18

632 27 4
                                    

Dylan

Dicen que las despedidas son nuevos comienzos, que sin ellas la vida no podría hacerse paso entre la multitud, que no avanzaríamos, que, de eso suceder podríamos quedarnos estancados toda una eternidad en el mismo lugar. Le decimos adiós a la etapa escolar para empezar secundaria, decimos adiós a la adolescencia para iniciar el recorrido en la edad adulta, cuando muere una persona, nace un bebé en otra parte del mundo. Y cuando dejamos atrás, damos pasos hacia delante.

No seré yo el que ponga en duda el conocimiento de quienes creen que es así.

Nunca me han gustado las despedidas. No quiero caer en el error de volver a culpar a mi madre de ello, pero así es. Creo que sentir el abandono en tus propias carnes siendo un niño hace que vivas con el sentimiento constante de que algún día las personas que más quieres se irán. A mis veinte todavía me sorprende despertar de madrugada y ver a Natalia acurrucada sobre mi pecho, abrazando mis abdominales. Ella no lo sabe o, si lo sabe, hace como que no, pero no es la única que despierta entre sudores fríos, pesadillas y calambres musculares

Cada puto día recuerdo aquella Nochevieja. Temo que llegue el invierno, la sensación de frío, las noches de tormenta, las nubes y las luces de Navidad. Esto último me daría igual siempre y cuando no tuviera en frente de mí a Agus, con cara de ser un amargado elfo de Santa Claus, con la nariz roja cual reno y un cartel invisible, pero muy luminoso sobre su cabeza que pone «Nací para joder a Dylan Brooks».

Agus permanece de brazos cruzados en una esquina de la nave, mientras observa con detenimiento nuestros movimientos. Todavía parece mentira que todo este lugar vacío, frío y gris, lleno de cajas, cables y cartón hace un mes fuera el punto de encuentro entre la ficción y la realidad. Aquí hoy muere la ilusión, la literatura y lo que alguna vez dijeron nuestros personajes, adueñándose de nuestra voz. Lily permanece a su lado, parece darle conversación, pero él no responde. Ni siquiera gesticula. Hemos entrado en la sala sin saludar y les hemos dado la espalda. Ambos esperaban juntos. Ya ni se esfuerzan en ocultar que siempre han sido el mismo tipo de persona.

Gia me saca del trance chasqueando los dedos en frente de mí. Nos está ayudando a empaquetar nuestras cosas. Me muestra una chaqueta de cuero gris y asiento con la cabeza. Si dependiera de mí no estaría aquí. Y ella parece escucharlo, porque me mira fijamente y suspira.

—Podrías poner de tu parte —sugiere.

—No quiero estar aquí. Cada vez que lo veo me entran arcadas.

—Pues deja de mirarle —dice, con autoridad. Al mirarla con la ceja arqueada, añade—: Sé que para ti esto no es fácil, Dylan. Pero tienes que hacerlo. Aquí hay cosas tuyas. Si yo he conseguido retener el vómito... tú también.

—En ocasiones lo material es solo eso, un conjunto de cosas —echo un vistazo al interior del camerino y contengo la respiración. Los ojos se me llenan de lágrimas, pero no mojan mi rostro—. El espejo en el que nos hicimos la primera foto de grupo, el sillón que volcamos en plena guerra de espaguetis, el lugar dónde Natalia y yo nos besamos...

Gia suelta la caja de cartón en el suelo y me pone la mano en el hombro.

—Será mejor que te deje a solas con ese conjunto de cosas, cariño. Creo que es ahora cuando te estás dando cuenta que lo material también guarda recuerdos.

No soy capaz de articular palabra.

Gia sale del camerino y volteo para verla marchar. Quiero pedirle que no se vaya, que se quede a mi lado, que me abrace, pero no puedo hacerlo. Una fuerza superior se apodera de mi garganta y me veo en la obligación de cerrar la puerta de un portazo, para después dejarme caer sobre ella con las manos en la cara, hasta besar el suelo con mi trasero.

Nosotros Nunca [YA EN PREVENTA]Where stories live. Discover now