Día diez: Chocolate.

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—¿Choco... qué?

—Chocolate —repitió el mandril, soltando una leve carcajada—. Eso curará todos tus males, joven león.

Kion parpadeó. Era la primera vez en toda su vida que escuchaba aquel término curioso. Y no entendía cómo eso haría que Fuli lo perdonara.

Rafiki, al ver que el líder de la Guardia del León estaba confundido, decidió ayudarle. Con un movimiento de su bastón, recogió una fruta de su árbol y se la tendió a Kion. Tenía aspecto de una fruta del baobab, pero más ovalada y de un color café claro.

—Verás, hace mucho tiempo, en Las Praderas existió una planta peculiar —dijo, tomando la fruta entre sus dedos y partiéndola a la mitad—. Los leones del pasado la bautizaron como «cacao», y de esta planta nace esta fruta, cuyos interiores son bendecidos con estas semillas —por dentro, y como bien había dicho Rafiki, habían varias semillas grandecitas que despedían un olor dulce. Se le hizo agua la boca a Kion. Tomó una entre sus dedos y la puso delante del león—. Estas se trituran hasta formar un polvo que se mezcla con agua y unas hierbas dulces para formar un manjar del cielo. Este manjar se llama «chocolate».

Oh. Eso tenía sentido.

Olfateó la semilla que estaba frente a él y el olor dulce pero amargo le inundó las fosas nasales.

—¿Y crees que este manjar ayudará a que Fuli ya no esté molesta conmigo, Rafiki? —el mandril se echó a reír.

—¡Por supuesto, Kion! Los leones del pasado lo usaban para reducir los niveles de estrés de las hembras. Nadie puede resistirse al dulce sabor del chocolate.

Eso lo animó un poco. Si así podía hacer que Fuli lo perdonara, entonces lo haría. Además, ¿qué podía salir mal de un dulce?

***

Todo. Todo podía salir mal de la fabricación de este manjar.

—Reyes del Pasado, ¡ayuda! —se agarró con más fuerza de la rama del árbol mientras rezaba porque la estampida parara pronto. No sabía cuánto tiempo más podía soportar.

Pues resulta y acontece que para poder obtener estas hierbas dulces, tenía que visitar las adyacentes de un cañón. El árbol era gigante y tuvo que escalar para llegar hasta arriba y con suerte recoger las hojas antes de que se cayera al vacío y tuviera un destino peor que la muerte.

Pero como el destino no estaba de su lado, una estampida dio inicio en el mismísimo cañón por debajo de él, y para colmo, la rama en la que se apoyó para subir se quebró, dejándolo suspendido en el aire con la esperanza de que la estampida terminara y él pudiera usar el rugido para bajar. Si lo hacía, los animales podrían salir volando junto con él.

Más le vale a Fuli que lo perdone con este gesto, porque su vida literalmente depende de eso.

Escuchó otra rama partirse, y temeroso de que fuera en la que se estaba apoyando, echó un vistazo. Síp, efectivamente era esa rama. ¿Nada le podía salir bien aunque sea una maldita vez? La rama volvió a crujir.

—¡Ayuda! —gritó. Por favor, por favor, que alguien lo escuche.

—¡Hapana! —la inconfundible voz de Ono le llegó a los oídos y le dió gracias a los Reyes del Pasado. Junto a él venía Anga—. ¡Kion, qué estás haciendo aquí!

—¿Y si mejor me ayudan a bajar antes de que sea león muerto? —pidió, sintiendo como la rama cedía ante su peso.

—¡De inmediato! —Anga aleteó hasta el líder de la Guardia e incrustando cuidadosamente sus garras en los hombros de Kion, lo levantó de la rama y lo posicionó en el suelo.

PROVOCATIO | Kiuli.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora