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Natalia.

Lo primero que hago nada más levantarme es llevarme las manos a la cabeza. Me duele tanto. Creo que nunca me ha dolido así. Me gustaría que fuera porque anoche acabé el día con los chicos del elenco en un bar de copas, pero lo cierto es que salí del rodaje a la hora de la cena y me vine al apartamento. Ellos se fueron a cenar juntos a nuestro bar de siempre, hasta me mandaron foto de lo que comió cada uno para abrirme el apetito y acudir ante sus súplicas y tentaciones, pero necesitaba estar conmigo.

Lara asegura que en mi interior tengo una batería social que unos días está llena y que en ocasiones se gasta y solo se puede recargar con soledad. Yo no creo que sea así, pues he comprobado que cuando más llena ha estado, han sido los días que he pasado con Dylan. Juntos. Él y yo. Sin la soledad. No sé cómo, ni qué tiene él que otras personas no, pero es capaz de hacerme no pensar, de invitarme a vivir en el presente y no en el triste pasado, ni en el futuro incierto. Eso significa no escuchar las voces de mi cabeza que me recuerdan todo lo que hago mal, mis defectos e imperfecciones y cada golpe, insulto o abuso que he soportado.

Es el politono de llamada de mi móvil lo que me hace maldecirlo todo. He estado a punto de derramar la leche. Dejo el brick en la isla de la cocina y corro a por el móvil. Por el camino impacto contra la mesa del salón. ¡Mi maldito dedo meñique! Doy saltitos de dolor. Cuando alcanzo a ver la pantalla del teléfono, veo una llamada entrante de un número desconocido. La ignoro. Conozco las tácticas que el monstruo de las pesadillas usa para ponerse en contacto conmigo. No quiero caer en su trampa.

¡Joder!

Es la quinta vez que suena la maldita cancioncita. Estoy empezando a odiar el tono de llamada que compré en la tienda de Itunes. A la sexta vez que suena, descuelgo.

—¡Qué! —espeto, con un tono de voz más agudo de lo normal.

Al otro lado de la línea alguien ríe y, aunque no se trata del monstruo de las pesadillas, me aterra de la misma forma. Un escalofrío recorre mi cuerpo de pies a cabeza, y escala por mi espalda hasta llegar a la nuca. Me hace caer de culo sobre el sofá. Y de repente, no puedo hablar. El dolor del pie ha desaparecido y el de la cabeza pasa desapercibido. No soy capaz de verbalizar mis pensamientos. Y confirmo la peor de mis sospechas; son capaces de adueñarse de mis emociones, mente y cuerpo aún estando a kilómetros de distancia.

—¿Vas a decir algo? O... ¿Le vas a pasar el teléfono a ese capullo para que me responda lo que tú no tienes valor de decirme? —cierro los ojos y cojo aire profundamente. A Dylan se le ha olvidado decirme un pequeño detalle y es que, cuando le enseñé los mensajes de Tyler en el avión, le contestó. Antes de eliminar los mensajes le pidió no muy amablemente que me dejara en paz. En una de las palabras delató ser un chico. Trago saliva cuando el timbre de mi apartamento suena—. ¿Quién es? Es ese chico ¿Verdad? ¡Ponle al teléfono! ¡Lo mataré!

Abro la puerta con un dedo sobre mis labios, indicando silencio. No sé qué hacen aquí tan temprano y sin desayuno que ofrecer, pero eso es lo de menos. Zack y Aron me miran con el ceño fruncido y el rubio, pese a que parece haberse despertado con ganas de pasarlo bien, deja la mochila de deporte que cuelga sobre su hombro en el suelo y ocupa un lugar enfrente de mí, de pie y con los brazos cruzados. Aron se sienta a mi lado. Los dos amigos se miran extrañados, entre sospechas e incertidumbre.

—¡Respóndeme! —grita. También reproduce un par de insultos que finjo no haber escuchado mientras me alejo el móvil unos centímetros de la oreja. Habla tan alto que Zack y Aron lo escuchan. Es el rubio quién, como exigencia, me pide por señas que active el altavoz. Y no quiero hacerlo, porque eso significa contar qué está ocurriendo en mi vida. Pero recuerdo las palabras de aquella jueza que dejó libre a mi agresor por falta de pruebas mientras yo lloraba desconsolada, envuelta en golpes. Zack parece sospechar y usa la grabadora de sonidos del móvil para grabar la conversación—. ¡Qué me respondas!

Nosotros Nunca [YA EN PREVENTA]Where stories live. Discover now