Estaba segura que, si no fuese por los niños, tras pasar la puerta le haría el amor locamente contra la pared. Necesitaba algo más que los dedos de la rubia enrollados en su miembro. La necesitaba a ella, enterrarse en ella y desear que aquella infantil apuesta la alzara victoriosa.

Taeyong preguntó algo y ella recibió el pulgar de su esposa en la punta de su pene, fuerte y decidido a que dejara de vagar y oyera al hombre. Infló su pecho y lanzó una bocanada de aire, observándolo y asintiendo aún sin saber de qué hablaba.

— ¿Y cuándo deben volver al doctor? Me gustaría estar al tanto de las consultas y lo que él les vaya diciendo. Quiero confirmar que el embarazo sigue avanzando bien.

— En un mes —murmuró ella antes de morderse el labio. Algo pesado subía por su garganta y amenazaba con salir. Un jadeo, quizá, o un gemido que no iba poder contener por mucho tiempo más— allí él...podría decirnos con certeza cuán avanzado ya está el crecimiento de nuestra hija.

— Supongo que haz elegido un médico prestigioso para que atienda a mi hija ¿verdad? —el término "esposa" le gustaba más y era más apreciable en ese momento. Mina ya vivía con ella y totalmente independizada de sus padres, así que si volvía a escucharlo dirigirse así a la rubia, posiblemente iba a reclamárselo.

— Así es, señor. Es un médico con doctorados y un perfeccionamiento como pocos —no tenía idea de quién era aquel hombre de baja estatura y que ya solo un cabello ocupaba su cabeza. Aquel que le aseguró que Mina podía seguir teniendo sexo sin algún tipo de problemas, pero la rubia pidió su atención así que era como que sí, era prestigioso a vista de ellas tiene un reconocimiento especial entre sus pacientes y alrededores, esas palabras ni siquiera tenían sentido pero, si seguía visualizando la imagen de aquel hombre poco atractivo para cualquier mujer, su excitación parecía controlarse momentáneamente y no avanzar. Era como si algún estúpido y bobo adolescente pensara en el choque automovilístico con un cartero para no eyacular precozmente sobre su novia.

— Y ¿podremos conocer al donador de esperma? —preguntó Yuta entusiasmado, juntando sus manos sobre la mesa con la mirada en ambas— Fue Dong-min ¿acaso? —de la dureza a la caída en un segundo. Chaeyoung quería estrellar su rostro contra el plato pero echó su cabeza cual golpe de aire hacia atrás. Mina, aún con su mano ocupada en ella, tragó fuertemente y se removió, aclarándose la garganta y buscando su mirada.

— Tiene que ser Dong-min —aseguró Taeyong— quiero que mi nieta salga igual de guapo que él —Chaeyoung rodó los ojos, quizá su plato se vería mejor roto en la cara de ese hombre— más la de mi hija, sería una pequeña que llamaría la atención de muchos. Y si luego decides tener un niño, Mina, vuelves a él y tendrás uno musculoso, con aspecto fuerte y que no se dejará pisotear por nadie —alzó las cejas asombrada. Ahora resultaba que su suegro tenía un enamoramiento con un muchacho que podía ser su hijo. Se cruzó de brazos y se echó contra la silla, aguardando porque Mina callara las estupideces de su padre.

— Bueno, papá...en realidad...no fue Dong-min quién donó el esperma.

— De acuerdo —masculló él con un gesto desconcertado— ¿acaso han ido a esos bancos dónde se mantiene en secreto la identidad del donador?

— No —respondió Chaeyoung estirándose contra la mesa. Sintió la sacudida de Sana y apretó los dientes. Cuánto la odiaba en esos momentos, con solo un toque podía callarla otra vez.

𝐑𝐄𝐆𝐋𝐀𝐒 𝐃𝐄 𝐎𝐑𝐎Where stories live. Discover now