6

856 60 5
                                    

Dylan.

—¡Corten! —grita Agus. Se levanta de su silla de director de pacotilla y camina con paso firme hasta nosotros. Mi mano sigue anclada en la mejilla de Natalia y aunque ya no me está mirando, sigo sintiendo sus ojos en mi boca. El director me pone el guion en la cara y lo golpea con el dedo. Comienza a andar en círculos—. ¡No podéis miraros así! ¡La tensión hay que generarla, no surge por arte de magia! ¡Enfrentamientos, enemistad!

—Tranquilo, cariño —dice Gia.

Agus la aparta de un zarpazo y esta se va del decorado llorando. Es la segunda vez que la trata así. Tenso la mandíbula y lo miro desafiante. No la ha tocado, porque si lo hubiera hecho yo estaría encima de él dándole de puñetazos, pero ha sido un gesto lo suficientemente violento y cercano para que Natalia se haya sentido agredida. Ha retrocedido dos pasos. Me arriesgo a decir que son cuatro. Está temblando.

—Baja los humos, Spielberg. No quiero volver a repetirlo.

Agus bufa. Se encara conmigo.

—¡Estoy harto de tus amenazas!

—Te gustarán menos cuando las ponga en práctica. Si dejaras a un lado tu comportamiento de mierda y pusieras de tu parte para que el ambiente de trabajo fuera el mejor, yo no tendría que tomar medidas.

—Dylan Brooks —masculla, rabia—, cuánto te pareces a tu padre. Rick y tú sois dos gotas de agua... Dos hombres con complejo de salvadores del mundo. Una pena que el mundo no quiera vuestra ayuda ¿verdad?

Me acerco a él todo lo posible y hundo mi boca en su oreja.

—Tú y mi madre debéis de ser el mismo tipo de persona, porque de lo contrario, no sé qué hubiera visto en ti que le hiciera enamorarse de una persona como tú.

Zack se mete entre nosotros y nos separa, colocando las manos en nuestros pechos, justo antes de que Agus utilice la fuerza para separarme de él.

—Calma. Es la grabación de una película de amor, no la secuela de The Karate Kid. Ni tú eres Daniel LaRusso —me mira—, ni tú eres Johnny Lawrence —mira a Agus—. Dejad de hacer de esto una tortura creada por el mismísimo satán.

—Pues lo parece —mascullo—. ¡No nos ha dado tiempo a estudiar el guión en condiciones, Zack! ¡Y todavía nos exige más de lo que él puede darnos como maestro!

—Dylan Brooks, ven a mi despacho —dice, con autoridad.

—No —espeto. Agus gira sobre sus talones con cara de sorpresa—. ¿Has leído los mismos libros que ella ha escrito? Los protagonistas terminan juntos. ¿Sabes lo que eso significa? ¡Es una jodida película de amor! Si en las primeras escenas los protagonistas no tienen química ¿qué va a pensar el espectador? ¿el lector? ¡La mitad del público serán lectores que quieren ver la reproducción en pantalla de las páginas que algún día leyeron! Da igual cuánta enemistad haya entre ellos, esto requiere miradas, gestos, pequeños detalles.

Agus ríe con superioridad. Es insoportable. Acerca la boca hasta mi oreja y murmura:

—¿A qué llamas tú pequeños detalles, Brooks? ¿A mirarle la boca mientras te relames los labios después de que encuentre a tu personaje robando en la librería de la ciudad de madrugada y le amenace con llamar a la policía si no suelta los libros que lleva encima? Limítate a seguir el guion ¿Entendido?

—Roba los libros para regalarlos, son para la protagonista. No se los puede permitir —mascullo. Evito contestar la primera parte de la pregunta.

—Eso el espectador no lo sabe. ¿Quieres destripar el final en una de las primeras escenas de la película?

Nosotros Nunca [YA EN PREVENTA]Where stories live. Discover now