30. La ecuación del amor.

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Después de aquella noche, me sentí liviano, como si mi cuerpo pesara lo mismo que un suspiro y una suave brisa pudiera elevarme más allá del cielo, donde mi mente dormía

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Después de aquella noche, me sentí liviano, como si mi cuerpo pesara lo mismo que un suspiro y una suave brisa pudiera elevarme más allá del cielo, donde mi mente dormía. Ya nada me preocupaba ni me consumía por el remordimiento. Era como si el dolor de los golpes y el desprecio reiterado se hubiesen convertido en un vago recuerdo de otra vida. Me comportaba igual que una ingenua ave que dormía agazapada a la rama más alta de un árbol, con la absurda creencia de que allí estaría a salvo de cualquier depredador que no tuviera alas. Pero el hambre de odio es un combustible poderoso, y el depredador que no puede volar, puede escalar el árbol con sus propias garras.

Había transcurrido una semana desde nuestra primera vez, y Karlen y yo no habíamos vuelto a tener un encuentro así de íntimo. Ni siquiera nos atrevíamos a hablar sobre el tema. Lo rememorábamos en el silencio de una mirada compartida, cuando mis ojos se quedaban prendados de los suyos y mi corazón luchaba por tomar la palabra sin mi permiso a través de frenéticos latidos.

Esa noche, estaba tumbado en su cama, con su cabeza apoyada en mi pecho. Él dormía mientras yo fingía hacerlo. No podía conciliar el sueño porque no dejaba de pensar en lo sucedido la semana anterior: sus dedos acariciando las zonas más sensibles de mi cuerpo con una ternura desconocida para mí, sus labios pronunciando mi nombre entre jadeos como si fuera la palabra más hermosa de su vocabulario. Su sincera confesión, ese breve "me gustas" que me hizo sentir como si en mi pecho existieran las cuatro estaciones, y la primavera hubiera despertado repentinamente después del perpetuo letargo del invierno, con mil flores brotando de mi corazón.

A lo largo de mi existencia, había percibido la vida como un árbol cuyas ramas eran ecuaciones repletas de incógnitas. Mi misión era resolverlas para hallar una solución a mis problemas o, en el mejor de los casos, entenderlos. ¿Por qué mi padre no me quería? ¿Por qué mi madre no me salvaba? ¿Por qué sentía que el mundo sería un lugar mejor sin mí? Había tanta confusión alrededor del árbol que, cuantas más preguntas me planteaba, más me acercaba al tronco robusto donde solo existían las incógnitas sin ninguna constante.

Había una rama en particular que me llamaba mucho la atención. Era joven, tierna y pequeña, pero estaba llena de incógnitas por despejar. Su nombre era amor. Al principio, pensé que había resuelto su ecuación principal, pero estaba equivocado. La sociedad me había proporcionado las herramientas incorrectas para resolverla. Me enseñó que el amor era el resultado de sumar una Y más una X, donde el Hombre era la enorme y poderosa Y, y la mujer era la pequeña e inútil X. Cuando entré en la casa de los Rigel, me enseñaron una forma distinta de despejar las esas dos letras basada en la equidad: el amor era el resultado de una persona más otra persona elevadas al cariño. Me pareció una forma tan novedosa y confusa de resolver la ecuación, que no me sentí capaz de entender todos sus matices. Así que me mantuve en esa neblina de incertidumbre hasta que escuché la confesión de Karlen y comprendí que lo que me intentaban inculcar era muy sencillo: que estaba permitido sustituir la palabra persona por otras, por lo que el amor podía ser el resultado de un hombre más otro hombre.

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⏰ Última actualización: Sep 16, 2023 ⏰

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