Séptimo capítulo

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Cuando llegamos a la fiesta; fue Caleb quien nos recibió.

Después de intercambiar unos saludos, nos acompañó a donde estaban todos; pero no vi a Caín.

Cuando acabé de presentar a Vega, me senté en el sofá, esperando que en algún momento Caín entrase por la puerta.
Aunque cada uno de los amigos de Nora me había dicho lo guapa que estaba; la reacción que ansíaba por ver, no era de ellos.

Al cabo de quince minutos, apareció en mi mente un recuerdo de la primera vez que había visto a Caín; en la habitación de Caleb; y pensé en buscarlo allí.

Una vez hube avisado a Nora y a Vega de que iba a buscarlo, me marché.

Cuando llegué a la puerta de la habitación, una ola de nervios me invadió; y tuve que recordarme a mí misma las palabras que había dicho por la mañana: "No puedo confiar en ti; no por ser tú; seguro que en otras circunstancias no me costaría nada hacerlo; pero ahora mismo no puedo confiar en nadie."
Aunque costara ignorar aquellas palabras; eran ciertas; por mucho que sintiera una atracción irrefrenable hacia él; no podía darle a nadie el poder de destruir todo mi sentir de nuevo. Por lo menos, no todavía.

Después de coger aire, abrí la puerta y, como había esperado, allí estaba él.
Caín levantó la mirada de su teléfono móvil, y, al ver su reacción a mi cambio, una sonrisa se dibujó en mi rostro.
Había reaccionado mucho mejor de lo que esperaba.
Con los ojos clavados en mí, y sin dudar ni un solo segundo, Caín se levantó del sillón en el que estaba sentado y vino directo hacía mí. Mis piernas temblaron, y aquella sensación de ardor volvió a recorrer mi cuerpo de nuevo.
Parecía que daba igual cuántas veces viese a Caín, y cuántas veces me dijera a mí misma que sólo éramos amigos; todos mis sentidos se debilitaban cada vez que lo tenía cerca.
—¿Estás poniéndome difícil esto de ser amigos a posta?—Caín me miró de arriba a abajo con lujuria.—Así lo único que consigues es que quiera arrancarte ese vestido y ponerte contra la pared.—No pude evitar estallar en carcajadas. Caín puso semblante serio, se acercó más a mí y, con el tono de voz algo más bajo, continúo hablando.—Ahora en serio, Lexa; estás preciosa. Te queda tan bien el pelo rojo; haces que no me sienta a la altura; y eso no me había pasado con nadie.—El comentario de Caín aceleró mi corazón.—Me encantaría que fueras mía…
—Caín, para, por favor.—Lo miré a los ojos, intentando expresarle con todas mis fuerzas el dolor que sentía rechazando sus palabras.—Ahora eres tú quien me está poniendo difícil lo de ser amigos.
—Está bien, pero vuelve a sonreír como antes.—Intenté sonreír; pero solo me salió una mueca. Rechazar a Caín dolía más de lo que yo había pensado.—Vale, si no lo haces por las buenas; lo harás por las malas.—Caín se abalanzó sobre mí y comenzó a hacerme cosquillas. Estallé en carcajadas y comencé a correr por la habitación; con él persiguiéndome de cerca.
Caín me atrapó entre sus brazos, me lanzó sobre la cama y siguió haciéndome cosquillas por todo el cuerpo.
De repente, la puerta de la habitación se abrió; y apareció Crystel.
Caín se levantó, y yo me incorporé para sentarme en la cama; mientras me colocaba el pelo.
Todavía me dolía el estómago de tanto reírme.
—Vaya, siento interrumpir.—Su expresión reflejaba que se sentía molesta, y, eso, me hizo sentir molesta a mí.
—¿Ah, sí? ¿Lo sientes?—Caín no pudo evitar soltar una pequeña risa ante mi respuesta; y la expresión de Crystel pasó de reflejar molestia, a reflejar ira. Después de lanzarme una mirada de odio, miró a Caín.
—Tenemos que irnos, ya. Te has entretenido demasiado.—Sin decir nada, Caín hizo caso a las instrucciones que Crystel le había dado.
Salió tan rápido de la habitación detrás de ella que no me dio tiempo a preguntar a dónde iban. ¿Qué cojones había sido eso?

Después de quedarme bloqueada en el mismo sitio; bajé a buscar a Caín para que me aclarase por qué se iba de esa forma, y, además, con Crystel; con la que, claramente, se había acostado en algún momento de su vida.

Cuando bajé las escaleras, Caín y Crystel estaban saliendo por la puerta. Salí a toda prisa, y, cuando estaba a punto de tocar el hombro de Caín, recordé de nuevo lo que le había dicho esta mañana.
Bueno; parecía que a él no le importaba lo más mínimo que no hubiera nada entre nosotros.
Se marchaba a acostarse con la primera chica que se le cruzaba; era lo que había hecho conmigo también; y eso me demostraba que tenía que darme la razón; no podía confiar en él.

Era mejor que no fuéramos ni amigos.

De pronto, una ola de frío intenso recorrió mi cuerpo; aunque estábamos a principios de septiembre; eran las dos de la madrugada; y a esa hora hacía frío.
Decidí entrar a buscar mi chaqueta; pero, cuando me giré, me encontré a un chico cortándome el paso. Di un paso hacia la izquierda, para esquivarlo y poder entrar, pero la puerta estaba cerrada. Antes de que pudiera picar al timbre, sentí como alguien agarraba mi brazo con fuerza y tiraba de mí.
El chico me pegó a su cuerpo de espaldas a él, me rodeó con sus brazos sujetando los míos contra mi cintura, y, con voz ronca, me susurró algo al oído.
—¿Te gustaría chupármela, verdad? Tienes cara de puta.—Percibí el olor a alcohol en su aliento; y me entraron ganas de vomitar. Por un momento, sentí que iba a desmayarme. Pero, entonces, recordé al innombrable. Él ya me había hecho pasar situaciones parecidas; y peores. Esto no era nada.
Respiré hondo, cogiendo así toda la fuerza que era capaz en ese momento. Por fin, conseguí soltar un brazo, y, antes de que ese asqueroso pudiera volver a sujetarlo, le propiné un codazo en la mandíbula que lo obligó a soltarme; salí corriendo hacia la puerta y comencé a picar al timbre como una descosida; vez tras vez; observando a ese cabrón, que se acercaba a mí tambaleándose.
Blake abrió la puerta; y, al ver las lágrimas caer por mi rostro, me hizo entrar.

Le pedí a Blake que le pidiera a Nora que viniese con Vega, y, cuando vinieron, decidí no decirles lo que había pasado. Ya se lo explicaría mañana, después de haber descansado

En aquel momento, solo tenía ganas de llegar a casa y dormir; así que Nora le pidió a Liam que nos llevase.


Cuando llegamos a casa, mis pies me llevaron hasta mi cama con mi mente sin saber ni dónde estaba.
Me quité los tacones; los pendientes y el vestido mo más rápido que pude. Desabroché mi sujetador, me puse una camiseta limpia que había dejado doblada en la cama, y me tumbé.

A penas pasaron unos minutos cuándo ya me había sumergido en un sueño profundo.



𝐄𝐒𝐐𝐔𝐈𝐕𝐀𝐍𝐃𝐎 𝐄𝐋 𝐃𝐎𝐋𝐎𝐑Where stories live. Discover now