Capítulo 5: El heredero

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Fesalia, Nalinn.

Finales del mes seis, 1106 d.c.

Iskionn Tiskani.

El largo y pesado viaje desde la capital le había sabido a nada. Sus hombros estaban rígidos y anudados a causa del enorme peso que conllevaba su puesto. Era el monarca de la nación con más oro en todo el continente, la cuna de los majestuosos y temidos demeteos y de gente amante de la belleza y la caza. Por fortuna, los habitantes dejaron de lado sus quejas y rebeldía habituales debido a la euforia que les suponía ser parte de un evento tan importante. La boda de su sucesor estaba en puerta, llegó más pronto de lo que esperaba. Quinn, el que para los nalinnos era semejante al sol en el cielo. Su sobrino y heredero. Todavía le costaba asimilar que ya era un hombre en la edad adecuada para unirse a otra persona. Lo había criado como a un verdadero hijo, dándole todo lo que a su primogénita y amándolo de la misma manera aun teniendo esa culpa que le devoraba. Intentaba recompensarlo y hacerlo sentir seguro, con los gestos paternales y la compañía que todo niño necesitaba, dándole también los consejos que un joven debía oír, aunque, a decir verdad, no le eran tan necesarios. Poseía una nobleza y una simpatía natural y sabía, mucho mejor que él, como hacerse amar por el pueblo ingrato. Su pecho ardía al igual que al hacer memoria de los bellos días junto a su único hermano, al que le causaba tanto dolor recordar y que evitaba mencionar ante los demás.

Pensar en el pasado y llenarse de melancolía ante la certeza de que la niñez había abandonado para siempre a sus pequeños, dio paso a evocar el tiempo en el que fue duramente criticado por la corte y el consejo, quienes lo incitaron y presionaron para que engendrara a un heredero nacido del vientre de su esposa y proveniente de su semilla. Por más que le dijeron que era un disparate reusarse, él siempre fue claro y nadie fue capaz de hacerlo cambiar de opinión.

—El hijo de mi hermano heredará estas tierras y no está a discusión—decía cada que lo cuestionaban.

Pese a su negativa y al pasar del tiempo, se mantenían creyendo en la posibilidad del nacimiento de un varón, el único que podría arrancarle el titulo conferido a Quinn, pero ese hijo todavía no llegaba.

El que las apariciones públicas con su esposa fueran escasas y que solo se les viera juntos en situaciones que lo demandaban no hizo más que aumentar el descontento y desatar habladurías entre la plebe. Las especulaciones iban desde una posible impotencia, gustos que se desviaban de la norma hasta la posible pérdida de fertilidad de su reina. Sin embargo, no les importó, ya que sabían que su unión había sido un negocio que beneficiaba a sus familias. Nadie estaba al tanto de la naturaleza de su relación, era algo que solo ellos conocían. Era más una hermandad que un matrimonio, por lo que luego de la concepción de su hija dejaron de compartir el lecho por decisión compartida. Convivían con cordialidad e incluso se podría notar el cariño que poseían, pero fuera de eso no existía nada más.

Sabía que era maravillosa y de corazón amable, por lo que desde un principio le habló con la verdad. Para su sorpresa, ella lo comprendió a la perfección y posteriormente le confesó su propio secreto, el cual implicaba que sus afectos no se inclinaban hacia los varones. Tal entendimiento los llevó a tener la dicha de mantener una familia armoniosa y unida. Para los dos lo único que importaba era su hija y su bienestar, el pasar tiempo juntos tampoco fue problema nunca, es más, disfrutaban de las largas charlas y los momentos en los que pintaban y esculpían aun cuando su hija no estuviera cerca.

No le dijo el nombre de la mujer de la que amaba por falta de valor, pero sabía que ella tenía conocimiento de su clandestino amorío. Por eso y muchas razones más, pensaba que era la mejor mujer que había podido tener como esposa luego de lo sucedido con Geremina. Era su amiga y confidente.

La emoción que albergaba en su interior se desbordó en cuanto vio a la reina y a la princesa Ikal arribar. Él mismo les dio la bienvenida y les informó que su esposa y su hija llegarían después. Su pecho se llenó de calidez al verla. Era tan alta e imponente, a la vez que hermosa. Podía sentir cuánto deseaba echarse a sus brazos, lo veía en sus ojos que al encontrarse con los suyos adquirieron un brillo particular.

Vientos de fuego y cenizas Where stories live. Discover now