El monstruo de las pesadillas (6)

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Natalia.

Otra noche más. Los gritos se hacen insoportables y los golpes también. No puedo salir, mamá me ha dicho que me quede en la habitación. El monstruo de las pesadillas dice frases muy feas, en una de ellas dice mi nombre y asegura que algún día me hará mucho daño. No sé si un cuerpo tan pequeño como el mío podrá soportarlo mucho tiempo más.

Tengo la oreja pegada a la puerta. Quiero escuchar qué es lo que está pasando fuera, quiero asegurarme de que mamá está bien, pero salir sería ponerme en peligro. Y le prometí a mamá que me quedaría leyendo.

Me pongo de pie sobre la cama y alargo el brazo para hacerme con uno de los libros de mi estantería. Consigo leer un capítulo. Y hasta tres. Pero cuando voy a empezar el cuarto vuelven los gritos. No cesan. Y ya cansan. Mañana me levanto temprano para ir a clase. Quiero dormir. Tengo sueño.

Cierro el libro frustrada y salgo de la habitación. Cuando el monstruo de las pesadillas voltea a verme, le cambia la cara. Parece más enfadado de lo que imaginaba.

—Tengo sueño —informo.

—Ve a dormir, hija —dice mi madre.

—Sueño —repite el monstruo de mis pesadillas, con una sonrisa. Está caminando hacia mí. Por inercia empiezo a retroceder en mis pasos sin apartarle la mirada. Perderle de vista sería un error—. ¿Te vas a ir a dormir sin darme las buenas noches? ¿Por qué no vienes al salón y hablamos?

Me da miedo. Mucho miedo.

Corro hasta mi habitación y cierro la puerta en sus narices. Escucho al monstruo de las pesadillas maldecirlo todo. Y grita. Lo hace mientras aporrea la puerta. Me siento en el suelo y ejerzo fuerza contra ella para que no pueda abrirla. Siento la vibración en mi espalda de las patadas que propina. El sonido que provocan sus uñas al arañar la madera es muy desagradable y me pone nerviosa. Me llevo las manos a los oídos y tarareo mi canción favorita.

—¡Abre la puerta! —grita.

—¡No!

—¡Qué la abras! —se vuelve más agresivo.

—¡No! ¡Me vas a pegar!

El monstruo de las pesadillas guarda silencio. Creo que se ha ido. No tengo reloj, pero llevo mucho tiempo sin escucharle. Me aparto de la puerta con cuidado de no hacer ningún ruido y vuelvo a la cama. Apago la luz y abrazo a mi peluche preferido, un oso polar con vestimenta naranja que me acompaña cada noche. Le he llamado "Dormilón", porque sólo duerme.

Vuelvo a la cama y me arropo. Se me ha olvidado bajar la persiana y entra luz, eso me da seguridad. Podré ver si el monstruo de las pesadillas descubre que ya no estoy detrás de la puerta. Deseo que no sea así, quiero dormir. Y soñar.

Estoy a punto de dormirme, los párpados me pesan y las mantas me hacen sentirme protegida. Y la puerta suena. Es el manillar, alguien lo ha pulsado. Espero que sea mamá y venga a darme un beso de buenas noches. Por si acaso, me hago la dormida.

Un fuerte golpe me asusta. Se ha chocado con la silla de mi escritorio. La puse a modo de barrera para impedir que los monstruos me llevaran con ellos. Sé que se trata del monstruo de las pesadillas porque lo tengo delante. Me ha agarrado de la camiseta y estoy volando. No alcanzo a tocar el suelo. Me mira con rabia y odio. Y cuando me suelta sobre la cama, ya nada es como lo era hace cinco minutos.

Una nueva mañana amanece. Mamá me despierta. No quiero que me vea la cara. Me tapo con las sábanas y le prometo que me vestiré rápido. Y así lo hago. Corro hasta el baño evitando cruzarme con ella. Y echo el pestillo. Me miro al espejo y suspiro.

Aunque me duele el pómulo, esta vez se ha asegurado de dejar marca, todo lo contrario que ocurre con mi brazo. Me levanto la manga y contengo las lágrimas. Es sólo un moretón, pero ocupa la parte alta del brazo. La camiseta lo cubrirá.

Voy a la cocina y desayuno con mamá a mi lado. El monstruo de las pesadillas se cuelga una mochila del hombro y camina hacia mí. A mi altura, se ríe. Me he cubierto la cara con las manos. Mamá me mira con el ceño fruncido y la mirada del monstruo de las pesadillas me advierte que será mejor que deje de actuar de esta manera.

—Ten un buen día —dice, y me propina un beso en la cabeza.

En clase de educación física, en el gimnasio, me arremango las mangas cuando jugamos al baloncesto. Hace calor. Y estoy sudando. Le he pasado el balón a mi compañero y ha encestado. Gritamos de euforia los pertenecientes a mi equipo y me abrazo con Lara. Me aparto rápido, me ha apretado el brazo sin quererlo, y duele. No dejo de correr de un lado hacia otro en un intento por cansar mi mente. En un acto reflejo bajo la manga del brazo afectado. Lara me está mirando preocupada.

—¿Qué te ha pasado?

Recuerdo las palabras que el monstruo de las pesadillas pronuncia cada vez que ejerce fuerza sobre mí y respondo con indiferencia:

—Me he caído.

Nosotros Nunca [YA EN PREVENTA]Where stories live. Discover now