Acto 19

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—Como quisiera tanto hacerte mía en estos momentos, pero simplemente no me atrevo —habló con su ronca y casi afónica voz.

—Ja ja ja, no quieres enfermarme.

—No encanto, no quiero hacerlo, pero no me lo pones fácil. Dime preciosa, ¿Es real, en serio ésto es real?

—Sí lobito, lo es, desde el día de ayer comenzamos a vivir juntos, ¿Contento?

—Satisfecho a decir verdad, ¿Qué traes en esa maleta? —Sonríe.

—Lo que me hacía falta de casa, algo de ropa que me gusta y no traje antes, mis libros, mi laptop, mi maquillaje, un par de zapatos, y un conejo de peluche.

—¿El rosa?

—Sí, ese.

—¿Por qué?

—Me lo dió mi madre, ella lo hizo después de qué le pedí que me regalará el oso blanco de su habitación. Pero ella dijo que no, que ese oso se lo dió a mi padre, y me contó un creencia extraña: me dijo que si haces un oso de peluche y le pones un moño rojo se vuelve ese el día de su cumpleaños, pero si aparte se lo regalas a alguien sumamente importante y esa persona le pone tu nombre quiere decir que sus sentimientos están conectados… Una especie de hilo rojo del destino con muñecos de felpa.

—¿Y por qué es importante para tí?

—Ella lo hizo para mí. La llamo Hana.

—Entonces es una conejita —sonríe—, que lindo.

—No empieces con tus cursilerías sensei, lo conservó porque mi madre lo hizo para mí, no con el mismo significado que el oso, pero fue un regalo hecho a mano, y lo valoro mucho.

—Puedo notarlo —le dedicó una dulce mirada—, me encanta cada faceta tuya, preciosa.

—Ya dejá a de adularme sensei —dice con vergüenza—, te darás cuenta que no soy tan encantadora ahora que vivamos juntos.

—Ya lo sé.

—¿Sensei? —preguntó extrañada.

—No creas que trato de idealizarte preciosa, conozco tu mal genio, tus manías algo extrañas con la limpieza, tus malos hábitos de no doblar la ropa, sé y estoy conciente que no eres perfecta, o como dices encantadora, todo eso ya lo sé mi reina, y no quiero que seas distinta a como eres. Avanzaré para lograr el milagro de conocerte, porque esa amabilidad que me diste a pesar de que no sabías nada de ella, está encendiendo una luz sin nombre en este vacío corazón.

—Lobito, ¿Qué insinúas?

—No insinuó nada preciosa, ganaste. —Sonrió.

—¿Gané? Sensei, no comprendo.

—Mi alma es tuya, mi reina.

—No, no digas eso sensei, tú no apostaste nada, yo no he ganado nada —comenzaba a ponerse nerviosa—, yo soy nadie lobito, no puedo ser yo la dueña de tí.

—¿A qué le temes? Solo te necesito a tí —sonrió—, quiero mantenerte así entre mis brazos —la abraza—, por siempre. Lo eres todo para mí.

—Yo no puedo ser eso para tí, sensei, yo no puedo darte un corazón, yo no sé darte un corazón, yo no sé lo que significa tener un corazón. —Llora.

—No me lo des —dijo con dulzura—, no lo hagas.

—¿Sensei? —alzó sus orbes jade a él.

—Puedes darme otras cosas, tu tiempo, tu compañía, tu permanencia.

—¿Enserio te bastaría solo con eso?

—Por supuesto que sí, mi encantadora dama; estoy harto de las mujeres que le aman a uno, las mujeres que nos odian son mucho más interesantes.

Di mi nombre (Versión Fic)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora