Capítulo 9: Lluvia de flores

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Aquí debería estar tu nombre, Vampi, Arturo <3

Artemis Zen

Claro de luna, Zuxhill.

La bóveda celeste era una de las tantas cosas que más despertaron su curiosidad durante su infancia. Le gustaba imaginar que crecía lo suficiente para tocar los astros y recostarse en las nubes. Ahora, que se encontraba en la juventud, observar su actuar, su danza lenta impulsada por el viento que a la vez reducía de a poco su tamaño, era el mejor de los distractores. En ocasiones las veía como siendo perseguidas por un ladrón invisible, otras encontrándose deseosas de llegar a un destino desconocido del cuál solo ellas sabían.

Fuera del castillo podía sentir el aire libre de brisa golpeando su rostro y anidándose en su pecho, permitiéndole así liberarse de la presión a la que se sometía día con día. Con su cuerpo en calma, era capaz de asimilar mejor la magia, de empaparse de ella por completo.

Los dones Zen no tenían límites, a excepción del desgaste y agotamiento que les suponía conjurar y mantener los hechizos por un largo periodo de tiempo. Por esa razón muchos de los portadores de la magia solían ser precavidos y no se sobreexponían. Aunque había algunos a los que les complacía jugar con la posibilidad de volverse más fuertes sin importar el riesgo.

La práctica era necesaria para aumentar la resistencia del cuerpo, la efectividad y duración de los hechizos, tanto para la ejecución de los conocidos como de las invenciones propias de cada hechicero. Artemis lo sabía bien, conocía las consecuencias del uso excesivo y disfrutaba experimentar con lo escrito y lo que salía de su mente.

Ser uno de los pocos que poseían magia en el continente le provocaba un sentimiento extraño. Para la mayoría de los descendientes de la casa Zen, el contar con ella significaba más una maldición que una bendición, incluso su madre dedicó gran parte de su vida a mantener el orden y el número de portadores regulado. Al ser responsable del aumento de la cantidad, no podía dejar de lado la necesidad de aprender no solo a explotar sus capacidades al máximo, si no también a controlar su poder y no caer de nuevo en el abismo del que tanto le costó salir. Quería hacerlo por sus hijos, por su seguridad y el bien común.

Su don era especial y lo hacía sentir orgulloso, aunque no fuese sorprendente o algo que solo él pudiera hacer, pues cualquiera con la sangre de los antiguos magos podía crear ilusiones. Sin embargo, él poseía una habilidad mayor que le abría un sinfín de posibilidades. Era superior a otros.

La magia ilusoria se usaba desde la antigüedad, según lo que había aprendido en sus años de estudio. Antes de que casi todas las familias mágicas se extinguieran, durante las fechas en las que las fiestas resaltaban al pueblo era común ver toda clase de trucos y artes ilusorias creadas por hechiceros, entretenían a los habitantes y extranjeros que viajaban únicamente para verlos y afianzaban más el ambiente acogedor y un tanto extravagante que caracterizaba a Zuxhill.

«Es una lástima que todo sea distinto», pensaba. Era doloroso, él entendía muy bien que a la vida la conforman instantes que se terminan tal y como los cantos alegres de las aves al finalizar la primavera.

En la actualidad, solo se podían volver a ver esos trucos cuando alguno de los guardias de la biblioteca, con el don de la magia o portadores de los collares Irention, en sus escasos momentos fuera de su puesto, se detenían en las calles para entretener a los pequeños que maravillados les suplicaban regresar al día siguiente.

El no tener ni la más mínima idea de dónde podían encontrarse los veinticinco collares robados luego de la muerte de su madre, le mortificaba de sobremanera a él y a la corona, pues podían darle el poder de la magia a una persona común, implicando un terrible peligro. La otra mitad de los cincuenta creados permanecía en la fortaleza, colgando de los cuellos de aquellos que habían ofrecido su vida para custodiar la biblioteca prohibida incansablemente y proteger a la nación, procurando que nadie volviera a cometer los errores del pasado.

Vientos de fuego y cenizas Kde žijí příběhy. Začni objevovat