13

562 36 1
                                    

Natalia.

Llegar a casa después de tu primera cita con la persona que te gusta es de las mejores sensaciones del mundo. No puedo dejar de sonreír. Cada vez que mi sonrisa mengua, recuerdo un momento a su lado y vuelvo a tener cara de tonta mirando al techo. Me he tumbado sobre el sofá de espaldas. Me duele la tripa de reír. Y siento algo en el pecho que nunca antes he sentido. Es julio y, por primera vez, sé qué es lo que quiero en la vida. Y con quién lo quiero.

Me quito el vestido, me doy una ducha rápida y me pongo ropa cómoda. Como camiseta, la de Nirvana que todavía no le he devuelto a Dylan. En la parte de abajo, unas mayas ajustadas de ciclista de color rosa.

Saco una lata de refresco del frigorífico y preparo una tortilla francesa en la sartén. Me siento en el sofá con las piernas cruzadas. Enciendo la tele y veo mi serie favorita mientras ceno. Cuando vivía en Madrid, soñaba con que llegara este día. Sólo quería paz, silencio y tiempo a solas para estar conmigo. Ahora puedo hacer todo cuánto quiero y a la hora que me plaza y, aunque extraño momentos vividos allí, no volvería jamás.

Una vez te obligan a odiar tu ciudad, descubres que el mundo no termina ahí. No ha hecho más que empezar. Siempre hay una ciudad, un pueblo, un país o unos brazos dispuestos a hacerte sentir en casa sin necesidad de encontrarte en el lugar que estipula la sociedad o tu familia.

Vancouver es mi casa. Dylan es mi refugio.

Termino de cenar y llevo los platos al lavavajillas. Aún me sigo riendo del chiste que uno de los protagonistas ha contado. Me giro para volver al sofá y me fijo en cada rincón del apartamento. La vida, con el paso de los años me ha enseñado a encontrar la belleza más absoluta en las cosas más simples.

Me siento en el sofá de vuelta y abro el ordenador. Ha llegado mi momento favorito de la noche, escribir. Tengo dos escenas perfectas para el que ya es mi nuevo libro, pero antes debo consultar mi móvil. Llevo toda la tarde sin prestarle atención. Aunque cogerlo, tan sólo es una excusa para mandarle un selfie a Dylan sacando la lengua, con las gafas de ver puestas. Cuando salgo del chat me encuentro con más de veinte llamadas perdidas de Lara.

Le devuelvo la llamada de inmediato. Cuando lo coge, no saluda. Le hago preguntas, no sé qué es lo que está pasando. Me pide que hagamos una videollamada, lo que quiere decirme sólo puede ser cara a cara y esto es lo más cerca que vamos a estar la una de la otra.

—¿Qué ocurre Lara? —pregunto, nada más veo su cara aparecer en pantalla. Está tan guapa. Se ha teñido el pelo de un color cobrizo que le queda extremadamente bien. Su melena ahora es más oscura—. Estaba en el cine con Dylan, tenía el teléfono en silencio.

Al pronunciar su nombre le cambia la cara. Sube y baja las cejas. Doy por hecho que, si no le cuento acerca de mi tarde con mi cita, no soltará palabra sobre lo que sea que está pasando.

—Ha sido nuestra primera cita. Y no creo que sea la última, por lo menos como amigos. He intentado mantenerme lejos de él, pero ha sido imposible. Por más que soltaba la cuerda, mi parte inconsciente tiraba de ella con más fuerza. Sólo necesitaba aferrarme al pensamiento que me repite en bucle que merezco enamorarme después de tanto sufrido. Aunque me de miedo...

—El amor es triste en la mayoría de sus versiones y, aún así, es lo más bonito que puede ocurrirle a alguien. No intentarlo sería un error que te perseguiría para los restos. Tú quieres hacerlo, quieres besarlo, pasar tiempo con él, ser algo más que una simple compañera de trabajo... y no está mal —dice, aunque por el suspiro que esboza supongo que no ha terminado de hablar—. Ojalá no hubieras tenido que sufrir nada de lo que has vivido con esos cabrones, pero, de alguna manera, estás ahí porque esto ha sucedido así. No les des la posibilidad de que sigan manejando tu vida, tienes derecho a trazar el destino que quieras vivir.

Nosotros Nunca [YA EN PREVENTA]Where stories live. Discover now