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KILLIAN

La oscuridad envolvía mi cuerpo. Me sentía como en una nube, veía una niebla tibia, espesa, contundente, con un olor... peculiar. Una cabellera rubia se movía a mi lado tocándome el torso desnudo mientras dormía. Aparté su brazo de mala gana, levantándome de la cama encaminándome al salón. Debía partir a Washington D.C., en unas horas sería mi presentación como capitán de la UICT. Vi una caja en el recibidor de mi pequeño apartamento, sabía perfectamente lo que era y de parte de quién venía. No había empezado el dichoso plan y ya estaba hasta los cojones. El rottweiler que vivía conmigo se acercó contento a saludarme. Acaricié su cabeza antes de que volviera a tumbarse en el suelo.

Me senté en el sofá, abriendo mi portátil para ver bien su fotografía. Debía grabarme su cara en la mente, y no podía negar la belleza innata que portaba. Era toda una diosa, un peligro para la humanidad, una tentación andante. Tenía claro que iba a tirármela antes de matarla.

Unos pasos me sacaron de mi ensoñación. Estaba tan perdido en esos ojos verdes, tan parecidos a los míos, que se me había olvidado que no estaba solo. La rubia se sentó a mi lado, sobándome la entrepierna sobre la tela del bóxer.

—Buenos días... —Saludó, mordiéndome el lóbulo de la oreja. Tenía que admitir que estaba muy buena, por algo había acabado en mi cama. No contesté—. ¿Quién es?

Cerré la tapa del ordenador de golpe. Por un momento temí habérmelo cargado, pero sinceramente me daba igual.

—Coge tus cosas y lárgate. —Dije levantándome bruscamente. Miré por la ventana, observando la ciudad de Moscú desde el último piso.

Ulises empezó a ladrar como un poseso a la mujer que estaba conmigo. No le gustaban nada los desconocidos, y menos las mujeres que me molestaban. La chica de cuyo nombre no me acordaba ni quería acordarme se ponía su ropa en mi salón y se abrigaba antes de salir. Quiso acercarse a mí, pero mi perro no le dejó. Levantó las manos para que no le mordiera y salió de mi apartamento con un último "llámame" que era obvio que no iba a cumplir. Ulises se acercó a mí, victorioso de su trabajo. Sonreí de medio lado acariciando su cabeza, felicitando su labor.

Me encaminé a la cocina para desayunar algo rápido y preparar todo lo necesario para Washington. De repente, mi teléfono sonó sobre la mesa de la sala de estar. Ulises ladró para avisarme.

—Buen chico. —Dije acariciándole el lomo.

Al ver el nombre en la pantalla, mi mañana se fue a la mierda. Contesté sin ningún ánimo.

—Vitali. —Dije dejando la llamada en manos libres.

—Killian. —Contestó—. ¿Tienes todo listo?

—Prácticamente. —Escuché un suspiro de su parte. Capullo—. ¿Algo más?

Un silencio se instaló entre nosotros, bastante incómodo a decir verdad. Ulises se asomó por la puerta y me miró con la cabeza ladeada, intentando descifrar mis pensamientos.

—En el aeropuerto te recogerá Artem. Hablé con él hace unos días, tuvo un operativo en Los Ángeles sobre una red de narcotráfico. —Datos y más datos que me importaban una mierda—. Pórtate bien. Acuérdate de nuestro plan.

—Tengo veinticinco años. No soy un crío.

—Bien, me gusta que tengas las cosas claras. Eres digno hijo de tu padre.

SIENNA CARUSO ©Where stories live. Discover now