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Natalia.

—¿Crees en los «para siempre»?

—¿Y tú?

—He preguntado primero —dice él.

—No, no creo en ellos.

—¿Por qué?

—Siempre que he deseado que algo fuera eterno, ha terminado volviéndose el momento más efímero de mi vida.

—Podría romper la norma.

—No nos engañemos, Dylan. Ni tú quieres que yo sea para siempre, ni yo quiero que tú te conviertas en el instante de tiempo más corto de mi existencia.

Mientras me ducho, recuerdo una de las escenas que grabamos ayer. Me está empezando a resultar extraño que el personaje de mi libro, el protagonista de la película y Dylan se llamen de la misma forma. Ya no sé qué es realidad y qué es ficción.

Frente al espejo, con la toalla enrollada en el pelo, imagino las manos de Dylan rodeando mi torso desnudo, haciendo resbalar las gotas de agua por mi cuerpo. ¿Qué estoy haciendo? Niego con la cabeza y me froto los ojos. Impacto de nuevo con la realidad. Tengo unas ojeras que me llegan al suelo y un arañazo en medio de la barbilla que he tenido que hacerme mientras dormía. Ha sido una noche horrible llena de pesadillas, sudores fríos y largas horas de insomnio, por lo que no sé si a esto se le puede llamar exactamente «dormir», mucho menos descansar.

Suspiro y salgo del baño siendo el flequillo la única parte de mi cuerpo seca, tras hacer que el calor del secador lo deje liso, recto y brillante, como a mí me gusta. Me pongo una camiseta ancha de color rosa que tiene por estampado una de mis frases favoritas «We'll be alright». Espero que las canciones de Mr. Styles tenga razón y llegue el día en el que nosotros —todos aquellos quiénes escuchamos canciones tristes cuando estamos tristes para martirizarnos el doble— estemos bien. Cuanto antes mejor.

El dolor comienza a pesar, casi tanto como el vacío que es capaz de crear.

La única razón por la que no soltamos a la gente que nos hace daño, es porque alguna vez nos hicieron bien y tenemos la esperanza de que algún día vuelva a ser así.

Necesito alejarme del monstruo de las pesadillas, no es suficiente un océano. Necesito verlo desaparecer de mi mente, de mis recuerdos, de mi corazón. Ansío despertar sin saber que ha perturbado mis sueños, empezar el día con la certeza de que nunca volverá a mí, pero nada ni nadie puede asegurarlo.

Me preparo el desayuno y me siento en la mesa del salón mientras observo cada rincón de mi nuevo apartamento. Me gusta. No es ni grande ni pequeño, suficiente para vivir sola. Un salón con cocina americana, un dormitorio y un baño. Ah, y una cristalera de escándalo frente a la que cada noche me siento a ver la Luna y las estrellas sobre el cielo de Vancouver, la ciudad de mis sueños, la que soñaba con visitar, dónde transcurren mis libros, dónde está a punto de empezar mi nueva vida.

Me fijo en las paredes de ladrillo blanco, le dan un toque industrial. El sofá de color negro es muy cómodo y la tele, de sesenta pulgadas, me deja boquiabierta cada vez que la enciendo. A veces, tengo que convencer a mi mente de todo lo contrario que me hace creer. Tengo que repetirme constantemente cuánto he luchado por lograr esto, cuánto me lo merezco. No es mi hobby favorito, pero necesito recordarme cuánto me ha dolido la vida para que hoy pueda estar donde estoy. Cuántas lágrimas vale mi sonrisa.

Agus no me ha hecho pagar ni un sólo dólar por el apartamento, ni a mí, ni a mis compañeros. Prefiero no insistir, si no fuera por el adelanto, con mis ahorros me sería imposible sobrevivir más allá de un mes por mi propia cuenta. No sé de cuánto dinero dispone para no preocuparse de nuestros gastos y tampoco me incumbe, según Dylan, que dice conocerlo de hace mucho más tiempo que nosotros, ronda lo infinito, si es que eso existe como medida matemática.

Nosotros Nunca [YA EN PREVENTA]Where stories live. Discover now