El monstruo de las pesadillas (5)

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Natalia.

Me despierto y aún con legañas en los ojos corro a consultar la fecha en el calendario. Es veintiocho de junio, mi cumpleaños. Anoche no me hacía especial ilusión que la mañana llegara, pero ahora no puedo dejar de saltar. Que este día caiga en vacaciones de verano es un hecho muy simple pero que me hace sonreír.

Abro la puerta de mi habitación y salgo al salón gritando. Al llegar, mamá me llena la cara de besos. Tengo besos hasta en los brazos. Y no dejo de reírme, porque sus manos me hacen cosquillas. Sobre la mesa de la cocina alcanzo a ver una tarta, pero mamá no me deja probar un trozo para desayunar y finjo estar molesta, a ver si con suerte consigo hacerla caer en mis encantos. No funciona. Me prepara la leche en el microondas y cuando tengo la taza delante de mí le echo cuatro cucharadas de Cola Cao. El hueco de la taza ocupa toda mi cara, tengo que agarrarla con dos manos para que no se caiga o derramar todo el contenido.

Mamá me enseña las velas. Son de color rosa. Muy bonitas. Son muy yo. Ha comprado el número seis y una caja de velas con las letras que forman las palabras "feliz cumpleaños".

Quiero abrir los regalos ya, jugar con mis primos y ver a mi familia, pero todavía queda mucho.

Después de comer mamá saca una bolsa llena de globos deshinchados de todos los colores y formas. En esta ocasión elijo un popurrí de globos de colores que al hincharlos forman un corazón. Mamá sopla. Yo me ayudo de la bomba de aire.

La música que suena desde hace unas horas y que nos hace bailar y cantar, deja de sonar cuando el monstruo de las pesadillas entra por la puerta de la calle, da un portazo y va directo a pulsar el botón de pausa en el altavoz.

Mamá me hace un gesto para que agarre el plato de chuches y lo deje sobre la mesa grande del salón. Cuando lo hago, el monstruo de las pesadillas se acerca a mí y me revuelve el pelo con suavidad.

—Felicidades —dice y sonrío, porque esta vez no me ha insultado.

Me fijo en su ropa. No viste como de costumbre. Parece bien vestido. Y huele bien, a perfume. Me gusta. Hoy no huele a alcohol, tampoco tiene la piel roja, ni se cae hacia los lados cuando camina. Me gusta esta versión suya.

La tarde no ha hecho más que empezar cuando llaman al telefonillo. Mientras mis familiares suben por las escaleras, el monstruo de las pesadillas me coge en brazos y mamá saca la cámara de fotos de carrete para inmortalizar el momento.

En la mesa tengo a mi lado a mi abuelo. Es el padre del monstruo de las pesadillas, pero no se parece a él. Porque su hijo en ocasiones da miedo, y él no. Su hijo a veces me trata mal, y él no. El monstruo de las pesadillas no juega conmigo, y el abuelo sí. Es la madre del monstruo de las pesadillas quién le toma el relevo a su hijo y, tras soplar las velas, cuando voy a clavar la cuchara en la tarta para llevarme el segundo trozo a la boca, dice:

—No comas más, estás gorda.

Y, aunque quiero comer la tarta que mamá ha comprado para mí, me excuso en que no tengo hambre cuando mi abuelo me pregunta. Deslizo los ojos hacia mi cuerpo en un par de ocasiones. No siento mis brazos voluminosos. Incluso, hasta me levanto la camiseta para ver mi tripa. Mi tía, la hermana del monstruo de las pesadillas me hace cosquillas en las costillas y me río, aunque eso no consigue que olvide lo que acaba de suceder.

Todo el mundo actúa normal, pero mi mente no deja de trabajar. No entiendo porqué me ha dicho eso, pero cuando se lo digo al monstruo de las pesadillas en un susurro, con la esperanza de que me anime a disfrutar de mi fiesta y de mi tarta, me contesta:

—No digas tonterías, nadie te ha dicho eso. Estás loca.

Y no sé lo que significa "estar loca", ni si es algo bueno o malo, pero si él dice que lo estoy, le creo.

El último regalo que abro es el de mamá. El monstruo de las pesadillas dice que también es suyo, pero cuando lo abro parece igual o más sorprendido que yo. Aunque, su ceño fruncido me hace pensar que no está sorprendido, sino enfadado.

Le pido a mi madre que me abra la caja entre gritos de emoción y saltos de alegría mientras mi familia ríe al verme feliz. Ella se sienta en el sofá y le da sentido al regalo. Monta pieza a pieza con ayuda de mi tío, su hermano, un pie de micro e instala en su cima un micrófono que se enchufa a un altavoz pequeño de color rosa. Mi primo corretea a mi alrededor y me hace rabiar al tirarme de las orejas. Yo hago lo mismo.

Me pongo a cantar al dar por hecho que el regalo está completo, pero entonces mamá saca de la caja una guitarra eléctrica.

El monstruo de las pesadillas me anima a bailar y cantar mientras la gente permanece en mi casa, cuando se van, cierra la puerta de la calle y voltea para mirarme. Mamá me está haciendo una foto. Sus ojos permanecen inmóviles y avanza hasta mí con paso firme. De una patada tira el pie del micro al suelo y de seguido me quita la guitarra tirando de ella hacia su cuerpo, haciendo quebrar la cuerda que pasaba por mi cuerpo, de la que colgaba el instrumento.

Ha tirado tan fuerte que la cuerda ha quemado mi cuerpo, pero no se lo digo a mamá. Me he encerrado en el baño. Solo puedo llorar si él no me ve. Dice que guarde mis lágrimas, que todavía no sé lo que es tener motivos para llorar. Y yo no sé qué significa, pero me da miedo escucharlo de su boca.

En el espejo acaricio las marcas. Me echo agua porque escuecen, pero no quiero que se infecten, pues significa enseñárselas a mamá.

Cuando me ya estoy en la cama para irme a dormir le pido a mamá que me vuelva a contar el cuento de las hadas por tercera vez, pero me sonríe y me da un beso en la frente.

—Buenas noches.

No quiero que se vaya. No quiero que apague la luz. No quiero quedarme sola. Pero no se lo hago saber, porque el monstruo de las pesadillas se apoya en el marco de la puerta. Me mira fijamente desde hace dos minutos y cuando mamá sale de la habitación él se acerca y me susurra al oído:

—¿Has disfrutado de tu día? Quizás sea el último. 

Nosotros Nunca [YA EN PREVENTA]Where stories live. Discover now