Capítulo 7: ¿Qué haces aquí?

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Arco de las flores marchitas

Lucero del Alba, Danae.

Faricio Surem.

En la tierra de las flores, muchas de sus especies habían caído secas sin razón aparente. Dos terceras partes de los valles y las cosechas de la nación perecieron, dejando atrás ese color verde vivo que tanta admiración causaba en los extranjeros. Solo bastó un discurso del líder de la orden de los sacerdotes, afirmando que se trataba de una maldición impuesta por los Demonios rojos, sobrenombre que le otorgaron a sus antes amados príncipes, para que el resentimiento y el temor se acrecentara entre los habitantes. Era indignante para Faricio y su esposa, pues ellos sabían bien que los hijos nacidos de su unión representaban todo lo contrario. Ellos conformaban la vitalidad de Danae, misma que permanecía viva en ellos pese a las circunstancias. Se mantenían de pie gracias a los recuerdos y a la presencia de sus retoños que todavía seguían con vida, al igual que a la de sus preciados animales.

Estaban seguros de que Farnese continuaba respirando en algún lugar debido a que su caballo, Iroldis, se encontraba sano, alimentándose en las caballerizas desde que fue trasladado de Claro de Luna a su hogar. La última vez que lo vio le pareció notar en él una infinita tristeza que comprendió a la perfección. No dejaba de sorprenderle lo inteligentes que eran esos animales y cuan entrelazadas estaban sus vidas con las de sus jinetes.

Tuvo que ordenar que se reforzara la seguridad y establecer la máxima vigilancia para evitar que los sirvientes y los guardias menores que se empeñaban en matarlo, aun a sabiendas que era imposible mientras Farnese viviera, para que no lo hirieran. Sus intenciones y su afán por lastimarlo terminaron por hartarlo, por lo que ordenó encarcelar a toda persona que osara en tocarlo siquiera. ¿Cómo podían dejarse llevar por la venganza y olvidar sus leyes y costumbres? En su cultura los animales eran respetados y queridos, no se les infringía ningún tipo de daño.

Los ataques y las habladurías dentro de su propio hogar incrementaban su dolor, aunque era preferible a lo que experimentaba al salir de la fortaleza. Era insoportable ver cómo en las calles, algunos obsesionados con los dioses, fanáticos y seguidores fieles de los sacerdotes, colgaban muñecos hechos de tela, los ataban del cuello con una cuerda y les escribían mensajes injuriando a los príncipes. En unos se podía observar la leyenda de: "Así deben estar los Demonios rojos" colocando al final los nombres de sus hijos, junto con palabras como 'asesino' y 'puta' y sus variantes. Tales actos deshonrosos provocaron cientos de ejecuciones encabezadas por él mismo.

Podía entender el odio hacia su hijo mayor, incluso él, muy adentro de su alma, le guardaba cierto rencor, pero lo que lo descolocaba era el desprecio hacia Fargo. Ella, quien siempre procuró buscar una mejor vida para todos aun a su corta edad y desafió a la orden de sacerdotes y fue capaz de ganar la partida. Ella, que demostró su bondad con cada latido de su corazón y se despojó de toda clase de arrogancia y malos sentimientos. No merecía ser injuriada ni maldecida. ¿No eran unos ingratos?

El castillo perdió todo su esplendor, mientras que la sombra de lo que fue se quemaba como hojas secas en llamas ardientes. Lo único que quedaba amenazaba con derrumbarse, su reina. Nezza deambulaba los pasillos como si de un fantasma se tratase, recorría las habitaciones de sus hijos de tanto en tanto, sin decir palabra alguna a menos que se topara con él o con alguno de sus hijos. Faritzae y Farid, no tenía dudas de que sin ellos nada tendría sentido.

—¿No ha llegado ninguna respuesta de Aramis? —preguntó a su esposa cuando se encontraron en la sala principal, espaciosa y callada.

—Ninguna, tal vez debiste haber ido en persona —dijo ella.

Faricio quería proteger la Franja del valle de la seda, lugar donde las tres naciones se unían, un punto débil para Danae, pues en caso de una pre meritada invasión, el enemigo tendría la ventaja de moverse por el lago seco hasta las puertas de la capital.

Vientos de fuego y cenizas Donde viven las historias. Descúbrelo ahora