El monstruo de las pesadillas (3)

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Natalia.

El monstruo de las pesadillas no deja de mirarme mientras veo los dibujos. Él está sentado en el sillón de una plaza. Sus piernas están abiertas y los brazos reposan sobre el reposabrazos. Tiene un cigarro entre los dedos encendido que se consume sin que se lo lleve a la boca. Permanece inmóvil. Aunque a mamá no le guste que fume dentro de casa, él lo hace. Me encantaría recordárselo. Odio el olor a tabaco. Su olor.

Su mirada me incomoda. Me pone nerviosa. Cuando él me mira el corazón se me acelera. No puedo tragar saliva. Siento presión en el pecho y me cuesta respirar. Me olvido de él. O eso creo. Me fijo en la televisión. No sé cuánto tiempo paso inmersa en un mundo paralelo al que los humanos habitamos. Un dolor me hace retorcerme de dolor. Y grito.

Me cubro con las dos manos. Y emito un chillido. Pero el monstruo de las pesadillas no se ha movido de su asiento. Tiene el ceño fruncido, parece más enfadado que antes. No ha sido él. No esta vez. Una gota de sangre cae en mi pierna. Llevo la mirada al techo, pero es inútil ¿Cómo va a caer sangre del techo?

Entonces lo siento. El dolor. Mi mano. La palma de mi mano. Me duele. Mucho. Muchísimo.

Separo mis diminutos dedos poco a poco y en escala, desde el más grande al más pequeño. Y ahogo un grito. Mis uñas están clavadas en mi piel en forma de semiluna. Hay heridas. Sangre. dolor.

—¿Qué te ha pasado? —pregunta el monstruo de las pesadillas, con frialdad.

—Nada —escondo las manos detrás de mi espalda. Él me observa con prudencia. Deja el cigarro en el cenicero y se levanta. Camina hasta mí. Me mira desde las alturas. Y me hago pequeñita. No porque él sea muy alto, sino porque el monstruo de las pesadillas causa ese efecto en mí. Lo sabe. Y se crece ante la posibilidad de hacerme daño sin que nadie se entere. Sin que mamá lo sepa.

Hace un movimiento rápido y me zarandea del brazo con violencia. Me aferro al respaldo como puedo y él consigue que me ponga de pie. Abre la palma de mi mano y al ver la herida tensa la mandíbula.

—Eres estúpida —escupe. Y me empuja, con tan buena suerte que caigo hacia atrás y me golpeo la cabeza con el pico de la mesa. Sin querer, comienzo a llorar.

La puerta de la calle se abre. Este tambaleo de las llaves. Es mamá. Quiero gritar. Correr. Pedir ayuda. Que me cure las heridas. Que se enfrente al monstruo de las pesadillas para que deje de hacer eso que él hace. Pero el monstruo es más rápido que yo y se arrodilla frente a mí. Se frota la cara con desesperación y traga grueso. Se acerca hasta mí y me alejo tanto como puedo. La mesa hace tope. No puedo dejar de llorar.

Sisea para que no haga ruido. Y me llevo la mano que no tiene sangre a la boca para contener los sollozos. Murmura:

—Nadie puede enterarse. Podrían apartar a papá de tu vida. Y no quieres eso ¿verdad?

Niego con la cabeza.

¿No quiero?

Nosotros Nunca [YA EN PREVENTA]Where stories live. Discover now