𝑻𝒆𝒓𝒄𝒆𝒓 𝒄𝒂𝒑í𝒕𝒖𝒍𝒐

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—Venga Lexa, despierta. Ya hemos llegado. — La voz de Nora me sacó de aquel sueño perfecto que estaba teniendo, del cual ya no me acordaba. Intenté abrir los ojos, y, aunque me costó, conseguí abrirlos. Al hacerlo, vi a Nora sujetando la puerta del coche, con la misma cara de entusiasmo que tenía a los diez años cuando le regalaron sus primeros patines de línea. Lentamente, saqué las piernas del coche y puse mis pies en el suelo para salir. Cuando lo hice, vi enfrente de mí una enorme casa gris y blanca, con el jardín más verde que había visto nunca. Había un camino de piedra con rosas a los lados que llegaba hasta la puerta de entrada, donde Nora ya estaba esperándonos.

—Es bonita, ¿a qué sí?—Selene me miraba con una sonrisa impecable.—A mí se me quedó la misma cara la primera vez que vine aquí. John y Caín no valoran tanto las cosas bonitas.

—¿Caín?—Sabía que John era el primo de Nora, que vivía allí que íbamos a compartir la casa con él y, seguramente, con Selene, pero nadie me había dicho nada de ningún Caín.

—Es el hermanastro de John, también vive aquí, aunque no pasa mucho por casa. Por eso preferían que vinierais vosotras a cuidar de ella; digamos que Caín no es muy… responsable.—Selene comenzó a caminar hacia la puerta, y yo la seguí. Vale. Caín era el hermanastro de John, y teníamos que compartir casa también con él. Habíamos pasado de estar Nora y yo solas, a estar con tres personas más, de las cuales solo conocía a una desde hacía dos horas, y otra acababa de enterarme de su existencia hacía apenas unos segundos. 

Por suerte, Selene había dicho que Caín no pasaba mucho por casa, y sabía que John trabaja desde las diez de la mañana hasta las ocho de la tarde; así que no iba a cruzarme mucho con ninguno de los dos. Aunque no me preocupaba el hecho de cruzarme con ellos en sí, me agobiaba pensar en mantener una conversación con cualquiera de los dos. 

Cuando llegamos a la puerta, Selene sacó las llaves de su bolso y las introdujo en la cerradura de aquella puerta de madera perfecta. Al abrir, me dejaron entrar a mí primera. No puedo imaginar la cara de estupefacción que puse al ver el interior de esa casa. Las paredes eran de color crema, y llos muebles, los marcos de las puertas y el suelo eran blancos. Había un sofá enorme de color beix en el centro del salón, en el que mínimo cabían siete personas y, la verdad, tenía pinta de ser bastante cómodo. Delante del sofá, había una chimenea de ladrillo gris preciosa, una tele de plasma enorme en el mueble de encima y un ramo de rosas rojas a cada lado. Seguí andando para adentrarme más en la casa, y vi aparecer una mesa de cristal enorme, con unas sillas blancas que la acompañaban y, justo detrás, estaba la cocina. Los muebles de la cocina también eran blancos, tanto la encimera como las sillas. 

—Vamos Lexa, te enseñaré la planta de arriba.—Nora no había parado de observarme desde que habíamos entrado por la puerta, y sabía que estaba muy emocionada por poder compartir conmigo la casa en la que había pasado sus vacaciones desde que era pequeña. Ella siempre había querido traerme, pero mi madre era bastante posesiva conmigo, y tampoco le gustaba mucho verme feliz; solo quería verme con ella. Después de estar con mi madre, en el centro, también era bastante complicado conseguir que me dejasen venir. La familia de Nora se había prestado para acogerme cada fin de semana y también en algunas vacaciones, como en navidad o en semana santa, pero por más que habíamos intentado que me dejasen ir a Miami, había sido imposible. Después de aquello, con el innombrable, digamos que tampoco era tarea fácil irme a ninguna parte sin él, y con él no me apetecía ir a ningún sitio, mucho menos a casa de los familiares de Nora. Así que, ahora que las dos teníamos veinte años, y que habíamos conseguido venir aquí juntas, decidí dejar que Nora disfrutase de enseñármelo todo. 

Cuando llegamos a la planta de arriba, era todo tan bonito como abajo. Había un largo pasillo con puertas que, supuse, daban a las habitaciones de los demás. Y, digo supuse, porque Nora me tenía agarrada del brazo y no me daba tiempo a mirar nada más que de reojo. 

𝐄𝐒𝐐𝐔𝐈𝐕𝐀𝐍𝐃𝐎 𝐄𝐋 𝐃𝐎𝐋𝐎𝐑Where stories live. Discover now